Claves para entender a los Maestros

18 enero 2017

Rubén Darío

Rubén Darío
18 de enero de 1867 – 6 de febrero de 1916
Matagalpa, Nicaragua -León

En La vida de Rubén Darío contada por él mismo (1915, cap. X), su autor —refiriéndose a su adolescencia en León, cuando tenía trece años y era redactor del periódico La Verdad—, consigna: “Cayó en mis manos un libro de masonería y me dio por ser masón, y llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los Caballeros Kadosh, el mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y simbólica liturgia de esos terribles ingenuos”. No podía ser masón oficialmente por su edad, pero la cultura en León —donde Máximo Jerez había fundado una Logia en los años cuarenta del siglo XIX—, gravitaba sobre él. No se olvide que entonces vivía su breve periodo anticlerical, mejor dicho, de enfant terrible.

El ilustrado y políglota polaco José Leonard y Bertholet —a quien llama “mi profesor” en su autobiografía— acrecentó el entusiasmo masónico de Rubén. Así lo reconoce Edelberto Torres: “Su discípulo lee mucho y con interés la atingencia que tiene el ritual masónico en el mundo oculto, y porque los grandes liberales de la época pertenecen a la secreta fraternidad. Como todo lo misterioso, el secreto masónico tuvo para él un atractivo insinuante”. Se refiere el biógrafo a 1881 y 1882, año en que Leonard fundó dos logias: una en Managua y otra en Granada. (A la muerte del educador polaco, el poeta escribiría: “Más que krausista, Leonard era un hegeliano. Su libre pensamiento tenía esos visos. Creía en el progreso, en el inacabable perfeccionamiento humano. A todos sus discípulos les comunicaba su fe y su fuego”).
En 1883, durante su primera estada en El Salvador, Rubén tuvo a otro masón de amigo: el doctor Rafael Reyes, director del centro donde enseñaba gramática. Pues bien, en 1889 recurrió a “la buena voluntad masónica” de Reyes para que interviniera ante el improvisado presidente que diera un golpe de Estado para poder salir hacia Guatemala desde San Salvador, o sea, durante su segunda estada salvadoreña.  
En su autobiografía, sin embargo, Darío omite su ingreso formal a la masonería, ocurrida la noche del viernes 24 de enero de 1908 en Managua. Un documento poco conocido es la fuente de este hecho. Su autor: el español establecido en Nicaragua, Dionisio Martínez Sanz (1891-1970), hacendado e industrial (tuvo una fábrica: “La Nutritiva”) y, sobre todo, explorador de los volcanes de Nicaragua. Tres publicaciones dejó: Ríos de oro, torrentes de lava (Managua, Tipografía Heuberger, 1951), Montañas que arden (León, Editorial Hospicio, 1963), ambas crónicas; y Setenta años por Nicaragua (Managua, Editorial Unión, 1970).  
He aquí dicho documento que prueba el ingreso aludido, no sin antes informar que si bien Leonard había sido su mentor para iniciarse en la masonería, a Manuel Maldonado le correspondió apadrinarlo. Así fue presentada su solicitud con la firma de los tres principales miembros de la Logia Progreso Nº 1 del Oriente de Managua. De acuerdo con los trámites de la votación de la Logia, Darío logró por unanimidad el ingreso con bolas blancas. No hubo, pues, ninguna bola negra que reprobara su conducta anterior de hombre bohemio, devoto del whisky y del champán, y también —como dice Lagos— “de los dorados faisanes femeninos”. Sólo se tuvo en cuenta la trascendencia del poeta ecuménico, o más precisamente, del mundo hispánico.  
Martínez Sanz, uno de los dignatarios de la Logia y encargado del ceremonial, registra en su curiosa crónica: “Después de seguir una larga información y pasar por todos los trámites de rigor, con algunas discusiones en pro o inconveniencia de la admisión, sometidas a la balanza, naturalmente que Rubén Darío salió triunfante. Pesaban mucho más sus cualidades de genio y grandeza de espíritu, que sus debilidades humanas. Efectuados los balotajes en diferentes sesiones, siempre salió favorecido con sólo bolas blancas, cosa indispensable para ser admitido en la masonería; pues en esa institución no puede entrar quien las obtenga negras, aunque sea una sola. La noche del 24 de enero de 1908, día fijado para la ceremonia de iniciación, fue de gran pompa para la masonería nicaragüense; se puede asegurar que en las Logias de Nicaragua nunca se han juntado tantas personalidades como en esa noche. A la iniciación de Darío concurrieron personalidades de todo Centroamérica. De Guatemala, el eminente sabio y político don Juan Ponciano y el candidato a la presidencia de es República, general don José León Castillo; de El Salvador, el doctor Fernando Cornejo; de Honduras, el ex presidente doctor Policarpo Bonilla, y el general Guadalupe Reyes y los doctores Ricardo Alduvín y Paulino Balladares; de Costa Rica, los profesores don Virgilio Salazar y don Juan Bautista Jiménez”.  

Martínez Sanz prosigue: “De Nicaragua, el fogoso periodista, apasionado historiador y gran político, don José Dolores Gámez (que era el representante del Supremo Consejo Centroamericano de la masonería en el país), y los doctores Rodolfo Espinosa R., Juan Francisco Gutiérrez, Manuel Maldonado, Rafael Zenón Rivera, Manuel Reyes Mayorga, Emilio Espinosa [padre de Rodolfo], Francisco López Bravo, etc., y la mayor parte de los miembros de las diferentes Logias de los departamentos de la república. Hubo también masones de diferentes nacionalidades: don Enrique Dreyfus y don Fernando Levy; don Ángel Caligaris y don Napoleón Re, italianos; don Ricardo Susmann y don Francisco Brockmann, alemanes; don Carlos Harding y Carlos Overand, ingleses; y don Nicolás Delaney, norteamericano”.  
Significativamente —añade Martínez Sanz— “aquel sabio Leonard, bien conocido en Centroamérica y que en España fue íntimo de los primeros republicanos españoles Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Alonso y Emilio Castelar, estando en Nicaragua, enfermo, tullido y cercano a la muerte, se hizo transportar a la Logia en una silla de manos; quiso presenciar la iniciación de Rubén Darío en la masonería”. España también estuvo representada. Llegaron los que llaman “los dos Chentes” (el doctor Vicente Piñera Rubin y don Vicente Rodríguez), y “los tres Pepes” (los profesores don José Gómez, don José Robles y don José Blen), aparte del cronista Martínez Sanz, quien representaba a la gran Logia de Madrid.  
La Logia Progreso Nº 1, fundada por Rafael Reyes en 1898, se había instalado en Managua el 14 de diciembre de 1899. A ella siguieron más logias en León, Rivas y Matagalpa. El 14 de diciembre de 1906 se decidió constituir una Gran Logia con los representantes de la Logia Progreso (Managua), Estrella Meridional (Rivas) y Luz (León). Esta Gran Logia fue creada oficialmente el 23 de noviembre de 1907, con el doctor Rodolfo Espinosa R. como Gran Maestro. En esa fecha había arribado Rubén a Corinto y cuatro días después se hallaba en Managua. La crónica de Martínez Sanz es más extensa e interesante. Pero bastan los anteriores párrafos para demostrar la iniciación masónica de nuestro bardo, negada por varios autores.  
En cuanto a Manuel Maldonado, notable orador, Darío le escribió un soneto cuyo primer cuarteto decía: “Manuel: el resplandor de tu palabra / ha iluminado la montaña oscura, / en donde, hace ya tiempo, mi figura / vaga entre el cisne, el sátiro y la cabra”. Pero el último sustantivo (cabra), revelando su ignorancia, Maldonado lo consideró un ripio. Rubén tuvo que aclararle, sonriendo:  
—No, Manuel. Ustedes sólo observan las distintas acepciones que el diccionario da a los vocablos: no investigan su genealogía. Soy cisne porque el poeta es de estirpe divina y esta ave sirvió de vehículo a Júpiter en el Mito de Leda…; sátiro porque experimento las emociones, pasiones y sensaciones del ser humano; también soy cabra porque soy panida, y Pan va saltando tras las ninfas —las ilusiones— por “la montaña oscura”, sonando sus siete canas, con su cuerpo de hombre y sus patas de cabra.  
Napoleón Re y las diabluras a Rubén en su iniciación masónica  
La noche del viernes 24 de enero de 1908 Rubén Darío ingresó formalmente a la masonería. Uno de sus padrinos fue el médico, orador y poeta, Manuel Maldonado (1864-1945) y al solemne acto de iniciación asistieron respetabilísimos masones de once nacionalidades, residentes en la capital: 1 polaco, 1 español, 1 norteamericano, 2 ingleses, 2 alemanes, 2 italianos, 2 franceses, 2 costarricenses, 2 guatemaltecos, 4 hondureños y, al menos, una docena de nicaragüenses. Ellos habían sido convocados a la Logia Progreso nº 1 de Oriente de Managua.  
Así lo refirió un testigo: el español Dionisio Martínez Sanz (1879-1971) en testimonio difundido en la Página de Opinión de El Nuevo Diario, correspondiente al sábado 23 de enero de este año. Pero, por razones de espacio, no lo reproduje completo: faltó el aspecto histriónico del ritual que ahora transcribo, tomado del libro de Martínez Sanz: Montañas que arden (León, Editorial Hospicio, 1963). Antes quisiera aportar los datos biográficos de una de las personalidades masónicas presentes en dicha iniciación: Napoleón Re (Milán, Italia, 1866- Managua, Nicaragua, 31 de marzo, 1931), es decir: una de las víctimas del primer terremoto capitalino del siglo XX.  
Egresado de Ingeniero Arquitecto de la Escuela Superior de Ingeniería de su ciudad natal, vino a Nicaragua en 1892, radicándose en Managua; dos años después se unió en matrimonio a Rosaura Fonseca, con quien procreó dos hijos: Humberto y Margarita Re Fonseca. El 24 de diciembre de 1926 fallecía su esposa y en 1930 contrajo segundas nupcias con Ofelia Correa. El niño Mario Re Correa nació de este matrimonio.  
Su carrera masónica la hizo Re en la Logia Progreso Nº 1, ingresando a ella el 4 de mayo de 1900. Recibió los grados de Compañero y de Maestro, respectivamente, el 4 de septiembre y el 18 de diciembre del mismo año. Y el 26 de agosto de 1903 le fue otorgado el grado 18. Como profesional, construyó el Campo de Marte, la fortaleza de Tiscapa, el primer templo masónico, la Casa Bárcenas y su chalet “La Palacina”, los tres últimos destruidos por el terremoto de 1931.  
Pasando a la parte complementaria del testimonio de Martínez Sanz, dice: “He referido el aspecto serio de la iniciación en la masonería del grande hombre. ¿Por qué no contar algo de los sustos que le hicimos pasar al mínimo Rubén? El local que ocupaba la Logia Progreso, en la época a que me estoy refiriendo, era la casa que fue de don Fabio Carnevallini, frente al ahora Palacio de Comunicaciones. El patio era grandísimo, con árboles frutales, matas de plátano, y hasta había restos de materiales para edificar. Con todo esto, nos dábamos gusto los traviesos y armábamos una serie de obstáculos para someter a los profanos a una serie de pruebas, al parecer tan ridículas, pero tan necesarias a la parte simbólica y filosófica de la masonería.  
Para la iniciación de Darío, por tratarse de personalidad tan respetable, hicimos las menos diabluras posibles. Pero sí, armamos un cerrito que, por un lado, tenía escalones de piedras labradas, y por el otro, piedras irregulares rodadizas. Ayudado por los expertos, subió Rubén, con los ojos vendados, el lado de los escalones; y al descender por la parte opuesta, las piedras se corrieron, se rodaron, el cuerpo que parecía que iba a dar a un abismo. Una voz dijo: ‘Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador’; pero otra rectificó inmediatamente: ‘Detenedle; todavía se puede salvar’.  
Claro. Todo estaba bien dispuesto, y no pasó a más que recibir un gran susto el nervioso novato postulante. Una vez Rubén, dentro de la Logia, concluida la ceremonia y pronunciados los discursos de salutación al neófito, se le instó a que hiciera uso de la palabra para que manifestara sus impresiones, y si tenía algo que objetar a cuanto había visto y oído en esa noche. Darío se puso de pie y con voz pausada dijo: ‘Señores: ahora que he visto la luz, y que me veo rodeado de caballeros, manifiesto a ustedes que lo que más me ha impresionado esta noche han sido unas palabras que, al casi rodar mi cuerpo por unas piedras, alguien dijo: ‘Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador”, y otras que, a continuación, en diferente tono, se oyeron: ‘Detenedle; todavía se puede salvar’. Yo señores, no olvidaré estas últimas palabras, y haré por mantener en alto mi espíritu. Agradezco el abrazo que cada uno de ustedes me ha dado, y esta noche siempre estará en mi memoria’.
No dudo que, en la memoria de Rubén Darío, estuvieran de por vida las impresiones que recibió aquella noche del 24 de enero del año octavo de este siglo, pues en la mía —a través de los tantos que han transcurrido— están vivos como si hubiera sucedido ayer. Veo a Rubén, en el Cuarto de Reflexiones, que al quitarle la venda de sus ojos, se encontró con sus dos acompañantes —uno de ellos el suscrito— enfundados en negros capuchones, con negro antifaz, en una habitación terrorífica con paredes y techo completamente negros, con resaltantes inscripciones en blanco, de tan reales y tremendas significaciones, con la figura de la parca Atropos de guadaña al hombro; un duro taburete, una escueta mesita, una pluma y un tintero; una calavera y un reloj de arena; símbolos todos de la incontenible marcha de la vida hacia la muerte… se puso a temblar.
Hubo un momento en que pareció que Rubén, quería salir de tan tétrico recinto. Sin embargo se sobrepuso y tendió su mirada a las diferentes leyendas. Le insinuamos que tomara asiento; lo hizo, y se calmó. Pero pronto le llegó otro momento de apuros, y fue al presentarle el formulario para que contestara a las preguntas que en él se hacen a los profanos, y que entre los iniciados se llama ‘Testamento masónico’. Rubén Darío, aquel cerebro que produjo cosas tan sabias y bellas, no sabía cómo principiar. Lo dejamos completamente solo en aquel Cuarto de Reflexiones. Cuando al rato volvimos, no había dado una plumada, y manifestó no saber qué decir. Le dijimos que podía hacerlo en forma lacónica y sencilla y, tomándose para ello buen rato, en forma lacónica y sencilla lo hizo. Y lo firmó.
A mediados de 1908, Darío, se fue otra vez para Europa. El general José Santos de Zelaya, le nombró Ministro residente ante el Rey de España. Con este motivo, la colonia española en Nicaragua, le dio una recepción que se llevó a cabo en el establecimiento “La Sirena”, del gran amigo de Rubén Darío, Monsieur Luis Layrac. En esa tarde tuve ocasión de hablar a solas con Darío, le diera algunas lecciones de cómo habría de presentarse en las Logias de España.
Cuando en diciembre de 1915, Rubén retornó a su patria, ya venía muy enfermo. Fui a visitarle. Pero, teniendo en cuenta su delicado estado de salud, no era oportuno tratar de averiguar sus actividades en la masonería europea y los escalones que en ella subió. Nos concretamos a hablar algo de la Madre Patria, y Darío, aún con su parquedad, me habló de los grandes días pasados en ella pasados. De su cariño para el que consideraba su padre espiritual don Juan Valera. De sus largos veladas en los suntuosos salones de doña Emilia Pardo Bazán. De sus íntimos afectos para una española de apellido Sánchez, y del entrañable amor para un hijo, que en brazos de esa había dejado en España. Nos estrechamos las manos. Fue el último apretón que nos dimos. A los pocos días se trasladó para León, la Metrópoli.
Cuando murió Rubén, fui a León. Los funerales fueron una apoteosis. En la gradería, frente a la puerta de la Catedral, cerca de la tribuna en que habría de pronunciar la oración fúnebre el doctor Santiago Argüello, al bajar a tierra los restos de Darío, tomé lugar con tiempo. Quise oír bien; en aquel tiempo no había magnavoces. Debido al largo recorrido por las calles de la Ciudad Universitaria, cuando el féretro con los restos del aeda llegó frente a la Basílica, era completamente de noche; pero como el número de antorchas de rajas de pino que portaba la multitud eran tantas, todo resultaba visible como en el más claro día. Dio principio el orador, y recuerdo que, desde sus primeras palabras, salió en un tono altísimo. Yo creí que no pudiera resistir su garganta semejante esfuerzo. Sin embargo, en el mismo altísimo tono siguió y terminó el extenso y magistral discurso, propio de la rica y bien cultivada mentalidad de Santiago Argüello, y digno para quien iba dirigido: al espíritu de Rubén Darío, el más preclaro hijo de Nicaragua.”[1]


La obra:
La obra literaria de Darío recoge detalles que corroboran lo masónico. El color azul, tan presente en Darío y con el que titula uno de sus libros, conecta con la masonería por definir ese mismo color los ritos de iniciación de los tres primeros grados masónicos, la masonería azul, como símbolo del color celeste que agrupa a todos los hombres fraternalmente. Puede hallarse también el influjo de la masonería en el hecho de que Darío incluyera en la primera edición de Prosas profanas (1896) el simbólico número de treinta y tres poemas: el mismo número del máximo grado sublime masónico y también relacionado con la trinidad de las cosmogonías y con la importancia del número pitagórico, como se comprueba en el tratado ocultista de Gerard Encausse («Papus») que Darío conoció11. En las ceremonias de iniciación masónica, además, el neófito pasa por los tres grados que simbolizan consecutivamente el nacimiento, la vida y la muerte. Es el número masónico con sentido cabalístico y ecos bíblicos, múltiple de la tríada o número mágico terciario. En Darío abundan sintagmas utilizados en las ceremonias masónicas que revierten en algunos de sus versos donde se menciona al «padre» y al «maestro» («Coloquio de los centauros» o «Responso») o al «Gran Todo» («Yo soy aquel...»). El anticlericalismo que nutre algunas de sus composiciones juveniles procede también de la influencia liberal y masónica y son muchos los textos de homenaje a liberales y masones (Martí, Lugones, A. Machado...). Determinados poemas completos, como «El salmo de la pluma», incluye la sucesión casi exacta de las letras del alfabeto hebreo, en una idea cabalística enmarcada en el culto masónico por el Antiguo Testamento y donde Dios es para Darío «el gran todo». Lo mismo cabe decir de poemas como «El libro», «Pax» o «Palas Atenea», que deben leerse a la luz de la masonería. Al llegar a Cantos de vida y esperanza (1905), Darío incluye «Al Rey Oscar», dedicado a Oscar II de Suecia y Noruega, quien ejerció como Gran Maestre en ambos países hasta su muerte en 1907. Del mismo libro, no pueden obviarse las constantes referencias masónicas a la fortaleza, la sinceridad y la luz en «Yo soy aquel...». Lo mismo ocurre con la hermética «Salutación a Leonardo», el Leonardo da Vinci que es también «maestro», «soberano maestro» y en el que se alude a la sonrisa oculta de la Gioconda o a «antiguas canciones» que remiten a una larga tradición oculta en la que se ubica el artista italiano. De ella han dado cuenta Picknett y Prince respecto al linaje de los templarios y su ligazón martinista y masónica. En «Pegaso», Darío se lanza a la vida mientras «el cielo estaba azul y yo estaba desnudo» (PC, 639). Nuevamente aparece esa desnudez y Darío es caballero, en relación directa con uno de los grados masónicos ligados a los templarios: «Yo soy el caballero de la humana energía» (PC, 639); y su guía es la aurora, es decir el Este u Oriente masónico donde se ubica el Venerable Maestro. Incluso ciertos motivos finiseculares como el personaje de Salomé, aparece recreado por Darío en el poema «En el país de las Alegorías...» con tintes masónicos y en la tradición favorable a Juan el Bautista y a toda una sexualidad sagrada («la rosa sexual» de Darío) que conecta con el simbolismo esotérico cristiano. Es la tradición oculta de la masonería, enraizada en los evangelios apócrifos y gnósticos, con la Virgen Negra -la «madona negra»- ligada a las divinidades paganas femeninas y aun a la Magdalena -pieza fundamental en la tradición de cátaros y templarios- y visible en zonas del sur de Europa. Darío tiene otros textos cercanos a estos temas, desde «La muerte de Salomé» o «El Salomón negro» a «La extraña muerte de Fray Pedro» o «La Virgen Negra», escritos que se comprenden desde esta perspectiva. El código moral masónico se refleja, por ejemplo, en el poema «Melancolía», para su «hermano» Domingo Bolívar, con la idea de la vida como camino ciego hacia una muerte iluminadora y con referencias obvias a la ceguera y la búsqueda de la luz de iniciación masónica: «Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas» (PC, 675). En el siguiente libro, El canto errante (1907), hallamos composiciones como «En elogio del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba, Fray Mamerto Esquiú, O.M.», que aun teniendo un fondo cristiano incluye un hermetismo de léxico litúrgico, con salterios y vírgenes, palomas y lirios que se enmarca en la literatura rosacruz de Joseph Péladan y conectada con la masonería. No puede obviarse que al mismo Esquiú le dedicaría también Lugones otro poema. Varias composiciones del mismo libro, como «Metempsícosis», «Sum» o «Eheu» no pueden entenderse sin la migración de las almas y las reencarnaciones de larga tradición esotérica, desde Platón o Apolonio de Tania hasta «Éliphas Lévy», Joseph Péladan o Gerard Encausse, autores que Darío menciona o lee directamente. También es sintomática la elegía de 1906 a Bartolomé Mitre en una oda que lo presenta como defensor de libertades y derechos, amigo del masón Garibaldi (el liberal italiano que llegó incluso a vivir en Nicaragua), padre de la libertad americana y también «maestro» que fue «fiel al divino origen del Dios que no se nombra / desentrañando en oro y esculpiendo en basalto» (PC, 729). Las referencias finales de Darío a la luz masónica contrastan con las cualidades que halla en el «alma de luz» de Mitre y a las que aspira todo buen masón: belleza, justicia, bien y verdad. También el poema «Lírica», dedicado a Eduardo Talero, puede leerse en clave masónica, desde «el pabellón azul de nuestro rey divino» (PC, 764) hasta la mezcla de las creencias cristianas con lo órfico-pitagórico y lo demoníaco del inesperado final. Bourne observó con acierto que la masonería en Darío puede verse como acceso al pitagorismo y a lo oculto. Aunque resulta cuestionable lo que Bourne define como fe enferma en Darío, a causa de su liberalismo y su condición de masón, parece acertado aludir a su temprano poema «El libro», en el que Darío menciona al «gran Arquitecto». También es posible considerar cómo el poema que abre Canto a la Argentina y otros poemas (1914), que recoge menciones sobre su «filosofía de luz» (PC, 821), así como el elogio de la libertad que entronca con las referencias masónicas al Sol, al sincretismo religioso, la tolerancia y la fraternidad de almas y cultos. En ese mismo libro puede hallarse igualmente el poema «Los motivos del lobo» que, junto a su franciscanismo, es paradigmático de la bondad y la hermandad masónica.[2]

http://estrelladenicaragua.net/?p=6217
http://www.elnuevodiario.com.ni/nacionales/384272-funerales-apoteosicos-ruben-dario/





[1] Rubén Darío y su iniciación masónica en Managua, por JORGE EDUARDO ARELLANO http://magazinemodernista.com/2010/11/12/dario-y-su-iniciacion-masonica-en-managua/
[2] Dos caras desconocidas de Rubén Darío: El poeta masón y el poeta inédito. Alberto Acereda
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/dos-caras-desconocidas-de-ruben-dario-el-poeta-mason-y-el-poeta-inedito/html/da049430-c0ea-11e1-b1fb-00163ebf5e63_3.html

14 enero 2017

Símbolos del 14º Maestro de la Bóveda Sagrada


14º Maestro de la Bóveda Sagrada

Entre los símbolos principales de este grado se encuentran:


v  El pozo
El pozo  iniciático, (“sobre el que un rayo de Sol cae a plomo”), es similar a la caverna. Descender a sus profundidades es penetrar en lo más hondo del inconsciente, tanto personal como colectivo. En el fondo del pozo hay un Delta, el Delta de Hiram, es decir, algo muy valioso, que Hiram arrojó allí antes de morir.

Como un rayo de Sol cae perpendicularmente en el pozo, quiere decir que, en ese instante, el Sol alcanzaba el meridiano (justo cuando se encontraba sobre la abertura del pozo; en realidad esto sólo es exacto durante un equinoccio).
Y es en ese instante preciso, a mediodía, cuando se abre la Logia del 14° grado.

v  Las herramientas
Se dice que: “Fueron utilizadas en descubrir y levantar la piedra cuadrangular que cubría la entrada a las bóvedas de Enoch, en abrir un camino que condujese a la Bóveda Sagrada y en destruir el pedestal que estaba encerrado allí.
-          La palanca
-          El azadón
-          La pala
En el Arco Real se menciona el pico en lugar de la azada, pero el significado simbólico es equivalente.

v  Ushebtis,
Término egipcio que significa "los que responden", son  estatuillas que se depositaban en la tumba del difunto. Su cometido era servirle en la Duat. Generalmente, eran figuras momiformes, a imagen del difunto, portando una azada y, a veces, un pico o un saco a la espalda. El número de ushebtis depositados en las tumbas varió según la época e importancia del personaje.
Algunos enterramientos del Imperio Nuevo poseían 365 ushebtis, o más, correspondientes a cada día del año. En la imagen vemos distintos instrumentos portados por los ushebtis, tales como azadas o picos que, precisamente, son fundamentales en los grados 13° y 14° escoceses.


v  El Delta
Se dice que el Delta es “el verdadero objeto de la Perfección masónica”.
Y notemos que este Delta no observa y juzga al hombre desde el Cielo, sino que se encuentra en las profundidades, en un mundo subterráneo, sólo accesible a través de pozos y cavernas.

v  La corona
La presencia de la corona en la joya de este grado alude a Kether, el primero y más elevado de los Sephiroth. De hecho, si se cuenta al Sephiroth desconocido Daat, las emanaciones cabalísticas son once, y no diez, como los once grados de la Logia Capitular de Perfección. El Sendero a través de estos grados sería entonces un Sendero de reintegración (“La búsqueda de la Palabra”), de Malkuth a Kether, desde el Maestro Secreto, donde todo está oculto, hasta el Gran Elegido, donde todo se manifiesta.


v  El compás
El compás se considera, en la Masonería Simbólica, atributo del Gran Maestro. Su relevancia en este grado es una forma de asociar la Logia Capitular a una Gran Logia.
Y de otorgar a sus miembros una jerarquía equivalente a la de “un Maestro entre los Maestros”.
Según los Rituales, aparece abierto a 90° o a 45°.
Parece más adecuada la primera opción, que “indica los vastos conocimientos adquiridos”.

v  El Sol
Es la visión directa de la Luz, la Energía, la Palabra.
El Sol es el Centro, la Fuente, el Núcleo.
Representa el Sí-Mismo, lo más Verdadero, ya sea en el hombre o en el Universo.

v  El anillo
Su naturaleza circular alude a la consumación de un ciclo.
Y, siendo un símbolo femenino, junto al dedo que lo lleva (un símbolo fálico masculino), implica la conjunción de los opuestos.
Es la corona, pero en la mano que construye, mientras que la primera se coloca en el cerebro que piensa.
¿Qué significa la inscripción “La virtud une lo que la muerte no puede separar”?
Por supuesto que no puede aludir a una virtud exotérica, de carácter trivial.
Pero “virtud”, etimológicamente, deriva de valor, valor físico, y, al derivar de vir, se vincula con virilidad, y tiene una connotación masculina.
Por ello, la virtud es el valor, el valor del guerrero, del luchador, del que mantiene sus valores en medio de las vicisitudes de la vida.
Todo esto remite a un origen templario, y a una postura frente a la vida acorde con los ideales del templarismo.

v  El arbusto ardiente
El que está cerca de mí está cerca del fuego” (Evangelios Apócrifos).
La experiencia del Sí-Mismo es reveladora y transformadora, pero conmocionante y perturbadora a la vez

v  Los diversos Altares
Hay en este grado tres altares: el Altar de los Perfumes, el Altar de los Sacrificios y el Altar Central.

El Altar de los Perfumes, aunque se derive de los rituales hebreos, tiene un claro simbolismo alquímico: el “perfume” es el resultado de la purificación de las substancias de la tierra, de la acción del fuego sobre la materia, para liberar sus esencias básicas.

El Altar de los Sacrificios no remite a un acto cruento o al sacrificio de alguna función natural humana, sea esta física o intelectual. El “sacrificio” es la muerte de un personaje, el sacrificio de una máscara, para dar expresión a la libre voluntad del Sí-Mismo.

Y el Altar Central es precisamente ese Sí-Mismo, el núcleo de nuestro ser, el verdadero Yo.

Todo se concreta, entonces, en conocer quiénes somos realmente, y ese conocimiento es la Perfección.
¿Puede alcanzarse tal Perfección en forma definitiva? Seguramente no, porque la profundidad del Ser es infinita.
Por ello, tal Perfección es sólo relativa.

Recordemos una de las preguntas que se le formulan al Candidato en la Iniciación Martinista: “No te pregunto quién eres, porque si lo supieras, no tendrías ya más nada que aprender; en cambio, sí te pregunto, ¿quién crees que eres?”.


v  La piedra cúbica
Se la estudia con más detalle en el Rito Francés. Aquí la examinaremos con más cuidado en la “Instrucción”, pero es un símbolo masónico universal, y muy apropiado para representar la consumación, el cumplimiento de una Obra.



Imágenes de la baraja masónica de Jean Beauchard, con un simbolismo muy afín al del
Presente grado
 
 















v  La Columna de la Belleza
Es el “axis mundi”, el eje en torno al cual se orienta el Universo.
Es análoga al Árbol de la Creación, en torno al cual gira el Todo.
Es una columna arquetípica, y la elección de la “Belleza” no es casual, si recordamos el importante valor que Platón le adjudicaba a la Belleza en el reino de las Ideas.
Según el Manuscrito Francken (siglo XVIII): “es la columna que sostiene al Mundo”.

v  Los “Elegidos
Algunos Rituales, de inspiración teúrgica, comparan a los Grandes Elegidos del grado 14° con los “ángeles” cabalísticos, que eran invocados en los ritos de magia ceremonial.
Esto nos indica que el grado 14° pudo tener su origen en Rituales mágicos, en los que cada Oficial corporizaba un “ángel” (un principio cósmico) y, supuestamente, al personalizarlo se transformaba en un canal para que su influencia alcanzara a todos los miembros de la Orden.

v  Los planetas

v  El Mercurio Filosófico
El Mercurio Filosófico, relacionado con el Árbol de la Vida y con la crucifixión de Cristo.
De hecho, esta obra, de L.Cattiaux (1950), lleva el título, en apariencia religioso, de Cristo en la cruz.

v  La Tetractys
Es un símbolo que fusiona el tres y el cuatro, el ternario y el cuaternario, reintegrándolos a la unidad.

v  La mezcla sagrada
Está formada por leche, aceite, vino y harina.
El Ritual dice que estos materiales simbolizan, respectivamente: “dulzura, sabiduría, fuerza y belleza”.
Aunque esa interpretación parece algo trivial.
La mezcla parece más bien un símbolo de la Piedra Filosofal, en su condición de cuaternidad.
Como la Iniciación consiste en una serie de purificaciones, el hecho de comer parte de la mezcla sería la purificación suprema.
Desde ese ángulo, la mezcla representaría la Piedra Filosofal en su condición de Medicina Universal.


Dr. Jorge Norberto Cornejo
mognitor1@yahoo.com.ar


13 enero 2017

Lawrence L. Mercerar

Lawrence L. Mercerar
¿? - 13 de enero de 1948
¿? - Montevideo

Venerable Maestro de Acacia Lodge en 1930.



Cementerio Británico. Montevideo.

09 enero 2017

Grandes Maestres Orden de los Templarios: Thomas Bérard

Grandes Maestres
Orden de los Templarios (XX)


Thomas Bérard
 ¿? - 1273

Se duda sobre su origen. Para unos era italiano y para otros inglés.
Sucedió en 1256 al gran maestre Renaud de Vichiers. Ejerció sus altas funciones en las más tristes circunstancias, sucesivamente hipotecado en las querellas de su orden con la de los Hospitalarios, y siendo testigo de los progresos del sultán mameluco Baibars, quien, poco a poco, obligó a los cristianos de Palestina a encerrarse tras los muros de San Juan de Acre, último baluarte del Reino de Jerusalén.


En fecha 9 de octubre de 1258, Tomas de Bérard, actual gran maestre, se reunió con Hugo de Revel, gran maestre del Hospital y Anno de Sangerhausen, maestre de los Teutónicos para firmar un tratado en el cual ponían fin a las disputas entre las órdenes, ya que se veían opacadas por la invasión mongol hacia los territorios sarracenos.

Con todo este clima revuelto, Béraud supo mantener en las filas de la Orden una disciplina sin fisuras y se guio por una aplicación estricta de la regla. Pondremos el ejemplo de dos hechos para explicar los problemas de la época:

El Gran Maestre Thomas es hecho prisionero en Safeta y los detractores de la Orden afirman que fue liberado por renegar de Cristo. Durante el proceso se utilizó esta acusación indemostrable y se dijo que a partir de ese momento los Templarios convertirían esta falta en una práctica obligatoria durante la ceremonia de recepción para los nuevos miembros de la Orden.

En el año 1263 el Papa Urbano IV convoca en Roma al Mariscal de la Orden Etienne de Sissey,  y por razones oscuras el Papa declara que Sissey es indigno del cargo que ocupa y le solicita que dimita, a lo que el Mariscal se niega por lo que el Papa lo excomulga. Entonces Sissey busca el apoyo del Maestre, quien se lo brinda sin más, y lo mantiene en el cargo.

El gran maestre Thomas Bérard murió en 1273.




Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_B%C3%A9rard
              https://lostemplariosysuepoca.wordpress.com/2012/11/06/thomas-berard-25-marzo-1273/


05 enero 2017

Renaud de Vichiers Gran Maestre del Temple

Grandes Maestres
Orden de los Templarios (XIX)


Renaud de Vichiers

 ¿? - 1256

Renaud de Vichiers, o de Vichy, originario de la región de Champaña, ostentó sucesivamente los cargos de Preceptor de Francia y Gran Mariscal de la Orden, siendo elevado a la dignidad de Gran Maestre para suceder a Guillaume de Sonnac, que había muerto en Egipto en la batalla de Al Mansurah. Siendo el décimo noveno Gran maestre de la Orden del Temple.

Recién ascendido al cargo de Gran Maestre Renaud de Vichiers o de Vichy tuvo que resolver el asunto del pago del rescate de Luis IX. Tras ciertas discusiones en cuanto al protocolo a seguir con el Señor de Joinville; no tuvo más remedio que ceder a las presiones de éste último y dejar que se procurara la cantidad de dinero necesaria para la liberación del Monarca. A partir de este momento el rey tuvo un gran rencor hacia los Templarios y humilló en público al Gran Maestre obligándole a renunciar a la alianza que había pactado con el Sultán de Damasco.
Esta humillación tuvo lugar delante de las tropas y este mismo día Luis IX obligo al Maestre Vichiers a expulsar de Tierra Santa al Mariscal del Temple Hugo de Jouy, que era quien había realizado el pacto con Damasco. 
Contribuyó con sus consejos a que San Luis, después de su cautiverio tras la batalla de Al Mansurah, permaneciera en Tierra Santa reorganizando las posesiones francesas.
Renaud de Vichiers falleció el 20 de enero de 1256.



Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Renaud_de_Vichiers
https://lostemplariosysuepoca.wordpress.com/2012/11/05/renaud-de-vichiers-20-enero-1256/