¿No será demasiado?
Desde el 3 de octubre, mucha tinta corrió en ver un acercamiento
de la Iglesia a la mirada de la Masonería:
La
Masonería Italiana también celebra la encíclica Fratelli Tutti
Los
masones afirman: “El Papa abraza la Fraternidad Universal, el gran principio de
la Masonería”
Podrá ser ese el camino, una frase en setenta y pico de
páginas, por eso dejamos la encíclica completa para que el lector pueda sacar
sus propias conclusiones.
1. «Fratelli tutti»[1], escribía san Francisco de Asís para
dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida
con sabor a Evangelio. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un
amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí
declara feliz a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él
como cuando está junto a él»[2]. Con estas pocas y sencillas palabras
expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar
y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del
universo donde haya nacido o donde habite.
2. Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a escribir la encíclica Laudato si’, vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social. Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos.
Sin fronteras
3. Hay un episodio de su vida que nos muestra
su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia,
nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán Malik-el-Kamil, en
Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos
recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de idioma, cultura y
religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas,
mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de
abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los
hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, san
Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus
discípulos: que sin negar su identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros
infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a
toda humana criatura por Dios»[3]. En aquel contexto era un pedido
extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a
evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y
fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe.
4. Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo
doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que «Dios es
amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16).
De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad
fraterna, porque «sólo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento
propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos
mismos, se hace realmente padre»[4]. En aquel mundo plagado de torreones de
vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas
entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de
las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su
interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de
los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Él ha motivado estas páginas.
5. Las cuestiones relacionadas con la
fraternidad y la amistad social han estado siempre entre mis preocupaciones.
Durante los últimos años me he referido a ellas reiteradas veces y en diversos
lugares. Quise recoger en esta encíclica muchas de esas intervenciones
situándolas en un contexto más amplio de reflexión. Además, si en la redacción
de la Laudato
si’ tuve una fuente de inspiración en mi hermano Bartolomé, el
Patriarca ortodoxo que propuso con mucha fuerza el cuidado de la creación, en
este caso me sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb,
con quien me encontré en Abu Dabi para recordar que Dios «ha creado todos los
seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los
ha llamado a convivir como hermanos entre ellos»[5]. No se trató de un mero acto diplomático
sino de una reflexión hecha en diálogo y de un compromiso conjunto. Esta
encíclica recoge y desarrolla grandes temas planteados en aquel documento que
firmamos juntos. También acogí aquí, con mi propio lenguaje, numerosas cartas y
documentos con reflexiones que recibí de tantas personas y grupos de todo el
mundo.
6. Las siguientes páginas no pretenden resumir
la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal,
en su apertura a todos. Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a
la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de
ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad
y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien la escribí
desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado
hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las
personas de buena voluntad.
7. Asimismo, cuando estaba redactando esta
carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al
descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas
que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar
conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que
volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos.
Si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya
hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las
reglas ya existentes, está negando la realidad.
8. Anhelo que en esta época que nos toca
vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer
entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: «He ahí un hermoso
secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede
pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga,
que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué
importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos,
en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos»[6]. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la
misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos,
cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia
voz, todos hermanos.
Capítulo primero
LAS SOMBRAS DE UN MUNDO CERRADO
9. Sin pretender realizar un análisis
exhaustivo ni poner en consideración todos los aspectos de la realidad que
vivimos, propongo sólo estar atentos ante algunas tendencias del mundo actual
que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal.
Sueños que se rompen en pedazos
10. Durante décadas parecía que el mundo
había aprendido de tantas guerras y fracasos y se dirigía lentamente hacia
diversas formas de integración. Por ejemplo, avanzó el sueño de una Europa
unida, capaz de reconocer raíces comunes y de alegrarse con la diversidad que
la habita. Recordemos «la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión
Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar
juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos
los pueblos del continente»[7].También tomó fuerza el anhelo de una
integración latinoamericana y comenzaron a darse algunos pasos. En otros países
y regiones hubo intentos de pacificación y acercamientos que lograron frutos y
otros que parecían promisorios.
11. Pero la historia da muestras de estar
volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban
superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y
agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación,
penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida
del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses
nacionales. Lo que nos recuerda que «cada generación ha de hacer suyas las
luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas
aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad,
no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es
posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y
disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos
hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos»[8].
12. “Abrirse al mundo” es una expresión que
hoy ha sido cooptada por la economía y las finanzas. Se refiere exclusivamente
a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad de los poderes
económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países. Los
conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por
la economía global para imponer un modelo cultural único. Esta cultura unifica
al mundo pero divide a las personas y a las naciones, porque «la sociedad cada
vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos»[9]. Estamos más solos que nunca en este
mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la
dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las
personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este
globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen
a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y
pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se
vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que
aplican el “divide y reinarás”.
El fin de la conciencia histórica
13. Por eso mismo se alienta también una
pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la
penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad
humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la
necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de
individualismo sin contenidos. En esta línea se situaba un consejo que di a los
jóvenes: «Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la
historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo
pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil
de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice?
Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que
sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las
ideologías de distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que
sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan
jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana
que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo
que los ha precedido»[10].
14. Son las nuevas formas de colonización
cultural. No nos olvidemos que «los pueblos que enajenan su tradición, y por
manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía,
toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía
espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica,
económica y política»[11]. Un modo eficaz de licuar la conciencia
histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de
integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué
significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad?
Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de
dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar
cualquier acción.
Sin un proyecto para todos
15. La mejor manera de dominar y de avanzar
sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante,
aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se
utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos
caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude
a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge
su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se
reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión
sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común,
sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la
destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las
descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de
cuestionamiento y confrontación.
16. En esta pugna de intereses que nos
enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser sinónimo de destruir,
¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al
lado del que está caído en el camino? Un proyecto con grandes objetivos para el
desarrollo de toda la humanidad hoy suena a delirio. Aumentan las distancias
entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo unido y más justo sufre
un nuevo y drástico retroceso.
17. Cuidar el mundo que nos rodea y contiene
es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos constituirnos en un “nosotros”
que habita la casa común. Ese cuidado no interesa a los poderes económicos que
necesitan un rédito rápido. Frecuentemente las voces que se levantan para la
defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de
racionalidad lo que son sólo intereses particulares. En esta cultura que
estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un proyecto común, «es previsible
que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable
para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones»[12].
El descarte mundial
18. Partes de la humanidad parecen
sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano
digno de vivir sin límites. En el fondo «no se considera ya a las personas como
un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o
discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no
sirven” —como los ancianos—. Nos hemos hecho insensibles a cualquier forma de
despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que es uno de los más
vergonzosos»[13].
19. La falta de hijos, que provoca un
envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una
dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina con nosotros,
que sólo cuentan nuestros intereses individuales. Así, «objeto de descarte no
es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos
seres humanos»[14]. Vimos lo que sucedió con las
personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No
tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa
de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados. No
advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un
adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma
familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con
sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar.
20. Este descarte se expresa de múltiples
maneras, como en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte
las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce
tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza[15]. El descarte, además, asume formas
miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece
una y otra vez. Las expresiones de racismo vuelven a avergonzarnos demostrando
así que los supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están
asegurados para siempre.
21. Hay reglas económicas que resultaron
eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral[16]. Aumentó la riqueza, pero con inequidad,
y así lo que ocurre es que «nacen nuevas pobrezas»[17]. Cuando dicen que el mundo moderno
redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no
comparables con la realidad actual. Porque en otros tiempos, por ejemplo, no
tener acceso a la energía eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni
generaba angustia. La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de
las posibilidades reales de un momento histórico concreto.
Derechos humanos no suficientemente universales
22. Muchas veces se percibe que, de hecho,
los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos
«es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país.
Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y
tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad
humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común»[18]. Pero «observando con atención nuestras
sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan
a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos,
proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y
promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas
formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un
modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e
incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia,
otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus
derechos fundamentales ignorados o violados»[19]. ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de
derechos fundada en la misma dignidad humana?
23. De modo semejante, la organización de las
sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las
mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los
varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad
gritan otro mensaje. Es un hecho que «doblemente pobres son las mujeres que
sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se
encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos»[20].
24. Reconozcamos igualmente que, «a pesar de
que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a
la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para
combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas —niños, hombres y
mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en
condiciones similares a la esclavitud. […] Hoy como ayer, en la raíz de la
esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite que
pueda ser tratada como un objeto. […] La persona humana, creada a imagen y
semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser
propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o
psicológica; es tratada como un medio y no como un fin». Las redes criminales
«utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a
jóvenes y niños en todas las partes del mundo»[21]. La aberración no tiene límites cuando
se somete a mujeres, luego forzadas a abortar. Un acto abominable que llega
incluso al secuestro con el fin de vender sus órganos. Esto convierte a la
trata de personas y a otras formas actuales de esclavitud en un problema
mundial que necesita ser tomado en serio por la humanidad en su conjunto,
porque «como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr
sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo
conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la
sociedad»[22].
Conflicto y miedo
25. Guerras, atentados, persecuciones por
motivos raciales o religiosos, y tantas afrentas contra la dignidad humana se
juzgan de diversas maneras según convengan o no a determinados intereses,
fundamentalmente económicos. Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso
deja de serlo cuando ya no le beneficia. Estas situaciones de violencia van
«multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las
formas de la que podría llamar una “tercera guerra mundial en etapas”»[23].
26. Esto no llama la atención si advertimos
la ausencia de horizontes que nos congreguen, porque en toda guerra lo que
aparece en ruinas es «el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación
de la familia humana», por lo que «cualquier situación de amenaza alimenta la
desconfianza y el repliegue»[24]. Así, nuestro mundo avanza en una
dicotomía sin sentido con la pretensión de «garantizar la estabilidad y la paz
en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y
desconfianza»[25].
27. Paradójicamente, hay miedos ancestrales
que no han sido superados por el desarrollo tecnológico; es más, han sabido
esconderse y potenciarse detrás de nuevas tecnologías. Aun hoy, detrás de la
muralla de la antigua ciudad está el abismo, el territorio de lo desconocido,
el desierto. Lo que proceda de allí no es confiable porque no es conocido, no
es familiar, no pertenece a la aldea. Es el territorio de lo “bárbaro”, del
cual hay que defenderse a costa de lo que sea. Por consiguiente, se crean
nuevas barreras para la autopreservación, de manera que deja de existir el
mundo y únicamente existe “mi” mundo, hasta el punto de que muchos dejan de ser
considerados seres humanos con una dignidad inalienable y pasan a ser sólo
“ellos”. Reaparece «la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar
muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con
otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien
construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha
construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad»[26].
28. La soledad, los miedos y la inseguridad
de tantas personas que se sienten abandonadas por el sistema, hacen que se vaya
creando un terreno fértil para las mafias. Porque ellas se afirman
presentándose como “protectoras” de los olvidados, muchas veces a través de
diversas ayudas, mientras persiguen sus intereses criminales. Hay una pedagogía
típicamente mafiosa que, con una falsa mística comunitaria, crea lazos de
dependencia y de subordinación de los que es muy difícil liberarse.
Globalización y progreso sin un rumbo común
29. Con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb no
ignoramos los avances positivos que se dieron en la ciencia, la tecnología, la
medicina, la industria y el bienestar, sobre todo en los países desarrollados.
No obstante, «subrayamos que, junto a tales progresos históricos, grandes y
valiosos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción
internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de
responsabilidad. Todo eso contribuye a que se difunda una sensación general de
frustración, de soledad y de desesperación. […] Nacen focos de tensión y se
acumulan armas y municiones, en una situación mundial dominada por la
incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro y controlada por intereses
económicos miopes». También señalamos «las fuertes crisis políticas, la injusticia
y la falta de una distribución equitativa de los recursos naturales. […] Con
respecto a las crisis que llevan a la muerte a millones de niños, reducidos ya
a esqueletos humanos —a causa de la pobreza y del hambre—, reina un silencio
internacional inaceptable»[27]. Ante este panorama, si bien nos
cautivan muchos avances, no advertimos un rumbo realmente humano.
30. En el mundo actual los sentimientos de
pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos
la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una
indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se
esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y
olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los
grandes valores fraternos lleva «a una especie de cinismo. Esta es la tentación
que nosotros tenemos delante, si vamos por este camino de la desilusión o de la
decepción. […] El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios
intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación,
sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no;
cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí»[28].
31. En este mundo que corre sin un rumbo
común, se respira una atmósfera donde «la distancia entre la obsesión por el
propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal
punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre
el individuo y la comunidad humana. […] Porque una cosa es sentirse obligados a
vivir juntos, y otra muy diferente es apreciar la riqueza y la belleza de las
semillas de la vida en común que hay que buscar y cultivar juntos»[29]. Avanza la tecnología sin pausa,
pero «¡qué bonito sería si al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas
correspondiera también una equidad y una inclusión social cada vez mayores!
¡Qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos,
volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita
alrededor de mí!»[30].
Las pandemias y otros flagelos de la historia
32. Es verdad que una tragedia global como la
pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una
comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica
a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse
juntos. Por eso dije que «la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y
deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos
construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con
la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que
disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al
descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni
queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos»[31].
33. El mundo avanzaba de manera implacable
hacia una economía que, utilizando los avances tecnológicos, procuraba reducir
los “costos humanos”, y algunos pretendían hacernos creer que bastaba la
libertad de mercado para que todo estuviera asegurado. Pero el golpe duro e
inesperado de esta pandemia fuera de control obligó por la fuerza a volver a
pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos. Hoy
podemos reconocer que «nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza
y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado
de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el
resultado rápido y seguro y nos vemos abrumados por la impaciencia y la
ansiedad. Presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la
realidad»[32]. El dolor, la incertidumbre, el temor y
la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el
llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la
organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra
existencia.
34. Si todo está conectado, es difícil pensar
que este desastre mundial no tenga relación con nuestro modo de enfrentar la
realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que
existe. No quiero decir que se trata de una suerte de castigo divino. Tampoco
bastaría afirmar que el daño causado a la naturaleza termina cobrándose
nuestros atropellos. Es la realidad misma que gime y se rebela. Viene a la
mente el célebre verso del poeta Virgilio que evoca las lágrimas de las cosas o
de la historia[33].
35. Pero olvidamos rápidamente las lecciones
de la historia, «maestra de vida»[34]. Pasada la crisis sanitaria, la peor
reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas
de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino
sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia
del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los
ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de
sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea
inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos
definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para
que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las
voces, más allá de las fronteras que hemos creado.
36. Si no logramos recuperar la pasión
compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual
destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá
ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío. Además, no se
debería ignorar ingenuamente que «la obsesión por un estilo de vida consumista,
sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[35]. El “sálvese quien pueda” se traducirá
rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia.
Sin dignidad humana en las fronteras
37. Tanto desde algunos regímenes políticos
populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay
que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se
argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen
fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de
estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas vidas que se
desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de catástrofes
naturales. Otros, con todo derecho, «buscan oportunidades para ellos y para sus
familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las condiciones para que se
haga realidad»[36].
38. Lamentablemente, otros son «atraídos por
la cultura occidental, a veces con expectativas poco realistas que los exponen
a grandes desilusiones. Traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados a los
cárteles de la droga y de las armas, explotan la situación de debilidad de los
inmigrantes, que a lo largo de su viaje con demasiada frecuencia experimentan
la violencia, la trata de personas, el abuso psicológico y físico, y
sufrimientos indescriptibles»[37]. Los que emigran «tienen que separarse
de su propio contexto de origen y con frecuencia viven un desarraigo cultural y
religioso. La fractura también concierne a las comunidades de origen, que
pierden a los elementos más vigorosos y emprendedores, y a las familias, en
particular cuando emigra uno de los padres o ambos, dejando a los hijos en el
país de origen»[38]. Por consiguiente, también «hay que
reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las condiciones para
permanecer en la propia tierra»[39].
39. Para colmo «en algunos países de llegada,
los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y
explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de
gente cerrada y replegada sobre sí misma».[40]. Los migrantes no son considerados
suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y
se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo
tanto, deben ser «protagonistas de su propio rescate»[41]. Nunca se dirá que no son humanos pero,
en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se
los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable
que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo
prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas
convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana
más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno.
40. «Las migraciones constituirán un
elemento determinante del futuro del mundo»[42]. Pero hoy están afectadas por una
«pérdida de ese “sentido de la responsabilidad fraterna”, sobre el que se basa
toda sociedad civil»[43]. Europa, por ejemplo, corre serios
riesgos de ir por esa senda. Sin embargo, «inspirándose en su gran patrimonio
cultural y religioso, tiene los instrumentos necesarios para defender la
centralidad de la persona humana y encontrar un justo equilibrio entre el deber
moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el
de garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes»[44].
41. Comprendo que ante las personas migrantes
algunos tengan dudas y sientan temores. Lo entiendo como parte del instinto
natural de autodefensa. Pero también es verdad que una persona y un pueblo sólo
son fecundos si saben integrar creativamente en su interior la apertura a los
otros. Invito a ir más allá de esas reacciones primarias, porque «el problema
es cuando esas dudas y esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de
actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás,
sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la
capacidad de encuentro con el otro»[45].
La ilusión de la comunicación
42. Paradójicamente, mientras se desarrollan
actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran ante los otros, se acortan
o desaparecen las distancias hasta el punto de que deja de existir el derecho a
la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser
espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la
comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en
objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera
anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo
que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir
su vida hasta el extremo.
43. Por otra parte, los movimientos digitales de odio y
destrucción no constituyen —como algunos pretenden hacer creer— una forma
adecuada de cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un enemigo. En cambio,
«los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia,
de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta,
obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas»[46]. Hacen falta gestos físicos, expresiones
del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las
manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la
comunicación humana. Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo
de una amistad, de una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que
madura con el tiempo, tienen apariencia de sociabilidad. No construyen
verdaderamente un “nosotros” sino que suelen disimular y amplificar el mismo
individualismo que se expresa en la xenofobia y en el desprecio de los débiles.
La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la
humanidad.
Agresividad sin pudor
44. Al mismo tiempo que las personas
preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen una vinculación constante
y febril. Esto favorece la ebullición de formas insólitas de agresividad, de
insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la
figura del otro, en un desenfreno que no podría existir en el contacto cuerpo a
cuerpo sin que termináramos destruyéndonos entre todos. La agresividad social
encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación
sin igual.
45. Ello ha permitido que las ideologías
pierdan todo pudor. Lo que hasta hace pocos años no podía ser dicho por alguien
sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo, hoy puede ser expresado con
toda crudeza aun por algunas autoridades políticas y permanecer impune. No cabe
ignorar que «en el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos,
capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando
mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático. El
funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro
entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación
entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de
informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios»[47].
46. Conviene reconocer que los fanatismos que
llevan a destruir a otros son protagonizados también por personas religiosas,
sin excluir a los cristianos, que «pueden formar parte de redes de violencia
verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio
digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen
naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y
respeto por la fama ajena»[48]. ¿Qué se aporta así a la fraternidad que
el Padre común nos propone?
Información sin sabiduría
47. La verdadera sabiduría supone el
encuentro con la realidad. Pero hoy todo se puede producir, disimular, alterar.
Esto hace que el encuentro directo con los límites de la realidad se vuelva
intolerable. Como consecuencia, se opera un mecanismo de “selección” y se crea
el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta de lo que no me gusta, lo
atractivo de lo feo. Con la misma lógica se eligen las personas con las que uno
decide compartir el mundo. Así las personas o situaciones que herían nuestra
sensibilidad o nos provocaban desagrado hoy sencillamente son eliminadas en las
redes virtuales, construyendo un círculo virtual que nos aísla del entorno en
el que vivimos.
48. El sentarse a escuchar a otro,
característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de
quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el
propio círculo. Pero «el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo. […] A
veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo
que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo
interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir. No
hay que perder la capacidad de escucha». San Francisco de Asís «escuchó la voz
de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la voz
de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida. Deseo que la
semilla de san Francisco crezca en tantos corazones»[49].
49. Al desaparecer el silencio y la escucha,
convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo
esta estructura básica de una sabia comunicación humana. Se crea un nuevo
estilo de vida donde uno construye lo que quiere tener delante, excluyendo todo
aquello que no se pueda controlar o conocer superficial e instantáneamente.
Esta dinámica, por su lógica intrínseca, impide la reflexión serena que podría
llevarnos a una sabiduría común.
50. Podemos buscar juntos la verdad en el
diálogo, en la conversación reposada o en la discusión apasionada. Es un camino
perseverante, hecho también de silencios y de sufrimientos, capaz de recoger
con paciencia la larga experiencia de las personas y de los pueblos. El cúmulo abrumador
de información que nos inunda no significa más sabiduría. La sabiduría no se
fabrica con búsquedas ansiosas por internet, ni es una sumatoria de información
cuya veracidad no está asegurada. De ese modo no se madura en el encuentro con
la verdad. Las conversaciones finalmente sólo giran en torno a los últimos
datos, son meramente horizontales y acumulativas. Pero no se presta una
detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo
que es esencial para darle un sentido a la existencia. Así, la libertad es una
ilusión que nos venden y que se confunde con la libertad de navegar frente a
una pantalla. El problema es que un camino de fraternidad, local y universal,
sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales.
Sometimientos y autodesprecios
51. Algunos países exitosos desde el punto de
vista económico son presentados como modelos culturales para los países poco
desarrollados, en lugar de procurar que cada uno crezca con su estilo propio,
para que desarrolle sus capacidades de innovar desde los valores de su cultura.
Esta nostalgia superficial y triste, que lleva a copiar y comprar en lugar de
crear, da espacio a una autoestima nacional muy baja. En los sectores
acomodados de muchos países pobres, y a veces en quienes han logrado salir de
la pobreza, se advierte la incapacidad de aceptar características y procesos
propios, cayendo en un menosprecio de la propia identidad cultural como si
fuera la única causa de los males.
52. Destrozar la autoestima de alguien es una
manera fácil de dominarlo. Detrás de estas tendencias que buscan homogeneizar
el mundo, afloran intereses de poder que se benefician del bajo aprecio de sí,
al tiempo que, a través de los medios y de las redes se intenta crear una nueva
cultura al servicio de los más poderosos. Esto es aprovechado por el ventajismo
de la especulación financiera y la expoliación, donde los pobres son los que
siempre pierden. Por otra parte, ignorar la cultura de un pueblo hace que
muchos líderes políticos no logren implementar un proyecto eficiente que pueda
ser libremente asumido y sostenido en el tiempo.
53. Se olvida que «no existe peor alienación
que experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie. Una
tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana
sólo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que
cree lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades
que la conforman; y también en la medida que rompa los círculos que aturden los
sentidos alejándonos cada vez más los unos de los otros»[50].
Esperanza
54. A pesar de estas sombras densas que no
conviene ignorar, en las próximas páginas quiero hacerme eco de tantos caminos
de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La
reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y
compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida.
Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por
personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos
decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras,
farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza,
cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar
servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas…
comprendieron que nadie se salva solo[51].
55. Invito a la esperanza, que «nos habla de
una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano,
independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos
históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo
de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el
corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la
belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá
de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que
estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más
bella y digna»[52]. Caminemos en esperanza.
Capítulo segundo
UN EXTRANO EN EL CAMINO
56. Todo lo que mencioné en el capítulo
anterior es más que una aséptica descripción de la realidad, ya que «los gozos
y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro
tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y
esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»[53]. En el intento de buscar una luz en
medio de lo que estamos viviendo, y antes de plantear algunas líneas de acción,
propongo dedicar un capítulo a una parábola dicha por Jesucristo hace dos mil
años. Porque, si bien esta carta está dirigida a todas las personas de buena
voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de
tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella.
«Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para
ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”.
Jesús le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”.
Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo”.
Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero ahora practícalo y vivirás”.
El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es
mi prójimo?”. Jesús tomó la palabra y dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes, después de despojarlo de todo
y herirlo, se fueron, dejándolo por muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba
por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Igual hizo un
levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En cambio, un
samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo,
se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con
aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un
albergue y se quedó cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño del
albergue dos monedas de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo
pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como
prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” El maestro de la Ley
respondió: “El que lo trató con misericordia”. Entonces Jesús le dijo: “Tienes
que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).
El trasfondo
57. Esta parábola recoge un trasfondo de
siglos. Poco después de la narración de la creación del mundo y del ser humano,
la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre nosotros. Caín destruye a
su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?»
(Gn 4,9). La respuesta es la misma que frecuentemente damos nosotros:
«¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (ibíd.). Al preguntar, Dios cuestiona
todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia
como única respuesta posible. Nos habilita, por el contrario, a crear una
cultura diferente que nos oriente a superar las enemistades y a cuidarnos unos
a otros.
58. El libro de Job acude al hecho de tener
un mismo Creador como base para sostener algunos derechos comunes: «¿Acaso el
que me formó en el vientre no lo formó también a él y nos modeló del mismo modo
en la matriz?» (31,15). Muchos siglos después, san Ireneo lo expresará con la
imagen de la melodía: «El amante de la verdad no debe dejarse engañar por el intervalo
particular de cada tono, ni suponer un creador para uno y otro para otro […],
sino uno solo»[54].
59. En las tradiciones judías, el imperativo
de amar y cuidar al otro parecía restringirse a las relaciones entre los
miembros de una misma nación. El antiguo precepto «amarás a tu prójimo como a
ti mismo» (Lv 19,18) se entendía ordinariamente como referido a los
connacionales. Sin embargo, especialmente en el judaísmo que se desarrolló
fuera de la tierra de Israel, los confines se fueron ampliando. Apareció la
invitación a no hacer a los otros lo que no quieres que te hagan (cf. Tb 4,15).
El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía al respecto: «Esto es la Ley y los
Profetas. Todo lo demás es comentario»[55]. El deseo de imitar las actitudes
divinas llevó a superar aquella tendencia a limitarse a los más cercanos: «La
misericordia de cada persona se extiende a su prójimo, pero la misericordia del
Señor alcanza a todos los vivientes» (Si 18,13).
60. En el Nuevo Testamento, el precepto de
Hillel se expresó de modo positivo: «Traten en todo a los demás como ustedes
quieran ser tratados, porque en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12).
Este llamado es universal, tiende a abarcar a todos, sólo por su condición
humana, porque el Altísimo, el Padre celestial «hace salir el sol sobre malos y
buenos» (Mt 5,45). Como consecuencia se reclama: «Sean misericordiosos así
como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).
61. Hay una motivación para ampliar el corazón
de manera que no excluya al extranjero, que puede encontrarse ya en los textos
más antiguos de la Biblia. Se debe al constante recuerdo del pueblo judío de
haber vivido como forastero en Egipto:
«No maltratarás ni oprimirás al migrante que reside en tu
territorio, porque ustedes fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 22,20).
«No oprimas al migrante: ustedes saben lo que es ser
migrante, porque fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 23,9).
«Si un migrante viene a residir entre ustedes, en su tierra,
no lo opriman. El migrante residente será para ustedes como el compatriota; lo
amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron migrantes en el país de Egipto»(Lv 19,33-34).
«Si cosechas tu viña, no vuelvas a por más uvas. Serán para
el migrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de
Egipto»(Dt 24,21-22).
En el Nuevo Testamento resuena con fuerza el llamado al amor
fraterno:
«Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo»(Ga 5,14).
«Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.
Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las tinieblas» (1
Jn 2,10-11).
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida,
porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte» (1
Jn 3,14).
«Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve»(1 Jn 4,20).
62. Aun esta propuesta de amor podía
entenderse mal. Por algo, frente a la tentación de las primeras comunidades
cristianas de crear grupos cerrados y aislados, san Pablo exhortaba a sus
discípulos a tener caridad entre ellos «y con todos» (1 Ts 3,12), y
en la comunidad de Juan se pedía que los hermanos fueran bien recibidos,
«incluso los que están de paso» (3 Jn 5). Este contexto ayuda a
comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le importa
si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las
cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite
construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor
que sabe de compasión y de dignidad»[56].
El abandonado
63. Jesús cuenta que había un hombre herido,
tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero
huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la
sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común. No fueron
capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar
ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso
también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en
este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus
planes para aprovechar aquel día según sus necesidades, compromisos o deseos.
Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo lo
consideró digno de dedicarle su tiempo.
64. ¿Con quién te identificas? Esta pregunta
es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces? Nos hace falta
reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás;
especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos,
aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y
débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el
costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean
directamente.
65. Asaltan a una persona en la calle, y
muchos escapan como si no hubieran visto nada. Frecuentemente hay personas que
atropellan a alguien con su automóvil y huyen. Sólo les importa evitar
problemas, no les interesa si un ser humano se muere por su culpa. Pero estos
son signos de un estilo de vida generalizado, que se manifiesta de diversas
maneras, quizás más sutiles. Además, como todos estamos muy concentrados en nuestras
propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque
no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son
síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al
dolor.
66. Mejor no caer en esa miseria. Miremos el
modelo del buen samaritano. Es un texto que nos invita a que resurja nuestra
vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un
nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley
fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del
bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden
político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano. Con sus
gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada uno de nosotros
está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de
encuentro»[57].
67. Esta parábola es un ícono iluminador,
capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para
reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la
única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al
lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin
compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra
con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y
mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija
una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan
al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la parábola nos advierte
sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen
cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana.
68. El relato, digámoslo claramente, no
desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se circunscribe a la
funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una característica
esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido hechos para la
plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir
indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de
la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad
para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.
Una historia que se repite
69. La narración es sencilla y lineal, pero
tiene toda la dinámica de esa lucha interna que se da en la elaboración de
nuestra identidad, en toda existencia lanzada al camino para realizar la
fraternidad humana. Puestos en camino nos chocamos, indefectiblemente, con el
hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay heridos. La inclusión o la exclusión de
la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos
económicos, políticos, sociales y religiosos. Enfrentamos cada día la opción de
ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo. Y si
extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a lo ancho y largo
del mundo, todos somos o hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo
de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen
samaritano.
70. Es notable cómo las diferencias de los
personajes del relato quedan totalmente transformadas al confrontarse con la
dolorosa manifestación del caído, del humillado. Ya no hay distinción entre
habitante de Judea y habitante de Samaría, no hay sacerdote ni comerciante;
simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las
que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que
distraen su mirada y aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples máscaras,
nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos
inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos
para cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío presente, al que no
hemos de tenerle miedo. En los momentos de crisis la opción se vuelve
acuciante: podríamos decir que, en este momento, todo el que no es salteador o
todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus
hombros a algún herido.
71. La historia del buen samaritano se
repite: se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de
muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas
e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados,
tirados a un costado del camino. En su parábola, Jesús no plantea vías
alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel malherido o del que lo ayudó, si
la ira o la sed de venganza hubieran ganado espacio en sus corazones? Él confía
en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera
al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre.
Los personajes
72. La parábola comienza con los salteadores.
El punto de partida que elige Jesús es un asalto ya consumado. No hace que nos detengamos
a lamentar el hecho, no dirige nuestra mirada hacia los salteadores. Los
conocemos. Hemos visto avanzar en el mundo las densas sombras del abandono, de
la violencia utilizada con mezquinos intereses de poder, acumulación y
división. La pregunta podría ser: ¿Dejaremos tirado al que está lastimado para
correr cada uno a guarecerse de la violencia o a perseguir a los ladrones?
¿Será el herido la justificación de nuestras divisiones irreconciliables, de
nuestras indiferencias crueles, de nuestros enfrentamientos internos?
73. Luego la parábola nos hace poner la
mirada claramente en los que pasan de largo. Esta peligrosa indiferencia de no
detenerse, inocente o no, producto del desprecio o de una triste distracción,
hace de los personajes del sacerdote y del levita un no menos triste reflejo de
esa distancia cercenadora que se pone frente a la realidad. Hay muchas maneras
de pasar de largo que se complementan: una es ensimismarse, desentenderse de
los demás, ser indiferentes. Otra sería sólo mirar hacia afuera. Respecto a
esta última manera de pasar de largo, en algunos países, o en ciertos sectores
de estos, hay un desprecio de los pobres y de su cultura, y un vivir con la
mirada puesta hacia fuera, como si un proyecto de país importado intentara
forzar su lugar. Así se puede justificar la indiferencia de algunos, porque
aquellos que podrían tocarles el corazón con sus reclamos simplemente no
existen. Están fuera de su horizonte de intereses.
74. En los que pasan de largo hay un detalle
que no podemos ignorar; eran personas religiosas. Es más, se dedicaban a dar
culto a Dios: un sacerdote y un levita. Esto es un fuerte llamado de atención,
indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a
Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe
le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más
dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la
apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica
apertura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad
este desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean honrar el cuerpo de
Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí,
en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y
desnudez»[58]. La paradoja es que a veces, quienes dicen
no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes.
75. Los “salteadores del camino” suelen tener
como aliados secretos a los que “pasan por el camino mirando a otro lado”. Se
cierra el círculo entre los que usan y engañan a la sociedad para esquilmarla,
y los que creen mantener la pureza en su función crítica, pero al mismo tiempo
viven de ese sistema y de sus recursos. Hay una triste hipocresía cuando la
impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o
corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a una permanente
descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que hace cundir la
desconfianza y la perplejidad. El engaño del “todo está mal” es respondido con
un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre
el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y
de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo
perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses
ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar.
76. Miremos finalmente al hombre herido. A
veces nos sentimos como él, malheridos y tirados al costado del camino. Nos
sentimos también desamparados por nuestras instituciones desarmadas y
desprovistas, o dirigidas al servicio de los intereses de unos pocos, de afuera
y de adentro. Porque «en la sociedad globalizada, existe un estilo elegante de
mirar para otro lado que se practica recurrentemente: bajo el ropaje de lo
políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que sufre sin
tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia
tolerante y repleto de eufemismos»[59].
Recomenzar
77. Cada día se nos ofrece una nueva
oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos
gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de
iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la
rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran
oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos
samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar
odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo
falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes
e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído; aunque
muchas veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los
violentos, de los que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión
y la mentira. Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus
juegos de poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.
78. Es posible comenzar de abajo y de a uno,
pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del
mundo, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del
herido. Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde
sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo lo bueno que Dios
ha sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades que parecen enormes
son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que
favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos, individualmente. El
samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel hombre, como
nosotros estamos invitados a convocar y encontrarnos en un “nosotros” que
sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades; recordemos que «el
todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas».[60] Renunciemos a la mezquindad y al
resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin.
Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros
crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación reparadora nos resucitará, y
nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los demás.
79. El samaritano del camino se fue sin
esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la gran
satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos
responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de
la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y
de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad
del buen samaritano.
El prójimo sin fronteras
80. Jesús propuso esta parábola para
responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra “prójimo” en la
sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más cercano, próximo. Se
entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al que pertenece al
propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos judíos de aquella
época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo tanto no se lo
incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar. El judío Jesús
transforma completamente este planteamiento: no nos invita a preguntarnos
quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros
cercanos, prójimos.
81. La propuesta es la de hacerse presentes
ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de
pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del
judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras
culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y
hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de lado toda
diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces,
ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento
llamado a volverme yo un prójimo de los otros.
82. El problema es que Jesús destaca, a
propósito, que el hombre herido era un judío —habitante de Judea— mientras
quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano —habitante de Samaría—. Este
detalle tiene una importancia excepcional para reflexionar sobre un amor que se
abre a todos. Los samaritanos habitaban una región que había sido contagiada
por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía impuros, detestables,
peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a naciones odiadas,
se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una nación» (Si 50,25),
y agrega que es «el pueblo necio que reside en Siquén» (v. 26).
83. Esto explica por qué una mujer
samaritana, cuando Jesús le pidió de beber, respondió enfáticamente: «¿Cómo tú,
siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Jn 4,9).
Quienes buscaban acusaciones que pudieran desacreditar a Jesús, lo más ofensivo
que encontraron fue decirle «endemoniado» y «samaritano» (Jn 8,48). Por lo
tanto, este encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una
potente interpelación, que desmiente toda manipulación ideológica, para que
ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una
dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras
históricas o culturales, todos los intereses mezquinos.
La interpelación del forastero
84. Finalmente, recuerdo que en otra parte
del Evangelio Jesús dice: «Fui forastero y me recibieron» (Mt 25,35).
Jesús podía decir esas palabras porque tenía un corazón abierto que hacía suyos
los dramas de los demás. San Pablo exhortaba: «Alégrense con los que están
alegres y lloren con los que lloran» (Rm 12,15). Cuando el corazón asume
esa actitud, es capaz de identificarse con el otro sin importarle dónde ha
nacido o de dónde viene. Al entrar en esta dinámica, en definitiva experimenta
que los demás son «su propia carne» (Is 58,7).
85. Para los cristianos, las palabras de
Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo
Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En
realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro,
porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con
un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita»[61]. A esto se agrega que creemos que Cristo
derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su
amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios,
nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de
toda vida en común. La teología continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión
sobre esta gran verdad.
86. A veces me asombra que, con semejantes
motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo condenar
contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia. Hoy, con el
desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no tenemos excusas. Sin
embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados
por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos,
actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son
diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un sentido
crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente cuando
comienzan a insinuarse. Para ello es importante que la catequesis y la
predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia,
la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable
dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos.
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
87. Un ser humano está hecho de tal manera
que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en
la entrega sincera de sí mismo a los demás»[62]. Ni siquiera llega a reconocer a fondo
su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: «Sólo me comunico
realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro»[63]. Esto explica por qué nadie puede
experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay
un secreto de la verdadera existencia humana, porque «la vida subsiste donde
hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte
cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el
contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y
vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte»[64].
Más allá
88. Desde la intimidad de cada corazón, el
amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma
hacia el otro[65]. Hechos para el amor, hay en cada uno de
nosotros «una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un
crecimiento de su ser»[66]. Por ello «en cualquier caso el hombre
tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo»[67].
89. Pero no puedo reducir mi vida a la
relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es
imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual
sino también el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida. Mi
relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive
sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella. Nuestra
relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y
enriquecen. El más noble sentido social hoy fácilmente queda anulado detrás de
intimismos egoístas con apariencia de relaciones intensas. En cambio, el amor
que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles de la amistad,
residen en corazones que se dejan completar. La pareja y el amigo son para
abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros
mismos hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las parejas
autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el mundo,
suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación.
90. Por algo muchas pequeñas poblaciones que
sobrevivían en zonas desérticas desarrollaron una generosa capacidad de acogida
ante los peregrinos que pasaban, y acuñaron el sagrado deber de la
hospitalidad. Lo vivieron también las comunidades monásticas medievales, como
se advierte en la Regla de san Benito. Aunque pudiera desestructurar el orden y
el silencio de los monasterios, Benito reclamaba que a los pobres y peregrinos
se los tratara «con el máximo cuidado y solicitud»[68]. La hospitalidad es un modo concreto de
no privarse de este desafío y de este don que es el encuentro con la humanidad
más allá del propio grupo. Aquellas personas percibían que todos los valores
que podían cultivar debían estar acompañados por esta capacidad de trascenderse
en una apertura a los otros.
El valor único del amor
91. Las personas pueden desarrollar algunas
actitudes que presentan como valores morales: fortaleza, sobriedad,
laboriosidad y otras virtudes. Pero para orientar adecuadamente los actos de
las distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué medida
estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas. Ese
dinamismo es la caridad que Dios infunde. De otro modo, quizás tendremos sólo
apariencia de virtudes, que serán incapaces de construir la vida en común. Por
ello decía santo Tomás de Aquino —citando a san Agustín— que la templanza de
una persona avara ni siquiera es virtuosa[69]. San Buenaventura, con otras palabras,
explicaba que las otras virtudes, sin la caridad, estrictamente no cumplen los
mandamientos «como Dios los entiende»[70].
92. La altura espiritual de una vida humana está marcada por
el amor, que es «el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración
positiva o negativa de una vida humana»[71]. Sin embargo, hay creyentes que piensan
que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la
defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos
los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca
debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).
93. En un intento de precisar en qué consiste
la experiencia de amar que Dios hace posible con su gracia, santo Tomás de
Aquino la explicaba como un movimiento que centra la atención en el otro
«considerándolo como uno consigo»[72]. La atención afectiva que se presta al
otro, provoca una orientación a buscar su bien gratuitamente. Todo esto parte
de un aprecio, de una valoración, que en definitiva es lo que está detrás de la
palabra “caridad”: el ser amado es “caro” para mí, es decir, «es estimado como
de alto valor»[73]. Y «del amor por el cual a uno le es
grata la otra persona depende que le dé algo gratis»[74].
94. El amor implica entonces algo más que una
serie de acciones benéficas. Las acciones brotan de una unión que inclina más y
más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las
apariencias físicas o morales. El amor al otro por ser quien es, nos mueve a
buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos
haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad
abierta a todos.
La creciente apertura del amor
95. El amor nos pone finalmente en tensión
hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose.
Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad
de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las
periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos
ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
96. Esta necesidad de ir más allá de los
propios límites vale también para las distintas regiones y países. De hecho,
«el número cada vez mayor de interdependencias y de comunicaciones que se
entrecruzan en nuestro planeta hace más palpable la conciencia de que todas las
naciones de la tierra […] comparten un destino común. En los dinamismos de la
historia, a pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, vemos
sembrada la vocación de formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen
recíprocamente y se preocupan los unos de los otros»[75].
Sociedades abiertas que integran a todos
97. Hay periferias que están cerca de
nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un
aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial.
Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a aquellos que
espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de
mí. Por otra parte, cada hermana y hermano que sufre, abandonado o ignorado por
mi sociedad es un forastero existencial, aunque haya nacido en el mismo país.
Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero lo hacen sentir como un
extranjero en su propia tierra. El racismo es un virus que muta fácilmente y en
lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho.
98. Quiero recordar a esos “exiliados ocultos”
que son tratados como cuerpos extraños en la sociedad[76]. Muchas personas con discapacidad
«sienten que existen sin pertenecer y sin participar». Hay todavía mucho «que
les impide tener una ciudadanía plena». El objetivo no es sólo cuidarlos, sino
«que participen activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino
exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de
conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e
irrepetible». Igualmente pienso en «los ancianos, que, también por su
discapacidad, a veces se sienten como una carga». Sin embargo, todos pueden dar
«una contribución singular al bien común a través de su biografía original». Me
permito insistir: «Tengan el valor de dar voz a quienes son discriminados por
su discapacidad, porque desgraciadamente en algunas naciones, todavía hoy, se
duda en reconocerlos como personas de igual dignidad»[77].
Comprensiones inadecuadas de un amor universal
99. El amor que se extiende más allá de las
fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad social” en cada ciudad o en
cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una
condición de posibilidad de una verdadera apertura universal. No se trata del
falso universalismo de quien necesita viajar constantemente porque no soporta
ni ama a su propio pueblo. Quien mira a su pueblo con desprecio, establece en
su propia sociedad categorías de primera o de segunda clase, de personas con más
o menos dignidad y derechos. De esta manera niega que haya lugar para todos.
100. Tampoco estoy proponiendo un
universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado por algunos y
presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar, dominar y expoliar.
Hay un modelo de globalización que «conscientemente apunta a la uniformidad
unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una
búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización pretende igualar a
todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la
particularidad de cada persona y de cada pueblo»[78]. Ese falso sueño universalista termina
quitando al mundo su variado colorido, su belleza y en definitiva su humanidad.
Porque «el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a
mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar.
Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz
sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos»[79].
Trascender un mundo de socios
101. Retomemos ahora aquella parábola del
buen samaritano que todavía tiene mucho para proponernos. Había un hombre
herido en el camino. Los personajes que pasaban a su lado no se concentraban en
este llamado interior a volverse cercanos, sino en su función, en el lugar
social que ellos ocupaban, en una profesión relevante en la sociedad. Se
sentían importantes para la sociedad del momento y su urgencia era el rol que
les tocaba cumplir. El hombre herido y abandonado en el camino era una molestia
para ese proyecto, una interrupción, y a su vez era alguien que no cumplía
función alguna. Era un nadie, no pertenecía a una agrupación que se considerara
destacable, no tenía función alguna en la construcción de la historia. Mientras
tanto, el samaritano generoso se resistía a estas clasificaciones cerradas,
aunque él mismo quedaba fuera de cualquiera de estas categorías y era
sencillamente un extraño sin un lugar propio en la sociedad. Así, libre de todo
rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto,
de estar disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo
necesitaba.
102. ¿Qué reacción podría provocar hoy esa
narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales
que se aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a
quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia
extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y
autorreferencial? En ese esquema queda excluida la posibilidad de volverse
prójimo, y sólo es posible ser prójimo de quien permita asegurar los beneficios
personales. Así la palabra “prójimo” pierde todo significado, y únicamente
cobra sentido la palabra “socio”, el asociado por determinados intereses[80].
Libertad, igualdad y fraternidad
103. La fraternidad no es sólo resultado de
condiciones de respeto a las libertades individuales, ni siquiera de cierta
equidad administrada. Si bien son condiciones de posibilidad no bastan para que
ella surja como resultado necesario. La fraternidad tiene algo positivo que
ofrecer a la libertad y a la igualdad. ¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada
conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad, traducida en una
educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la
reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores? Lo que sucede es que la libertad
enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para
pertenecer a alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en
absoluto la riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor.
104. Tampoco la igualdad se logra definiendo
en abstracto que “todos los seres humanos son iguales”, sino que es el
resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad. Los que
únicamente son capaces de ser socios crean mundos cerrados. ¿Qué sentido puede
tener en este esquema esa persona que no pertenece al círculo de los socios y
llega soñando con una vida mejor para sí y para su familia?
105. El individualismo no nos hace más
libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales
no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede
preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el
individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace
creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si
acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien
común.
Amor universal que promueve a las personas
106. Hay un reconocimiento básico, esencial
para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir
cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier
circunstancia. Si cada uno vale tanto, hay que decir con claridad y firmeza que
«el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor
desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad»[81]. Este es un principio elemental de la
vida social que suele ser ignorado de distintas maneras por quienes sienten que
no aporta a su cosmovisión o no sirve a sus fines.
107. Todo ser humano tiene derecho a vivir
con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser
negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido
o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como
persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de
su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para
la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad.
108. Hay sociedades que acogen parcialmente
este principio. Aceptan que haya posibilidades para todos, pero sostienen que a
partir de allí todo depende de cada uno. Desde esa perspectiva parcial no
tendría sentido «invertir para que los lentos, débiles o menos dotados
puedan abrirse camino en la vida»[82]. Invertir a favor de los frágiles puede
no ser rentable, puede implicar menor eficiencia. Exige un Estado presente y
activo, e instituciones de la sociedad civil que vayan más allá de la libertad
de los mecanismos eficientistas de determinados sistemas económicos, políticos
o ideológicos, porque realmente se orientan en primer lugar a las personas y al
bien común.
109. Algunos nacen en familias de buena
posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen
naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado
activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla
para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar
extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad
y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades. Si la
sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de
la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión
romántica más.
110. El hecho es que «una libertad económica
sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan
acceder realmente a ella […] se convierte en un discurso contradictorio»[83]. Palabras como libertad, democracia o
fraternidad se vacían de sentido. Porque el hecho es que «mientras nuestro
sistema económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona
descartada, no habrá una fiesta de fraternidad universal»[84].Una sociedad humana y fraterna es capaz
de preocuparse para garantizar de modo eficiente y estable que todos sean
acompañados en el recorrido de sus vidas, no sólo para asegurar sus necesidades
básicas, sino para que puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea
el mejor, aunque vayan lento, aunque su eficiencia sea poco destacada.
111. La persona humana, con sus derechos
inalienables, está naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz
reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con otros. Por eso
«es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer
de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de
los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación
siempre más amplia de los derechos individuales —estoy tentado de decir
individualistas—, que esconde una concepción de persona humana desligada de
todo contexto social y antropológico, casi como una “mónada” (monás), cada vez
más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al
bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente,
se transforma en fuente de conflictos y de violencias»[85].
Promover el bien moral
112. No podemos dejar de decir que el deseo
y la búsqueda del bien de los demás y de toda la humanidad implican también
procurar una maduración de las personas y de las sociedades en los distintos
valores morales que lleven a un desarrollo humano integral. En el Nuevo
Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22),
expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la
búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los
demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los
valores y no sólo el bienestar material. Hay una expresión latina
semejante: bene-volentia, que significa la actitud de querer el bien del
otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno
y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas,
sublimes, edificantes.
113. En esta línea, vuelvo a destacar con
dolor que «ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la
ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir
que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo
fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para
preservar los propios intereses»[86]. Volvamos a promover el bien, para
nosotros mismos y para toda la humanidad, y así caminaremos juntos hacia un
crecimiento genuino e integral. Cada sociedad necesita asegurar que los valores
se transmitan, porque si esto no sucede se difunde el egoísmo, la violencia, la
corrupción en sus diversas formas, la indiferencia y, en definitiva, una vida
cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses individuales.
El valor de la solidaridad
114. Quiero destacar la solidaridad, que «como
virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el
compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y
formativas. En primer lugar me dirijo a las familias, llamadas a una
misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar
en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de
la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas
son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos
primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos. Los
educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de
asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y
jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que
ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los
valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten
desde la más tierna infancia. […] Quienes se dedican al mundo de la cultura y
de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el
campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad
contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de
comunicación está cada vez más extendido»[87].
115. En estos momentos donde todo parece diluirse
y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez[88] que surge de sabernos responsables de
la fragilidad de los demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa
concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse
cargo de los demás. El servicio es «en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir
significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de
nuestro pueblo». En esta tarea cada uno es capaz de «dejar de lado sus
búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más
frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne,
siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción
del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a
ideas, sino que se sirve a personas»[89].
116. Los últimos en general «practican esa
solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y
que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas
de olvidar. Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre, yo diría que
algunas veces la hemos transformado en una mala palabra, no se puede decir;
pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos de generosidad
esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la
vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También
es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la
falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales
y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […]
La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia
y eso es lo que hacen los movimientos populares»[90].
117. Cuando hablamos de cuidar la casa común
que es el planeta, acudimos a ese mínimo de conciencia universal y de
preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede quedar en las personas.
Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la
humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a
sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente humano! Esta
misma actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser
humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras.
Reproponer la función social de la propiedad
118. El mundo existe para todos, porque
todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las
diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de
residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar
los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como
comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y
tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral.
119. En los primeros siglos de la fe
cristiana, varios sabios desarrollaron un sentido universal en su reflexión
sobre el destino común de los bienes creados[91]. Esto llevaba a pensar que si alguien no
tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está
quedando. Lo resume san Juan Crisóstomo al decir que «no compartir con los
pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los
bienes que tenemos, sino suyos»[92]; o también en palabras de san Gregorio
Magno: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras
cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo»[93].
120. Vuelvo a hacer mías y a proponer a
todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido
advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella
sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[94]. En esta línea recuerdo que «la
tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la
propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad
privada».[95] El principio del uso común de los
bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento
ético-social»[96], es un derecho natural, originario y
prioritario[97]. Todos los demás derechos sobre los bienes
necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la
propiedad privada y cualquier otro, «no deben estorbar, antes al contrario,
facilitar su realización», como afirmaba san Pablo VI[98]. El derecho a la propiedad privada sólo
puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del
principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene
consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la
sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen
a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica.
Derechos sin fronteras
121. Entonces nadie puede quedar excluido,
no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros
poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades. Los límites y
las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla. Así como es
inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer, es igualmente
inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí determine
menores posibilidades de vida digna y de desarrollo.
122. El desarrollo no debe orientarse a la
acumulación creciente de unos pocos, sino que tiene que asegurar «los derechos
humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos
de las Naciones y de los pueblos»[99]. El derecho de algunos a la libertad de
empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos,
ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente,
puesto que «quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos»[100]-
123. Es verdad que la actividad de los
empresarios «es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el
mundo para todos»[101]. Dios nos promueve, espera que
desarrollemos las capacidades que nos dio y llenó el universo de
potencialidades. En sus designios cada hombre está llamado a promover su propio
progreso[102], y esto incluye fomentar las
capacidades económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y aumentar
la riqueza. Pero en todo caso estas capacidades de los empresarios, que
son un don de Dios, tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las
demás personas y a la superación de la miseria, especialmente a través de la creación
de fuentes de trabajo diversificadas. Siempre, junto al derecho de propiedad
privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de
toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y,
por tanto, el derecho de todos a su uso[103].
Derechos de los pueblos
124. La convicción del destino común de los
bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus
territorios y a sus posibilidades. Si lo miramos no sólo desde la legitimidad
de la propiedad privada y de los derechos de los ciudadanos de una determinada
nación, sino también desde el primer principio del destino común de los bienes,
entonces podemos decir que cada país es asimismo del extranjero, en cuanto los
bienes de un territorio no deben ser negados a una persona necesitada que
provenga de otro lugar. Porque, como enseñaron los Obispos de los Estados
Unidos, hay derechos fundamentales que «preceden a cualquier sociedad porque
manan de la dignidad otorgada a cada persona en cuanto creada por Dios»[104].
125. Esto supone además otra manera de
entender las relaciones y el intercambio entre países. Si toda persona tiene
una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si
en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si
vive fuera de los límites del propio país. También mi nación es corresponsable
de su desarrollo, aunque pueda cumplir esta responsabilidad de diversas
maneras: acogiéndolo de manera generosa cuando lo necesite imperiosamente,
promoviéndolo en su propia tierra, no usufructuando ni vaciando de recursos
naturales a países enteros propiciando sistemas corruptos que impiden el
desarrollo digno de los pueblos. Esto que vale para las naciones se aplica a
las distintas regiones de cada país, entre las que suele haber graves
inequidades. Pero la incapacidad de reconocer la igual dignidad humana a veces
lleva a que las regiones más desarrolladas de algunos países sueñen con
liberarse del “lastre” de las regiones más pobres para aumentar todavía más su
nivel de consumo.
126. Hablamos de una nueva red en las
relaciones internacionales, porque no hay modo de resolver los graves problemas
del mundo pensando sólo en formas de ayuda mutua entre individuos o pequeños
grupos. Recordemos que «la inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países
enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales»[105]. Y la justicia exige reconocer y
respetar no sólo los derechos individuales, sino también los derechos sociales
y los derechos de los pueblos[106]. Lo que estamos diciendo implica
asegurar «el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al
progreso»[107], que a veces se ve fuertemente
dificultado por la presión que origina la deuda externa. El pago de la deuda en
muchas ocasiones no sólo no favorece el desarrollo, sino que lo limita y lo
condiciona fuertemente. Si bien se mantiene el principio de que toda deuda
legítimamente adquirida debe ser saldada, el modo de cumplir este deber que
muchos países pobres tienen con los países ricos no debe llegar a comprometer
su subsistencia y su crecimiento.
127. Sin dudas, se trata de otra lógica. Si
no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se
acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la
inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en
otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y
trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia
carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante
amenazas externas. Porque la paz real y duradera sólo es posible «desde una
ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por
la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana»[108].
Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
128. La afirmación de que todos los seres
humanos somos hermanos y hermanas, si no es sólo una abstracción, sino que toma
carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan,
nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones.
El límite de las fronteras
129. Cuando el prójimo es una persona
migrante se agregan desafíos complejos[109]. Es verdad que lo ideal sería evitar
las migraciones innecesarias y para ello el camino es crear en los países de
origen la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con dignidad, de manera que
se puedan encontrar allí mismo las condiciones para el propio desarrollo
integral. Pero mientras no haya serios avances en esta línea, nos corresponde
respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no
solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también
realizarse integralmente como persona. Nuestros esfuerzos ante las
personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger,
proteger, promover e integrar. Porque «no se trata de dejar caer desde arriba
programas de asistencia social sino de recorrer juntos un camino a través de
estas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al tiempo que
conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén abiertos a
las diferencias y sepan cómo valorarlas en nombre de la fraternidad humana»[110].
130. Esto implica algunas respuestas
indispensables, sobre todo frente a los que escapan de graves crisis
humanitarias. Por ejemplo: incrementar y simplificar la concesión de visados,
adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores
humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un alojamiento
adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el acceso a los
servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular, el derecho a
tener siempre consigo los documentos personales de identidad, un acceso
equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la
garantía de lo básico para la subsistencia vital, darles libertad de movimiento
y la posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el
acceso regular a la educación, prever programas de custodia temporal o de
acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social,
favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades locales para
los procesos integrativos[111].
131. Para quienes ya hace tiempo que han
llegado y participan del tejido social, es importante aplicar el concepto de
“ciudadanía”, que «se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya
protección todos disfrutan de la justicia. Por esta razón, es necesario
comprometernos para establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y
renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo
las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno para la
hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos y
civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos»[112].
132. Más allá de las diversas acciones
indispensables, los Estados no pueden desarrollar por su cuenta soluciones
adecuadas «ya que las consecuencias de las opciones de cada uno repercuten
inevitablemente sobre toda la Comunidad internacional». Por lo tanto «las
respuestas sólo vendrán como fruto de un trabajo común»[113], gestando una legislación (governance)
global para las migraciones. De cualquier manera se necesita «establecer planes
a medio y largo plazo que no se queden en la simple respuesta a una emergencia.
Deben servir, por una parte, para ayudar realmente a la integración de los
emigrantes en los países de acogida y, al mismo tiempo, favorecer el desarrollo
de los países de proveniencia, con políticas solidarias, que no sometan las
ayudas a estrategias y prácticas ideológicas ajenas o contrarias a las culturas
de los pueblos a las que van dirigidas»[114].
Las ofrendas recíprocas
133. La llegada de personas diferentes, que
proceden de un contexto vital y cultural distinto, se convierte en un don,
porque «las historias de los migrantes también son historias de encuentro entre
personas y entre culturas: para las comunidades y las sociedades a las que
llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano integral
de todos»[115]. Por esto «pido especialmente a los
jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros
jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como
si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano»[116].
134. Por otra parte, cuando se acoge de
corazón a la persona diferente, se le permite seguir siendo ella misma, al
tiempo que se le da la posibilidad de un nuevo desarrollo. Las culturas
diversas, que han gestado su riqueza a lo largo de siglos, deben ser
preservadas para no empobrecer este mundo. Esto sin dejar de estimularlas para
que pueda brotar algo nuevo de sí mismas en el encuentro con otras realidades.
No se puede ignorar el riesgo de terminar víctimas de una esclerosis cultural.
Para ello «tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las riquezas de cada
uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como oportunidades de
crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado,
para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los
valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de
los demás»[117].
135. Retomo ejemplos que mencioné tiempo
atrás: la cultura de los latinos es «un fermento de valores y posibilidades que
puede hacer mucho bien a los Estados Unidos. […] Una fuerte inmigración siempre
termina marcando y transformando la cultura de un lugar. En la Argentina, la
fuerte inmigración italiana ha marcado la cultura de la sociedad, y en el
estilo cultural de Buenos Aires se nota mucho la presencia de alrededor de
200.000 judíos. Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son una
bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer»[118].
136. Ampliando la mirada, con el Gran Imán
Ahmad Al-Tayyeb recordamos que «la relación entre Occidente y Oriente es una
necesidad mutua indiscutible, que no puede ser sustituida ni descuidada, de
modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a través del intercambio y el
diálogo de las culturas. El Occidente podría encontrar en la civilización del
Oriente los remedios para algunas de sus enfermedades espirituales y religiosas
causadas por la dominación del materialismo. Y el Oriente podría encontrar en
la civilización del Occidente muchos elementos que pueden ayudarlo a salvarse
de la debilidad, la división, el conflicto y el declive científico, técnico y
cultural. Es importante prestar atención a las diferencias religiosas,
culturales e históricas que son un componente esencial en la formación de la
personalidad, la cultura y la civilización oriental; y es importante consolidar
los derechos humanos generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida
digna para todos los hombres en Oriente y en Occidente, evitando el uso de
políticas de doble medida»[119].
El fecundo intercambio
137. La ayuda mutua entre países en realidad
termina beneficiando a todos. Un país que progresa desde su original sustrato
cultural es un tesoro para toda la humanidad. Necesitamos desarrollar esta
consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la
decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo
de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos
preocupa la desaparición de algunas especies, debería obsesionarnos que en
cualquier lugar haya personas y pueblos que no desarrollen su potencial y su
belleza propia a causa de la pobreza o de otros límites estructurales. Porque
eso termina empobreciéndonos a todos.
138. Si esto fue siempre cierto, hoy lo es
más que nunca debido a la realidad de un mundo tan conectado por la
globalización. Necesitamos que un ordenamiento mundial jurídico, político y
económico «incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo
solidario de todos los pueblos»[120]. Esto finalmente beneficiará a todo el
planeta, porque «la ayuda al desarrollo de los países pobres» implica «creación
de riqueza para todos»[121]. Desde el punto de vista del desarrollo
integral, esto supone que se conceda «también una voz eficaz en las decisiones
comunes a las naciones más pobres»[122] y que se procure «incentivar el
acceso al mercado internacional de los países marcados por la pobreza y el
subdesarrollo»[123].
Gratuidad que acoge
139. No obstante, no quisiera limitar este
planteamiento a alguna forma de utilitarismo. Existe la gratuidad. Es la
capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin
esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio.
Esto permite acoger al extranjero, aunque de momento no traiga un beneficio
tangible. Pero hay países que pretenden recibir sólo a los científicos o a los
inversores.
140. Quien no vive la gratuidad fraterna,
convierte su existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da
y lo que recibe a cambio. Dios, en cambio, da gratis, hasta el punto de que
ayuda aun a los que no son fieles, y «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45).
Por algo Jesús recomienda: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no
sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4).
Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar
sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda.
Es lo que Jesús decía a sus discípulos: «Lo que han recibido gratis,
entréguenlo también gratis» (Mt 10,8).
141. La verdadera calidad de los distintos
países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino
también como familia humana, y esto se prueba especialmente en las épocas
críticas. Los nacionalismos cerrados expresan en definitiva esta incapacidad de
gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de
los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es
visto como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente
que los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos
benefactores. Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida
gratuita podrá tener futuro.
Local y universal
142. Cabe recordar que «entre la
globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta
prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo
tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies
sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos
extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y
globalizante […]; otro, que se conviertan en un museo folklórico de “ermitaños”
localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse
interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de
sus límites»[124]. Hay que mirar lo global, que nos
rescata de la mezquindad casera. Cuando la casa ya no es hogar, sino que es
encierro, calabozo, lo global nos va rescatando porque es como la causa final
que nos atrae hacia la plenitud. Simultáneamente, hay que asumir con
cordialidad lo local, porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura,
enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiaridad. Por lo tanto, la
fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos
inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una deformación y a una
polarización dañina.
El sabor local
143. La solución no es una apertura que
renuncia al propio tesoro. Así como no hay diálogo con el otro sin identidad
personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la
tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales. No me encuentro con el otro
si no poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado, porque desde allí puedo
acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero. Sólo es posible acoger al
diferente y percibir su aporte original si estoy afianzado en mi pueblo con su
cultura. Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su tierra y se
preocupa por su país, así como cada uno debe amar y cuidar su casa para que no
se venga abajo, porque no lo harán los vecinos. También el bien del universo
requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra. De lo contrario, las
consecuencias del desastre de un país terminarán afectando a todo el planeta.
Esto se fundamenta en el sentido positivo que tiene el derecho de propiedad:
cuido y cultivo algo que poseo, de manera que pueda ser un aporte al bien de
todos.
144. Además, este es un presupuesto de los
intercambios sanos y enriquecedores. El trasfondo de la experiencia de la vida
en un lugar y en una cultura determinada es lo que capacita a alguien para
percibir aspectos de la realidad que quienes no tienen esa experiencia no son
capaces de percibir tan fácilmente. Lo universal no debe ser el imperio
homogéneo, uniforme y estandarizado de una única forma cultural dominante, que
finalmente perderá los colores del poliedro y terminará en el hastío. Es la
tentación que se expresa en el antiguo relato de la torre de Babel: la construcción
de una torre que llegara hasta el cielo no expresaba la unidad entre distintos
pueblos capaces de comunicarse desde su diversidad. Por el contrario, fue una
tentativa engañosa, que surgía del orgullo y de la ambición humana, de crear
una unidad diferente de aquella deseada por Dios en su plan providencial para
las naciones (cf. Gn 11,1-9).
145. Hay una falsa apertura a lo universal,
que procede de la superficialidad vacía de quien no es capaz de penetrar hasta
el fondo en su patria, o de quien sobrelleva un resentimiento no resuelto hacia
su pueblo. En todo caso, «siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un
bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin
desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la
historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en
lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. […] No es ni la esfera global
que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza»[125], es el poliedro, donde al mismo tiempo
que cada uno es respetado en su valor, «el todo es más que la parte, y también
es más que la mera suma de ellas»[126].
El horizonte universal
146. Hay narcisismos localistas que no son
un sano amor al propio pueblo y a su cultura. Esconden un espíritu cerrado que,
por cierta inseguridad y temor al otro, prefiere crear murallas defensivas para
preservarse a sí mismo. Pero no es posible ser sanamente local sin una sincera
y amable apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en
otras partes, sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con
los dramas de los demás pueblos. Ese localismo se clausura obsesivamente en
unas pocas ideas, costumbres y seguridades, incapaz de admiración frente a la
multitud de posibilidades y de belleza que ofrece el mundo entero, y carente de
una solidaridad auténtica y generosa. Así, la vida local ya no es
auténticamente receptiva, ya no se deja completar por el otro; por lo tanto, se
limita en sus posibilidades de desarrollo, se vuelve estática y se enferma.
Porque en realidad toda cultura sana es abierta y acogedora por naturaleza, de
tal modo que «una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura»[127].
147. Reconozcamos que una persona, mientras
menos amplitud tenga en su mente y en su corazón, menos podrá interpretar la
realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación y el contraste con quien
es diferente, es difícil percibirse clara y completamente a sí mismo y a la
propia tierra, ya que las demás culturas no son enemigos de los que hay que
preservarse, sino que son reflejos distintos de la riqueza inagotable de la
vida humana. Mirándose a sí mismo con el punto de referencia del otro, de lo
diverso, cada uno puede reconocer mejor las peculiaridades de su persona y de
su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y sus límites. La experiencia que
se realiza en un lugar debe ser desarrollada “en contraste” y “en sintonía” con
las experiencias de otros que viven en contextos culturales diferentes[128].
148. En realidad, una sana apertura nunca
atenta contra la identidad. Porque al enriquecerse con elementos de otros
lugares, una cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que
integra las novedades “a su modo”. Esto provoca el nacimiento de una nueva
síntesis que finalmente beneficia a todos, ya que la cultura donde se originan
estos aportes termina siendo retroalimentada. Por ello exhorté a los pueblos
originarios a cuidar sus propias raíces y sus culturas ancestrales, pero quise
aclarar que no era «mi intención proponer un indigenismo completamente cerrado,
ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de mestizaje», ya que «la
propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en el diálogo con los
diferentes y la auténtica preservación no es un aislamiento empobrecedor»[129]. El mundo crece y se llena de nueva
belleza gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas abiertas,
fuera de toda imposición cultural.
149. Para estimular una sana relación entre
el amor a la patria y la inserción cordial en la humanidad entera, es bueno
recordar que la sociedad mundial no es el resultado de la suma de los distintos
países, sino que es la misma comunión que existe entre ellos, es la inclusión
mutua que es anterior al surgimiento de todo grupo particular. En ese
entrelazamiento de la comunión universal se integra cada grupo humano y allí
encuentra su belleza. Entonces, cada persona que nace en un contexto
determinado se sabe perteneciente a una familia más grande sin la que no es
posible comprenderse en plenitud.
150. Este enfoque, en definitiva, reclama la
aceptación gozosa de que ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo de
sí. Los otros son constitutivamente necesarios para la construcción de una vida
plena. La conciencia del límite o de la parcialidad, lejos de ser una amenaza,
se vuelve la clave desde la que soñar y elaborar un proyecto común. Porque «el
hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna frontera»[130].
Desde la propia región
151. Gracias al intercambio regional, desde
el cual los países más débiles se abren al mundo entero, es posible que la
universalidad no diluya las particularidades. Una adecuada y auténtica apertura
al mundo supone la capacidad de abrirse al vecino, en una familia de naciones.
La integración cultural, económica y política con los pueblos cercanos debería
estar acompañada por un proceso educativo que promueva el valor del amor al
vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración
universal.
152. En algunos barrios populares, todavía
se vive el espíritu del “vecindario”, donde cada uno siente espontáneamente el
deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos
valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de
gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros”
barrial[131]. Ojalá pudiera vivirse esto también
entre países cercanos, que sean capaces de construir una vecindad cordial entre
sus pueblos. Pero las visiones individualistas se traducen en las relaciones
entre países. El riesgo de vivir cuidándonos unos de otros, viendo a los demás
como competidores o enemigos peligrosos, se traslada a la relación con los
pueblos de la región. Quizás fuimos educados en ese miedo y en esa
desconfianza.
153. Hay países poderosos y grandes empresas
que sacan rédito de este aislamiento y prefieren negociar con cada país por
separado. Por el contrario, para los países pequeños o pobres se abre la
posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les permitan
negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos marginales y dependientes
de los grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional aislado está en condiciones
de asegurar el bien común de su propia población.
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTCA
154. Para hacer posible el desarrollo de una
comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y
naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al
servicio del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la política hoy
con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo
distinto.
Populismos y liberalismos
155. El desprecio de los débiles puede
esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus
fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los
poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo
abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que
respete las diversas culturas.
Popular o populista
156. En los últimos años la expresión
“populismo” o “populista” ha invadido los medios de comunicación y el lenguaje
en general. Así pierde el valor que podría contener y se convierte en una de
las polaridades de la sociedad dividida. Esto llegó al punto de pretender
clasificar a todas las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos a partir
de una división binaria: “populista” o “no populista”. Ya no es posible que
alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de esos
dos polos, a veces para desacreditarlo injustamente o para enaltecerlo en
exceso.
157. La pretensión de instalar el populismo
como clave de lectura de la realidad social, tiene otra debilidad: que ignora
la legitimidad de la noción de pueblo. El intento por hacer desaparecer del
lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra “democracia”
—es decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante, si no se quiere afirmar que
la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra
“pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las
mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También que se
puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar
un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo grande a largo
plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se
encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no
se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia— se estaría
renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social.
158. Porque existe un malentendido: «Pueblo
no es una categoría lógica, ni una categoría mística, si lo entendemos en el
sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en el sentido de que el
pueblo sea una categoría angelical. Es una categoría mítica […] Cuando explicas
lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque tienes que explicarlo:
cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de pertenencia a un
pueblo. La palabra pueblo tiene algo más que no se puede explicar de manera
lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de
lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario:
es un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común»[132].
159. Hay líderes populares capaces de
interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes
tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y conduciendo,
puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento,
que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común.
Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien
para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo,
con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su
perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las
inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se
agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento
de las instituciones y de la legalidad.
160. Los grupos populistas cerrados
desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en realidad no hablan de un
verdadero pueblo. En efecto, la categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo
vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas
síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí
con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por
otros, y de ese modo puede evolucionar.
161. Otra expresión de la degradación de un
liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en
orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y
constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo,
para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta
línea dije claramente que «estoy lejos de proponer un populismo irresponsable»[133]. Por una parte, la superación de la
inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de
cada región y asegurando así una equidad sustentable[134]. Por otra parte, «los planes
asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas
pasajeras»[135].
162. El gran tema es el trabajo. Lo
verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos
la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus
capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre,
el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que «ayudar a
los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver
urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a
través del trabajo»[136]. Por más que cambien los mecanismos de
producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la
organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar
sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que
aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo»[137]. En una sociedad realmente desarrollada
el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es
un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para
establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones,
para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva
para vivir como pueblo.
Valores y límites de las visiones liberales
163. La categoría de pueblo, que incorpora
una valoración positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser
rechazada por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es
considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las
libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es
frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los
más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de pueblo es una
mitificación de algo que en realidad no existe. Sin embargo, aquí se crea una
polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo ni la de prójimo son
categorías puramente míticas o románticas que excluyan o desprecien la
organización social, la ciencia y las instituciones de la sociedad civil[138].
164. La caridad reúne ambas dimensiones —la
mítica y la institucional— puesto que implica una marcha eficaz de
transformación de la historia que exige incorporarlo principalmente todo: las
instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes
profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos.
Porque «no hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público,
un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de
un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición
de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los
intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política»[139].
165. La verdadera caridad es capaz de
incorporar todo esto en su entrega, y si debe expresarse en el encuentro
persona a persona, también es capaz de llegar a una hermana o a un hermano
lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las instituciones
de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar. Si vamos
al caso, aun el buen samaritano necesitó de la existencia de una posada que le
permitiera resolver lo que él solo en ese momento no estaba en condiciones de
asegurar. El amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea
necesario para una transformación de la historia que beneficie a los últimos.
De otro modo, a veces se tienen ideologías de izquierda o pensamientos
sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos ineficaces que
sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto, la multitud de los abandonados queda
a merced de la posible buena voluntad de algunos. Esto hace ver que es
necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo
una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas
acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres. Esto a
su vez implica que no hay una sola salida posible, una única metodología
aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada igualmente por todos, y
supone que aun la ciencia más rigurosa pueda proponer caminos diferentes.
166. Todo esto podría estar colgado de
alfileres, si perdemos la capacidad de advertir la necesidad de un cambio en
los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida. Es lo que
ocurre cuando la propaganda política, los medios y los constructores de opinión
pública persisten en fomentar una cultura individualista e ingenua ante los
intereses económicos desenfrenados y la organización de las sociedades al
servicio de los que ya tienen demasiado poder. Por eso, mi crítica al paradigma
tecnocrático no significa que sólo intentando controlar sus excesos podremos
estar asegurados, porque el mayor peligro no reside en las cosas, en las
realidades materiales, en las organizaciones, sino en el modo como las personas
las utilizan. El asunto es la fragilidad humana, la tendencia constante al
egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición cristiana llama
“concupiscencia”: la inclinación del ser humano a encerrarse en la inmanencia
de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos. Esa concupiscencia no
es un defecto de esta época. Existió desde que el hombre es hombre y
simplemente se transforma, adquiere diversas modalidades en cada siglo, y
finalmente utiliza los instrumentos que el momento histórico pone a su
disposición. Pero es posible dominarla con la ayuda de Dios.
167. La tarea educativa, el desarrollo de
hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más integralmente, la
hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a las relaciones humanas, de
tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades, sus
desviaciones, los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o
mediáticos. Hay visiones liberales que ignoran este factor de la fragilidad
humana, e imaginan un mundo que responde a un determinado orden que por sí solo
podría asegurar el futuro y la solución de todos los problemas.
168. El mercado solo no resuelve todo,
aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata
de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas
frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí
mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como
único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el
supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de
violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una
política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la
diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los
puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con la
ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos. Por otra parte,
«sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no
puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta
confianza ha fallado»[141]. El fin de la historia no fue tal, y
las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser
infalibles. La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha
evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de
rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas,
«tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar
se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos»[142].
169. En ciertas visiones economicistas
cerradas y monocromáticas, no parecen tener lugar, por ejemplo, los movimientos
populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales y a
tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya establecidos. En realidad,
estos gestan variadas formas de economía popular y de producción comunitaria.
Hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal
manera «que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de
gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía
moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del
destino común» y a su vez es bueno promover que «estos movimientos, estas
experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del
planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando»[143]. Pero sin traicionar su estilo
característico, porque ellos «son sembradores de cambio, promotores de un proceso
en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas
creativamente, como en una poesía»[144]. En este sentido son “poetas sociales”,
que trabajan, proponen, promueven y liberan a su modo. Con ellos será posible
un desarrollo humano integral, que implica superar «esa idea de las
políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero
nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos
inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos»[145]. Aunque molesten, aunque algunos
“pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay que tener la valentía de
reconocer que sin ellos «la democracia se atrofia, se convierte en un
nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando
porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la
construcción de su destino»[146].
El poder internacional
170. Me permito repetir que «la crisis
financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía
más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad
financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que
llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo»[147]. Es más, parece que las verdaderas
estrategias que se desarrollaron posteriormente en el mundo se orientaron a más
individualismo, a más desintegración, a más libertad para los verdaderos
poderosos que siempre encuentran la manera de salir indemnes.
171. Quisiera insistir en que «dar a cada
uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún
individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar
por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o
de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder —sea, sobre
todo, político, económico, de defensa, tecnológico— entre una pluralidad de
sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones
e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos
presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y —a la vez— grandes sectores
indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder»[148].
172. El siglo XXI «es escenario de un
debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la
dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a
predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración
de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con
autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos
nacionales, y dotadas de poder para sancionar»[149]. Cuando se habla de la posibilidad de
alguna forma de autoridad mundial regulada por el derecho[150] no necesariamente debe pensarse en
una autoridad personal. Sin embargo, al menos debería incluir la gestación de
organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el
bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa
cierta de los derechos humanos elementales.
173. En esta línea, recuerdo que es
necesaria una reforma «tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de
la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una
concreción real al concepto de familia de naciones»[151]. Sin duda esto supone límites jurídicos
precisos que eviten que se trate de una autoridad cooptada por unos pocos
países, y que a su vez impidan imposiciones culturales o el menoscabo de las
libertades básicas de las naciones más débiles a causa de diferencias
ideológicas. Porque «la Comunidad Internacional es una comunidad jurídica
fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros, sin vínculos de
subordinación que nieguen o limiten su independencia»[152]. Pero «la labor de las Naciones Unidas,
a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su
Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la
soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para
obtener el ideal de la fraternidad universal. […] Hay que asegurar el imperio
incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los
buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones
Unidas, verdadera norma jurídica fundamental»[153]. Es necesario evitar que esta
Organización sea deslegitimizada, porque sus problemas o deficiencias pueden
ser afrontados y resueltos conjuntamente.
174. Hacen falta valentía y generosidad en
orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el
cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas. Para que esto sea
realmente útil, se debe sostener «la exigencia de mantener los acuerdos
suscritos —pacta sunt servanda—»[154], de manera que se evite «la tentación
de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho».[155] Esto requiere fortalecer «los
instrumentos normativos para la solución pacífica de las controversias de modo
que se refuercen su alcance y su obligatoriedad»[156]. Entre estos instrumentos normativos,
deben ser favorecidos los acuerdos multilaterales entre los Estados,
porque garantizan mejor que los acuerdos bilaterales el cuidado de un bien
común realmente universal y la protección de los Estados más débiles.
175. Gracias a Dios tantas agrupaciones y
organizaciones de la sociedad civil ayudan a paliar las debilidades de la
Comunidad internacional, su falta de coordinación en situaciones complejas, su
falta de atención frente a derechos humanos fundamentales y a situaciones muy
críticas de algunos grupos. Así adquiere una expresión concreta el principio de
subsidiariedad, que garantiza la participación y la acción de las comunidades y
organizaciones de menor rango, las que complementan la acción del Estado.
Muchas veces desarrollan esfuerzos admirables pensando en el bien común y
algunos de sus miembros llegan a realizar gestos verdaderamente heroicos que
muestran de cuánta belleza todavía es capaz nuestra humanidad.
Una caridad social y política
176. Para muchos la política hoy es una mala
palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los
errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden
las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o
dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política?
¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social
sin una buena política?[157]
La política que se necesita
177. Me permito volver a insistir que «la
política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los
dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia»[158]. Aunque haya que rechazar el mal uso
del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia,
«no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de
propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual»[159]. Al contrario, «necesitamos una
política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo
integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos
de la crisis»[160]. Pienso en «una sana política, capaz de
reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que
permitan superar presiones e inercias viciosas»[161]. No se puede pedir esto a la economía,
ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado.
178. Ante tantas formas mezquinas e
inmediatistas de política, recuerdo que «la grandeza política se muestra
cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el
bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber
en un proyecto de nación»[162] y más aún en un proyecto común
para la humanidad presente y futura. Pensar en los que vendrán no sirve a los
fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica, porque, como
enseñaron los Obispos de Portugal, la tierra «es un préstamo que cada
generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente»[163].
179. La sociedad mundial tiene serias fallas
estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente
ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y
transformaciones importantes. Sólo una sana política podría liderarlo,
convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera,
una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que
busque el bien común puede «abrir camino a oportunidades diferentes, que no
implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar
esa energía con cauces nuevos»[164].
El amor político
180. Reconocer a cada ser humano como un
hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son
meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos
eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se
convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede
ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar
procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo
de la más amplia caridad, la caridad política»[165]. Se trata de avanzar hacia un orden
social y político cuya alma sea la caridad social[166]. Una vez más convoco a rehabilitar la
política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de
la caridad, porque busca el bien común»[167].
181. Todos los compromisos que brotan de la
Doctrina Social de la Iglesia «provienen de la caridad que, según la enseñanza
de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)»[168]. Esto supone reconocer que «el amor,
lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se
manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor»[169]. Por esa razón, el amor no sólo se
expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en «las
macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas»[170].
182. Esta caridad política supone haber
desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista: «La
caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente
el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino
también en la dimensión social que las une»[171]. Cada uno es plenamente persona cuando pertenece
a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de
cada persona. Pueblo y persona son términos correlativos. Sin embargo, hoy se
pretende reducir las personas a individuos, fácilmente dominables por poderes
que miran a intereses espurios. La buena política busca caminos de construcción
de comunidades en los distintos niveles de la vida social, en orden a
reequilibrar y reorientar la globalización para evitar sus efectos
disgregantes.
Amor efectivo
183. A partir del «amor social»[172] es posible avanzar hacia una civilización
del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su
dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo[173], porque no es un sentimiento estéril,
sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El
amor social es una «fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los
problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las
estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos»[174].
184. La caridad está en el corazón de toda
vida social sana y abierta. Sin embargo, hoy «se afirma fácilmente su
irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales»[175]. Es mucho más que sentimentalismo
subjetivo, si es que está unida al compromiso con la verdad, de manera que no
sea «presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos»[176]. Precisamente su relación con la verdad
facilita a la caridad su universalismo y así evita ser «relegada a un ámbito de
relaciones reducido y privado»[177]. De otro modo, será «excluida de los
proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal,
en el diálogo entre saberes y operatividad»[178]. Sin la verdad, la emotividad se vacía
de contenidos relacionales y sociales. Por eso la apertura a la verdad protege
a la caridad de una falsa fe que se queda sin «su horizonte humano y universal»[179].
185. La caridad necesita la luz de la verdad
que constantemente buscamos y «esta luz es simultáneamente la de la razón y la
de la fe»[180], sin relativismos. Esto supone también
el desarrollo de las ciencias y su aporte insustituible para encontrar los
caminos concretos y más seguros para obtener los resultados que se esperan.
Porque cuando está en juego el bien de los demás no bastan las buenas
intenciones, sino lograr efectivamente lo que ellos y sus naciones necesitan
para realizarse.
La actividad del amor político
186. Hay un llamado amor “elícito”, que son
los actos que proceden directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a
personas y a pueblos. Hay además un amor “imperado”: aquellos actos de la
caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas,
estructuras más solidarias[181]. De ahí que sea «un acto de caridad
igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la
sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria»[182]. Es caridad acompañar a una persona que
sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto
directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan
su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es
exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es
caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de
trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción
política.
Los desvelos del amor
187. Esta caridad, corazón del espíritu de
la política, es siempre un amor preferencial por los últimos, que está detrás
de todas las acciones que se realicen a su favor[183]. Sólo con una mirada cuyo horizonte
esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro,
los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en
su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la
sociedad. Esta mirada es el núcleo del verdadero espíritu de la política. Desde
allí los caminos que se abren son diferentes a los de un pragmatismo sin alma.
Por ejemplo, «no se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo
estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres
en seres domesticados e inofensivos. Qué triste ver cuando detrás de supuestas
obras altruistas, se reduce al otro a la pasividad»[184]. Lo que se necesita es que haya
diversos cauces de expresión y de participación social. La educación está al
servicio de ese camino para que cada ser humano pueda ser artífice de su
destino. Aquí muestra su valor el principio de subsidiariedad, inseparable
del principio de solidaridad.
188. Esto provoca la urgencia de resolver
todo lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales. Los políticos
están llamados a «preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos
y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y
fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce
inexorablemente a la “cultura del descarte”. […] Significa hacerse cargo del
presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de
dignidad»[185]. Así ciertamente se genera una
actividad intensa, porque «hay que hacer lo que sea para salvaguardar la
condición y dignidad de la persona humana»[186]. El político es un hacedor, un
constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática,
aún más allá de su propio país. Las mayores angustias de un político no
deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por no resolver
efectivamente «el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes
consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos,
explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la
prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional
organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas
inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un
nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias.
Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha
contra todos estos flagelos»[187]. Esto se hace aprovechando con
inteligencia los grandes recursos del desarrollo tecnológico.
189. Todavía estamos lejos de una
globalización de los derechos humanos más básicos. Por eso la política mundial
no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e imperiosos el de
acabar eficazmente con el hambre. Porque «cuando la especulación financiera
condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía,
millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte, se desechan toneladas
de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la
alimentación es un derecho inalienable»[188]. Mientras muchas veces nos
enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy
haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed, sin un techo o sin
acceso al cuidado de su salud. Junto con estas necesidades elementales
insatisfechas, la trata de personas es otra vergüenza para la humanidad que la
política internacional no debería seguir tolerando, más allá de los discursos y
las buenas intenciones. Son mínimos impostergables.
Amor que integra y reúne
190. La caridad política se expresa también
en la apertura a todos. Principalmente aquel a quien le toca gobernar, está
llamado a renuncias que hagan posible el encuentro, y busca la confluencia al
menos en algunos temas. Sabe escuchar el punto de vista del otro facilitando
que todos tengan un espacio. Con renuncias y paciencia un gobernante puede
ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos encuentran un lugar. En esto no
funcionan las negociaciones de tipo económico. Es algo más, es un intercambio
de ofrendas en favor del bien común. Parece una utopía ingenua, pero no podemos
renunciar a este altísimo objetivo.
191. Mientras vemos que todo tipo de
intolerancias fundamentalistas daña las relaciones entre personas, grupos y
pueblos, vivamos y enseñemos nosotros el valor del respeto, el amor capaz de
asumir toda diferencia, la prioridad de la dignidad de todo ser humano sobre
cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos, prácticas y aun sus pecados.
Mientras en la sociedad actual proliferan los fanatismos, las lógicas cerradas
y la fragmentación social y cultural, un buen político da el primer paso para
que resuenen las distintas voces. Es cierto que las diferencias generan
conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace que nos fagocitemos culturalmente.
No nos resignemos a vivir encerrados en un fragmento de realidad.
192. En este contexto, quiero recordar que,
junto con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, pedimos «a los artífices de la política
internacional y de la economía mundial, comprometerse seriamente para difundir
la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz; intervenir lo antes
posible para parar el derramamiento de sangre inocente»[189]. Y cuando una determinada política
siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en nombre del bien del propio
país, es necesario preocuparse, reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el
rumbo.
Más fecundidad que éxitos
193. Al mismo tiempo que desarrolla esta
actividad incansable, todo político también es un ser humano. Está llamado a
vivir el amor en sus relaciones interpersonales cotidianas. Es una persona, y
necesita advertir que «el mundo moderno, por su misma perfección técnica tiende
a racionalizar, cada día más, la satisfacción de los deseos humanos,
clasificados y repartidos entre diversos servicios. Cada vez menos se llama a
un hombre por su nombre propio, cada vez menos se tratará como persona a este
ser, único en el mundo, que tiene su propio corazón, sus sufrimientos, sus
problemas, sus alegrías y su propia familia. Sólo se conocerán sus enfermedades
para curarlas, su falta de dinero para proporcionárselo, su necesidad de casa
para alojarlo, su deseo de esparcimiento y de distracciones para
organizárselas». Pero «amar al más insignificante de los seres humanos como a
un hermano, como si no hubiera más que él en el mundo, no es perder el tiempo»[190].
194. También en la política hay lugar para
amar con ternura. «¿Qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y
concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los
oídos, a las manos. […] La ternura es el camino que han recorrido los hombres y
las mujeres más valientes y fuertes»[191]. En medio de la actividad política,
«los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen
“derecho” de llenarnos el alma y el corazón. Sí, ellos son nuestros hermanos y
como tales tenemos que amarlos y tratarlos»[192].
195. Esto nos ayuda a reconocer que no
siempre se trata de lograr grandes éxitos, que a veces no son posibles. En la
actividad política hay que recordar que «más allá de toda apariencia, cada uno
es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si
logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de
mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando
rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!»[193]. Los grandes objetivos soñados en las
estrategias se logran parcialmente. Más allá de esto, quien ama y ha dejado de
entender la política como una mera búsqueda de poder «tiene la seguridad de que
no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna
de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor
a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa
paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida»[194].
196. Por otra parte, una gran nobleza es ser
capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la
esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra. La buena
política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay
en el corazón del pueblo, a pesar de todo. Por eso «la auténtica vida política,
fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva
con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en
sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales,
intelectuales, culturales y espirituales»[195].
197. Vista de esta manera, la política es
más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas
de maquillaje mediático. Todo eso lo único que logra sembrar es
división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto
común. Pensando en el futuro, algunos días las preguntas tienen que ser: “¿Para
qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”. Porque, después de unos años,
reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: “¿Cuántos me aprobaron,
cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”. Las
preguntas, quizás dolorosas, serán: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué
hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos
reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué
provoqué en el lugar que se me encomendó?”.
Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL
198. Acercarse, expresarse, escucharse,
mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso
se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente
necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta
pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas
que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y
corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda
discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos
cuenta.
El diálogo social hacia una nueva cultura
199. Algunos tratan de huir de la realidad
refugiándose en mundos privados, y otros la enfrentan con violencia
destructiva, pero «entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta,
siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones,
el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y
recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas
riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la
universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica,
la cultura de la familia y de los medios de comunicación»[196].
200. Se suele confundir el diálogo con algo
muy diferente: un febril intercambio de opiniones en las redes sociales,
muchas veces orientado por información mediática no siempre confiable. Son sólo
monólogos que proceden paralelos, quizás imponiéndose a la atención de los
demás por sus tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no comprometen a
nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son oportunistas y
contradictorios.
201. La resonante difusión de hechos y
reclamos en los medios, en realidad suele cerrar las posibilidades del diálogo,
porque permite que cada uno mantenga intocables y sin matices sus ideas,
intereses y opciones con la excusa de los errores ajenos. Prima la costumbre de
descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, en
lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar
una síntesis superadora. Lo peor es que este lenguaje, habitual en el contexto
mediático de una campaña política, se ha generalizado de tal manera que todos
lo utilizan cotidianamente. El debate frecuentemente es manoseado por
determinados intereses que tienen mayor poder, procurando deshonestamente
inclinar la opinión pública a su favor. No me refiero solamente al gobierno de
turno, ya que este poder manipulador puede ser económico, político, mediático,
religioso o de cualquier género. A veces se lo justifica o excusa cuando su
dinámica responde a los propios intereses económicos o ideológicos, pero tarde
o temprano se vuelve en contra de esos mismos intereses.
202. La falta de diálogo implica que
ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el bien común, sino por
la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor de los
casos, por imponer su forma de pensar. Así las conversaciones se convertirán en
meras negociaciones para que cada uno pueda rasguñar todo el poder y los
mayores beneficios posibles, no en una búsqueda conjunta que genere bien común.
Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica enfermiza y decidan
sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más allá de las
conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se estén gestando
silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad.
Construir en común
203. El auténtico diálogo social supone la
capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de
que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el
otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia
posición para que el debate público sea más completo todavía. Es cierto que
cuando una persona o un grupo es coherente con lo que piensa, adhiere
firmemente a valores y convicciones, y desarrolla un pensamiento, eso de un
modo o de otro beneficiará a la sociedad. Pero esto sólo ocurre realmente en la
medida en que dicho desarrollo se realice en diálogo y apertura a los otros.
Porque «en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de
comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda
asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no
disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto,
y sobre todo de trabajar y luchar juntos»[197]. La discusión pública, si
verdaderamente da espacio a todos y no manipula ni esconde información, es un
permanente estímulo que permite alcanzar más adecuadamente la verdad, o al
menos expresarla mejor. Impide que los diversos sectores se instalen cómodos y
autosuficientes en su modo de ver las cosas y en sus intereses limitados.
Pensemos que «las diferencias son creativas, crean tensión y en la resolución
de una tensión está el progreso de la humanidad»[198].
204. Hoy existe la convicción de que, además de los
desarrollos científicos especializados, es necesaria la comunicación entre
disciplinas, puesto que la realidad es una, aunque pueda ser abordada desde
distintas perspectivas y con diferentes metodologías. No se debe soslayar el
riesgo de que un avance científico sea considerado el único abordaje posible
para comprender algún aspecto de la vida, de la sociedad y del mundo. En
cambio, un investigador que avanza con eficiencia en su análisis, e igualmente
está dispuesto a reconocer otras dimensiones de la realidad que él investiga,
gracias al trabajo de otras ciencias y saberes, se abre a conocer la realidad
de manera más íntegra y plena.
205. En este mundo globalizado «los
medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de
los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana
que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna
para todos. […] Pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las
redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos.
En particular, internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de
solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios»[199]. Pero es necesario verificar
constantemente que las actuales formas de comunicación nos orienten
efectivamente al encuentro generoso, a la búsqueda sincera de la verdad
íntegra, al servicio, a la cercanía con los últimos, a la tarea de construir el
bien común. Al mismo tiempo, como enseñaron los Obispos de Australia, «no
podemos aceptar un mundo digital diseñado para explotar nuestra debilidad y
sacar afuera lo peor de la gente»[200].
El fundamento de los consensos
206. El relativismo no es la solución.
Envuelto detrás de una supuesta tolerancia, termina facilitando que los valores
morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del
momento. Si en definitiva «no hay verdades objetivas ni principios sólidos,
fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades
inmediatas […] no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la
ley serán suficientes. […] Cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se
reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las
leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a
evitar»[201].
207. ¿Es posible prestar atención a la
verdad, buscar la verdad que responde a nuestra realidad más honda? ¿Qué es la
ley sin la convicción alcanzada tras un largo camino de reflexión y de
sabiduría, de que cada ser humano es sagrado e inviolable? Para que una
sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un sentido respeto hacia la
verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos. Entonces no se evitará
matar a alguien sólo para evitar el escarnio social y el peso de la ley, sino
por convicción. Es una verdad irrenunciable que reconocemos con la razón y
aceptamos con la conciencia. Una sociedad es noble y respetable también por su
cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más fundamentales.
208. Hay que acostumbrarse a desenmascarar
las diversas maneras de manoseo, desfiguración y ocultamiento de la verdad en
los ámbitos públicos y privados. Lo que llamamos “verdad” no es sólo la
difusión de hechos que realiza el periodismo. Es ante todo la búsqueda de los
fundamentos más sólidos que están detrás de nuestras opciones y también de
nuestras leyes. Esto supone aceptar que la inteligencia humana puede ir más
allá de las conveniencias del momento y captar algunas verdades que no cambian,
que eran verdad antes de nosotros y lo serán siempre. Indagando la naturaleza
humana, la razón descubre valores que son universales, porque derivan de ella.
209. De otro modo, ¿no podría suceder quizás
que los derechos humanos fundamentales, hoy considerados infranqueables, sean
negados por los poderosos de turno, luego de haber logrado el “consenso” de una
población adormecida y amedrentada? Tampoco sería suficiente un mero consenso
entre los distintos pueblos, igualmente manipulable. Ya tenemos pruebas de sobra
de todo el bien que somos capaces de realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos
que reconocer la capacidad de destrucción que hay en nosotros. El
individualismo indiferente y despiadado en el que hemos caído, ¿no es también
resultado de la pereza para buscar los valores más altos, que vayan más allá de
las necesidades circunstanciales? Al relativismo se suma el riesgo de que el
poderoso o el más hábil termine imponiendo una supuesta verdad. En cambio,
«ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni
excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo
o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias morales somos
todos absolutamente iguales»[202].
210. Lo que nos ocurre hoy, y nos arrastra
en una lógica perversa y vacía, es que hay una asimilación de la ética y de la
política a la física. No existen el bien y el mal en sí, sino solamente un
cálculo de ventajas y desventajas. El desplazamiento de la razón moral trae
como consecuencia que el derecho no puede referirse a una concepción
fundamental de justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas
dominantes. Entramos aquí en una degradación: ir “nivelando hacia abajo” por
medio de un consenso superficial y negociador. Así, en definitiva, la lógica de
la fuerza triunfa.
El consenso y la verdad
211. En una sociedad pluralista, el diálogo
es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre
afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial. Hablamos
de un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por
argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos
saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible
llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre
sostenidas. Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea
fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una ética social. Aun cuando
los hayamos reconocido y asumido gracias al diálogo y al consenso, vemos que
esos valores básicos están más allá de todo consenso, los reconocemos como
valores trascendentes a nuestros contextos y nunca negociables. Podrá crecer
nuestra comprensión de su significado y alcance —y en ese sentido el consenso
es algo dinámico—, pero en sí mismos son apreciados como estables por su
sentido intrínseco.
212. Si algo es siempre conveniente para el
buen funcionamiento de la sociedad, ¿no es porque detrás de eso hay una verdad
permanente, que la inteligencia puede captar? En la realidad misma del ser
humano y de la sociedad, en su naturaleza íntima, hay una serie de estructuras
básicas que sostienen su desarrollo y su supervivencia. De allí se derivan
determinadas exigencias que pueden ser descubiertas gracias al diálogo, si bien
no son estrictamente fabricadas por el consenso. El hecho de que ciertas normas
sean indispensables para la misma vida social es un indicio externo de que son
algo bueno en sí mismo. Por consiguiente, no es necesario contraponer la
conveniencia social, el consenso y la realidad de una verdad objetiva. Estas
tres pueden unirse armoniosamente cuando, a través del diálogo, las personas se
atreven a llegar hasta el fondo de una cuestión.
213. Si hay que respetar en toda situación
la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de
los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas
materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera.
Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que responde a
la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural. Por eso el ser
humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y
nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción
o a no obrar en consecuencia. La inteligencia puede entonces escrutar en la realidad
de las cosas, a través de la reflexión, de la experiencia y del diálogo, para
reconocer en esa realidad que la trasciende la base de ciertas exigencias
morales universales.
214. A los agnósticos, este fundamento podrá
parecerles suficiente para otorgar una firme y estable validez universal a los
principios éticos básicos y no negociables, que pueda impedir nuevas
catástrofes. Para los creyentes, esa naturaleza humana, fuente de principios
éticos, ha sido creada por Dios, quien, en definitiva, otorga un fundamento
sólido a esos principios[203]. Esto no establece un fijismo ético ni
da lugar a la imposición de algún sistema moral, puesto que los principios
morales elementales y universalmente válidos pueden dar lugar a diversas
normativas prácticas. Por eso deja siempre un lugar para el diálogo.
Una nueva cultura
215. «La vida es el arte del encuentro,
aunque haya tanto desencuentro por la vida»[204]. Reiteradas veces he invitado a
desarrollar una cultura del encuentro, que vaya más allá de las dialécticas que
enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a conformar ese poliedro que tiene
muchas facetas, muchísimos lados, pero todos formando una unidad cargada de
matices, ya que «el todo es superior a la parte»[205]. El poliedro representa una sociedad
donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose
recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de
todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto
implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista,
ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde
se toman las decisiones más definitorias.
El encuentro hecho cultura
216. La palabra “cultura” indica algo que ha
penetrado en el pueblo, en sus convicciones más entrañables y en su estilo de
vida. Si hablamos de una “cultura” en el pueblo, eso es más que una idea o una
abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y finalmente una forma de vivir
que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces, hablar de “cultura del encuentro”
significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de
contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha
convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el
pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos
profesionales y mediáticos.
217. La paz social es trabajosa, artesanal.
Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de
astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de
una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho
más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se
consigue agrupando sólo a los puros, porque «aun las personas que puedan ser cuestionadas
por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse»[206]. Tampoco consiste en una paz que surge
acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es
«un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz»[207]. Lo que vale es generar procesos de
encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias.
¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena
batalla del encuentro!
El gusto de reconocer al otro
218. Esto implica el hábito de reconocer al
otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese
reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social.
Sin ese reconocimiento surgen maneras sutiles de buscar que el otro pierda todo
significado, que se vuelva irrelevante, que no se le reconozca algún valor en
la sociedad. Detrás del rechazo de determinadas formas visibles de violencia,
suele esconderse otra violencia más solapada: la de quienes desprecian al
diferente, sobre todo cuando sus reclamos perjudican de algún modo los propios
intereses.
219. Cuando un sector de la sociedad
pretende disfrutar de todo lo que ofrece el mundo, como si los pobres no
existieran, eso en algún momento tiene sus consecuencias. Ignorar la existencia
y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de
violencia, muchas veces inesperada. Los sueños de la libertad, la igualdad y la
fraternidad pueden quedar en el nivel de las meras formalidades, porque no son
efectivamente para todos. Por lo tanto, no se trata solamente de buscar un
encuentro entre los que detentan diversas formas de poder económico, político o
académico. Un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes
formas culturales que representan a la mayoría de la población. Con frecuencia
las buenas propuestas no son asumidas por los sectores más empobrecidos porque
se presentan con un ropaje cultural que no es el de ellos y con el que no
pueden sentirse identificados. Por consiguiente, un pacto social realista e
inclusivo debe ser también un “pacto cultural”, que respete y asuma las
diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la
sociedad.
220. Por ejemplo, los pueblos originarios no
están en contra del progreso, si bien tienen una idea de progreso diferente,
muchas veces más humanista que la de la cultura moderna de los desarrollados.
No es una cultura orientada al beneficio de los que tienen poder, de los que
necesitan crear una especie de paraíso eterno en la tierra. La intolerancia y
el desprecio ante las culturas populares indígenas es una verdadera forma de
violencia, propia de los “eticistas” sin bondad que viven juzgando a los demás.
Pero ningún cambio auténtico, profundo y estable es posible si no se realiza a
partir de las diversas culturas, principalmente de los pobres. Un pacto
cultural supone renunciar a entender la identidad de un lugar de manera
monolítica, y exige respetar la diversidad ofreciéndole caminos de promoción y
de integración social.
221. Este pacto también implica aceptar la
posibilidad de ceder algo por el bien común. Ninguno podrá tener toda la verdad
ni satisfacer la totalidad de sus deseos, porque esa pretensión llevaría a
querer destruir al otro negándole sus derechos. La búsqueda de una falsa
tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante, de quien cree que debe
ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro también tiene el
derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el auténtico reconocimiento del
otro, que sólo el amor hace posible, y que significa colocarse en el lugar del
otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos de comprensible, en medio
de sus motivaciones e intereses.
Recuperar la amabilidad
222. El individualismo consumista provoca
mucho atropello. Los demás se convierten en meros obstáculos para la propia
tranquilidad placentera. Entonces se los termina tratando como molestias y la
agresividad crece. Esto se acentúa y llega a niveles exasperantes en épocas de
crisis, en situaciones catastróficas, en momentos difíciles donde sale a plena
luz el espíritu del “sálvese quien pueda”. Sin embargo, todavía es posible
optar por el cultivo de la amabilidad. Hay personas que lo hacen y se
convierten en estrellas en medio de la oscuridad.
223. San Pablo mencionaba un fruto del
Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Ga 5,22), que
expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave,
que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a
que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de
sus problemas, urgencias y angustias. Es una manera de tratar a otros que se
manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para
no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los
demás. Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que
consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen,
que irritan, que desprecian»[208].
224. La amabilidad es una liberación de la
crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos
deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros
también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber ni tiempo ni energías
disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”,
“perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona
amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención,
para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar
un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido
cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones
y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor
ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto,
cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de
vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas.
Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye
todos los puentes.
Capítulo séptimo
CAMINOS DE REENCUENTRO
225. En muchos lugares del mundo hacen falta
caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de
paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y
audacia.
Recomenzar desde la verdad
226. Reencuentro no significa volver a un
momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos hemos cambiado. El dolor
y los enfrentamientos nos han transformado. Además, ya no hay lugar para diplomacias
vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos
modales que esconden la realidad. Los que han estado duramente enfrentados
conversan desde la verdad, clara y desnuda. Les hace falta aprender a cultivar
una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de
las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones. Sólo desde la verdad
histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de
comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos.
La realidad es que «el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo.
Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria
de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte
que la venganza»[209]. Como dijeron los Obispos del Congo con
respecto a un conflicto que se repite, «los acuerdos de paz en los papeles
nunca serán suficientes. Será necesario ir más lejos, integrando la exigencia
de verdad sobre los orígenes de esta crisis recurrente. El pueblo tiene el
derecho de saber qué pasó»[210].
227. En efecto, «la verdad es una compañera
inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales
para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras
sean alteradas. […] La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino
más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias
desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos.
Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores
violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y
de abusos. […] Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la
carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. […] La
violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más
muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible»[211].
La arquitectura y la artesanía de la paz
228. El camino hacia la paz no implica
homogeneizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar juntos. Puede unir a
muchos en pos de búsquedas comunes donde todos ganan. Frente a un determinado
objetivo común, se podrán aportar diferentes propuestas técnicas, distintas
experiencias, y trabajar por el bien común. Es necesario tratar de identificar
bien los problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que existen
diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El camino hacia
una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro
aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser
rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque «nunca se
debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser
considerado por la promesa que lleva dentro de él»[212], promesa que deja siempre un resquicio
de esperanza.
229. Como enseñaron los Obispos de Sudáfrica,
la verdadera reconciliación se alcanza de manera proactiva, «formando una nueva
sociedad basada en el servicio a los demás, más que en el deseo de dominar; una
sociedad basada en compartir con otros lo que uno posee, más que en la lucha
egoísta de cada uno por la mayor riqueza posible; una sociedad en la que el
valor de estar juntos como seres humanos es definitivamente más importante que
cualquier grupo menor, sea este la familia, la nación, la raza o la cultura»[213]. Los Obispos de Corea del Sur señalaron
que una verdadera paz «sólo puede lograrse cuando luchamos por la justicia a
través del diálogo, persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo»[214].
230. El esfuerzo duro por superar lo que nos
divide sin perder la identidad de cada uno, supone que en todos permanezca vivo
un básico sentimiento de pertenencia. Porque «nuestra sociedad gana cuando cada
persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia,
los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno
tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás
acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. […] En las familias todos
contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin
anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Se pelean, pero
hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las peleas de familia son
reconciliaciones después. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por
todos. ¡Eso sí es ser familia! Si pudiéramos lograr ver al oponente político o
al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres
o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano,
algo anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete?»[215].
231. Muchas veces es muy necesario negociar
y así desarrollar cauces concretos para la paz. Pero los procesos efectivos de
una paz duradera son ante todo transformaciones artesanales obradas por los
pueblos, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de
vida cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o
despachos. Entonces «cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto
creador, para escribir una nueva página de la historia, una página llena de
esperanza, llena de paz, llena de reconciliación»[216]. Hay una “arquitectura” de la paz,
donde intervienen las diversas instituciones de la sociedad, cada una desde su
competencia, pero hay también una “artesanía” de la paz que nos involucra a
todos. A partir de diversos procesos de paz que se desarrollaron en distintos
lugares del mundo «hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de
primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y
el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se alcanzan con el
diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o
económicos de buena voluntad. […] Además, siempre es rico incorporar en
nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones,
han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes
coloreen los procesos de memoria colectiva»[217].
232. No hay punto final en la construcción
de la paz social de un país, sino que es «una tarea que no da tregua y que
exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por
construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y
distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir
en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro
de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima
dignidad, y el respeto por el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de
toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto
plazo»[218]. Las manifestaciones públicas
violentas, de un lado o de otro, no ayudan a encontrar caminos de salida. Sobre
todo porque, como bien han señalado los Obispos de Colombia, cuando se alientan
«movilizaciones ciudadanas no siempre aparecen claros sus orígenes y objetivos,
hay ciertas formas de manipulación política y se han percibido apropiaciones a
favor de intereses particulares»[219].
Sobre todo con los últimos
233. La procura de la amistad social no
implica solamente el acercamiento entre grupos sociales distanciados a partir
de algún período conflictivo de la historia, sino también la búsqueda de un
reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables. La paz «no sólo es
ausencia de guerra sino el compromiso incansable —especialmente de aquellos que
ocupamos un cargo de más amplia responsabilidad— de reconocer, garantizar y
reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada o ignorada de
hermanos nuestros, para que puedan sentirse los principales protagonistas del
destino de su nación»[220].
234. Frecuentemente se ha ofendido a los
últimos de la sociedad con generalizaciones injustas. Si a veces los más pobres
y los descartados reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es
importante entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una
historia de menosprecio y de falta de inclusión social. Como enseñaron los
Obispos latinoamericanos, «sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite
apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos
y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la
amistad con los pobres»[221].
235. Quienes pretenden pacificar a una
sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano
integral no permiten generar paz. En efecto, «sin igualdad de oportunidades, las
diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que
tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o
mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas
políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar
indefinidamente la tranquilidad»[222]. Si hay que volver a empezar, siempre
será desde los últimos.
El valor y el sentido del perdón
236. Algunos prefieren no hablar de reconciliación
porque entienden que el conflicto, la violencia y las rupturas son parte del
funcionamiento normal de una sociedad. De hecho, en cualquier grupo humano hay
luchas de poder más o menos sutiles entre distintos sectores. Otros sostienen
que dar lugar al perdón es ceder el propio espacio para que otros dominen la
situación. Por eso, consideran que es mejor mantener un juego de poder que
permita sostener un equilibrio de fuerzas entre los distintos grupos. Otros creen
que la reconciliación es cosa de débiles, que no son capaces de un diálogo
hasta el fondo, y por eso optan por escapar de los problemas disimulando las
injusticias. Incapaces de enfrentar los problemas, eligen una paz aparente.
El conflicto inevitable
237. El perdón y la reconciliación son temas
fuertemente acentuados en el cristianismo y, de diversas formas, en otras
religiones. El riesgo está en no comprender adecuadamente las convicciones
creyentes y presentarlas de tal modo que terminen alimentando el fatalismo, la
inercia o la injusticia, o por otro lado la intolerancia y la violencia.
238. Jesucristo nunca invitó a fomentar la
violencia o la intolerancia. Él mismo condenaba abiertamente el uso de la
fuerza para imponerse a los demás: «Ustedes saben que los jefes de las naciones
las someten y los poderosos las dominan. Entre ustedes no debe ser así» (Mt 20,25-26).
Por otra parte, el Evangelio pide perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22)
y pone el ejemplo del servidor despiadado, que fue perdonado pero él a su vez
no fue capaz de perdonar a otros (cf. Mt 18,23-35).
239. Si leemos otros textos del Nuevo
Testamento, podemos advertir que de hecho las comunidades primitivas, inmersas
en un mundo pagano desbordado de corrupción y desviaciones, vivían un sentido
de paciencia, tolerancia, comprensión. Algunos textos son muy claros al
respecto: se invita a reprender a los adversarios con dulzura (cf. 2 Tm 2,25).
O se exhorta: «Que no injurien a nadie ni sean agresivos, sino amables,
demostrando una gran humildad con todo el mundo. Porque nosotros también antes
[…] éramos detestables» (Tt 3,2-3). El libro de los Hechos de los
Apóstoles afirma que los discípulos, perseguidos por algunas autoridades,
«gozaban de la estima de todo el pueblo» (2,47; cf. 4,21.33; 5,13).
240. Sin embargo, cuando reflexionamos
acerca del perdón, de la paz y de la concordia social, nos encontramos con una
expresión de Jesucristo que nos sorprende: «No piensen que vine a traer paz a
la tierra. ¡No vine a traer paz, sino espada! Vine a enfrentar al hijo contra
su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra y así, los
enemigos de cada uno serán los de su familia» (Mt 10,34-36). Es importante
situarla en el contexto del capítulo donde está inserta. Allí queda claro que
el tema del que se está hablando es el de la fidelidad a la propia opción, sin
avergonzarse, aunque eso acarree contrariedades, y aunque los seres queridos se
opongan a dicha opción. Por lo tanto, dichas palabras no invitan a buscar
conflictos, sino simplemente a soportar el conflicto inevitable, para que el
respeto humano no lleve a faltar a la fidelidad en pos de una supuesta paz
familiar o social. San Juan Pablo II ha dicho que la Iglesia «no pretende
condenar todas y cada una de las formas de conflictividad social. La Iglesia
sabe muy bien que, a lo largo de la historia, surgen inevitablemente los
conflictos de intereses entre diversos grupos sociales y que frente a ellos el
cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión»[223].
Las luchas legítimas y el perdón
241. No se trata de proponer un perdón
renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal
o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos,
sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así;
tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo
bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder
que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere
decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o
dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la injusticia tiene
que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque
debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad que Dios ama. Si un
delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que
exija justicia y que me preocupe para que esa persona —o cualquier otra— no
vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde que lo haga, y el
perdón no sólo no anula esa necesidad sino que la reclama.
242. La clave está en no hacerlo para
alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de nuestro pueblo, o
por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata una carrera de
venganza. Nadie alcanza la paz interior ni se reconcilia con la vida de esa
manera. La verdad es que «ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia,
menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las
diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y unirnos
para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos hizo, para
planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente legales»[224]. Así no se gana nada y a la larga se
pierde todo.
243. Es cierto que «no es tarea fácil
superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y desconfianza que dejó el
conflicto. Esto sólo se puede conseguir venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21)
y mediante el cultivo de las virtudes que favorecen la reconciliación, la
solidaridad y la paz»[225]. De ese modo, «quien cultiva la bondad
en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda
aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones. Incluso ante las
ofensas recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de
renunciar a la venganza»[226]. Es necesario reconocer en la propia
vida que «también ese duro juicio que albergo en mi corazón contra mi hermano o
mi hermana, esa herida no curada, ese mal no perdonado, ese rencor que sólo me
hará daño, es un pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego en el corazón,
que hay que apagar para que no se convierta en un incendio»[227].
La verdadera superación
244. Cuando los conflictos no se resuelven
sino que se esconden o se entierran en el pasado, hay silencios que pueden
significar volverse cómplices de graves errores y pecados. Pero la verdadera
reconciliación no escapa del conflicto sino que se logra en el
conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente,
sincera y paciente. La lucha entre diversos sectores «siempre que se abstenga
de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se convierte en una honesta
discusión, fundada en el amor a la justicia»[228].
245. Reiteradas veces propuse «un principio
que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al
conflicto. […] No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en
el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las
virtualidades valiosas de las polaridades en pugna»[229]. Sabemos bien que «cada vez que
las personas y las comunidades aprendemos a apuntar más alto de nosotros mismos
y de nuestros intereses particulares, la comprensión y el compromiso mutuo se
transforman […] en un ámbito donde los conflictos, las tensiones e incluso los
que se podrían haber considerado opuestos en el pasado, pueden alcanzar una
unidad multiforme que engendra nueva vida»[230].
La memoria
246. A quien sufrió mucho de manera injusta
y cruel, no se le debe exigir una especie de “perdón social”. La reconciliación
es un hecho personal, y nadie puede imponerla al conjunto de una sociedad, aun
cuando deba promoverla. En el ámbito estrictamente personal, con una decisión
libre y generosa, alguien puede renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46),
aunque la sociedad y su justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible
decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las
heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede
arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la
capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño
sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo
caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido.
247. La Shoah no debe ser
olvidada. Es el «símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre
cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad fundamental
de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del pueblo al que
pertenezca o la religión que profese»[231]. Al recordarla, no puedo menos que
repetir esta oración: «Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la
gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer,
de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido
nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu
aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más!»[232].
248. No deben olvidarse los bombardeos
atómicos a Hiroshima y Nagasaki. Una vez más «hago memoria aquí de todas las
víctimas, me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo
sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante
muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la
muerte que seguían consumiendo su energía vital. […] No podemos permitir que
las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa
memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más
fraterno»[233]. Tampoco deben olvidarse las
persecuciones, el tráfico de esclavos y las matanzas étnicas que ocurrieron y
ocurren en diversos países, y tantos otros hechos históricos que nos
avergüenzan de ser humanos. Deben ser recordados siempre, una y otra vez, sin
cansarnos ni anestesiarnos.
249. Es fácil hoy caer en la tentación de
dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay
que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios! Nunca se avanza sin memoria, no se
evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. Necesitamos mantener «viva la
llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el
horror de lo que sucedió» que «despierta y preserva de esta manera el recuerdo
de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más
contra todo deseo de dominación y destrucción»[234]. Lo necesitan las mismas víctimas
—personas, grupos sociales o naciones— para no ceder a la lógica que
lleva a justificar las represalias y cualquier tipo de violencia en nombre del
enorme mal que han sufrido. Por esto, no me refiero sólo a la memoria de los
horrores, sino también al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado
y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes
gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad. Es muy sano hacer
memoria del bien.
Perdón sin olvidos
250. El perdón no implica olvido. Decimos
más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado,
relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que
jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar.
Cuando hay algo que por ninguna razón debemos permitirnos olvidar, sin embargo,
podemos perdonar. El perdón libre y sincero es una grandeza que refleja la
inmensidad del perdón divino. Si el perdón es gratuito, entonces puede
perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y es incapaz de pedir
perdón.
251. Los que perdonan de verdad no olvidan,
pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha
perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la
destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la
venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos.
Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la insatisfacción de las
víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer sufrir a quien los cometió
no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni siquiera bastaría matar al
criminal, ni se podrían encontrar torturas que se equiparen a lo que pudo haber
sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada.
252. Tampoco estamos hablando de impunidad.
Pero la justicia sólo se busca adecuadamente por amor a la justicia misma, por
respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el
bien común, no como una supuesta descarga de la propia ira. El perdón es
precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso
de la venganza ni en la injusticia del olvido.
253. Cuando hubo injusticias mutuas, cabe
reconocer con claridad que pueden no haber tenido la misma gravedad o que no
sean comparables. La violencia ejercida desde las estructuras y el poder del
Estado no está en el mismo nivel de la violencia de grupos particulares. De
todos modos, no se puede pretender que sólo se recuerden los sufrimientos
injustos de una sola de las partes. Como enseñaron los Obispos de Croacia, «nosotros
debemos a toda víctima inocente el mismo respeto. No puede haber aquí
diferencias raciales, confesionales, nacionales o políticas»[235].
254. Pido a Dios «que prepare nuestros
corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas,
lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la
misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de
las controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y mansedumbre, a los
caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz»[236].
La guerra y la pena de muerte
255. Hay dos situaciones extremas que pueden
llegar a presentarse como soluciones en circunstancias particularmente
dramáticas, sin advertir que son falsas respuestas, que no resuelven los
problemas que pretenden superar y que en definitiva no hacen más que agregar
nuevos factores de destrucción en el tejido de la sociedad nacional y
universal. Se trata de la guerra y de la pena de muerte.
La injusticia de la guerra
256. «En el que trama el mal sólo hay
engaño, pero en los que promueven la paz hay alegría» (Pr 12,20). Sin
embargo hay quienes buscan soluciones en la guerra, que frecuentemente «se
nutre de la perversión de las relaciones, de ambiciones hegemónicas, de abusos
de poder, del miedo al otro y a la diferencia vista como un obstáculo»[237]. La guerra no es un fantasma del
pasado, sino que se ha convertido en una amenaza constante. El mundo está
encontrando cada vez más dificultad en el lento camino de la paz que había
emprendido y que comenzaba a dar algunos frutos.
257. Puesto que se están creando nuevamente
las condiciones para la proliferación de guerras, recuerdo que «la guerra es la
negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se
quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar
incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los
pueblos. Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el
infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como
propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica
fundamental»[238]. Quiero destacar que los 75 años de las
Naciones Unidas y la experiencia de los primeros 20 años de este milenio,
muestran que la plena aplicación de las normas internacionales es realmente
eficaz, y que su incumplimiento es nocivo. La Carta de las Naciones Unidas,
respetada y aplicada con transparencia y sinceridad, es un punto de referencia
obligatorio de justicia y un cauce de paz. Pero esto supone no disfrazar
intenciones espurias ni colocar los intereses particulares de un país o grupo
por encima del bien común mundial. Si la norma es considerada un instrumento al
que se acude cuando resulta favorable y que se elude cuando no lo es, se
desatan fuerzas incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los
más débiles, a la fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con
pérdidas irrecuperables para la comunidad global.
258. Así es como fácilmente se opta por la
guerra detrás de todo tipo de excusas supuestamente humanitarias, defensivas o
preventivas, acudiendo incluso a la manipulación de la información. De hecho,
en las últimas décadas todas las guerras han sido pretendidamente
“justificadas”. El Catecismo de la
Iglesia Católica habla de la posibilidad de una legítima defensa mediante
la fuerza militar, que supone demostrar que se den algunas «condiciones
rigurosas de legitimidad moral»[239]. Pero fácilmente se cae en una
interpretación demasiado amplia de este posible derecho. Así se quieren
justificar indebidamente aun ataques “preventivos” o acciones bélicas que
difícilmente no entrañen «males y desórdenes más graves que el mal que se
pretende eliminar»[240]. La cuestión es que, a partir del
desarrollo de las armas nucleares, químicas y biológicas, y de las enormes y
crecientes posibilidades que brindan las nuevas tecnologías, se dio a la guerra
un poder destructivo fuera de control que afecta a muchos civiles inocentes. Es
verdad que «nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza
que vaya a utilizarlo bien»[241]. Entonces ya no podemos pensar en
la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán
superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy
es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para
hablar de una posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra![242]
259. Es importante agregar que, con el
desarrollo de la globalización, lo que puede aparecer como una solución
inmediata o práctica para un lugar de la tierra, desata una cadena de factores
violentos muchas veces subterráneos que termina afectando a todo el planeta y
abriendo camino a nuevas y peores guerras futuras. En nuestro mundo ya no hay
sólo “pedazos” de guerra en un país o en otro, sino que se vive una “guerra
mundial a pedazos”, porque los destinos de los países están fuertemente
conectados entre ellos en el escenario mundial.
260. Como decía san Juan XXIII, «resulta un
absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho
violado»[243]. Lo afirmaba en un período de fuerte
tensión internacional, y así expresó el gran anhelo de paz que se difundía en
los tiempos de la guerra fría. Reforzó la convicción de que las razones de la
paz son más fuertes que todo cálculo de intereses particulares y que toda
confianza en el uso de las armas. Pero no se aprovecharon adecuadamente las
ocasiones que ofrecía el final de la guerra fría por la falta de una visión de
futuro y de una conciencia compartida sobre nuestro destino común. En cambio,
se cedió a la búsqueda de intereses particulares sin hacerse cargo del bien
común universal. Así volvió a abrirse camino el engañoso espanto de la guerra.
261. Toda guerra deja al mundo peor que como
lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad,
una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. No nos
quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la
carne de los perjudicados. Volvamos a contemplar a tantos civiles masacrados
como “daños colaterales”. Preguntemos a las víctimas. Prestemos atención a los
prófugos, a los que sufrieron la radiación atómica o los ataques químicos, a
las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su
infancia. Prestemos atención a la verdad de esas víctimas de la violencia,
miremos la realidad desde sus ojos y escuchemos sus relatos con el corazón
abierto. Así podremos reconocer el abismo del mal en el corazón de la guerra y
no nos perturbará que nos traten de ingenuos por elegir la paz.
262. Las normas tampoco serán suficientes si
se piensa que la solución a los problemas actuales está en disuadir a otros a
través del miedo, amenazando con el uso de armas nucleares, químicas o
biológicas. Porque «si se tienen en cuenta las principales amenazas a la paz y
a la seguridad con sus múltiples dimensiones en este mundo multipolar del siglo
XXI, tales como, por ejemplo, el terrorismo, los conflictos asimétricos, la
seguridad informática, los problemas ambientales, la pobreza, surgen no pocas
dudas acerca de la inadecuación de la disuasión nuclear para responder
eficazmente a estos retos. Estas preocupaciones son aún más consistentes si
tenemos en cuenta las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales
derivadas de cualquier uso de las armas nucleares con devastadores efectos
indiscriminados e incontrolables en el tiempo y el espacio. […] Debemos
preguntarnos cuánto sea sostenible un equilibrio basado en el miedo, cuando en
realidad tiende a aumentarlo y a socavar las relaciones de confianza entre los
pueblos. La paz y la estabilidad internacional no pueden basarse en una falsa
sensación de seguridad, en la amenaza de la destrucción mutua o de la
aniquilación total, en el simple mantenimiento de un equilibrio de poder. […]
En este contexto, el objetivo último de la eliminación total de las armas
nucleares se convierte tanto en un desafío como en un imperativo moral y
humanitario. […] El aumento de la interdependencia y la globalización comportan
que cualquier respuesta que demos a la amenaza de las armas nucleares, deba ser
colectiva y concertada, basada en la confianza mutua. Esta última se puede
construir sólo a través de un diálogo que esté sinceramente orientado hacia el
bien común y no hacia la protección de intereses encubiertos o particulares»[244]. Y con el dinero que se usa en armas y
otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial[245], para acabar de una vez con el
hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus
habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar
sus países para buscar una vida más digna.
La pena de muerte
263. Hay otra manera de hacer desaparecer al
otro, que no se dirige a países sino a personas. Es la pena de muerte. San Juan
Pablo II declaró de manera clara y firme que esta es inadecuada en el ámbito
moral y ya no es necesaria en el ámbito penal[246]. No es posible pensar en una marcha
atrás con respecto a esta postura. Hoy decimos con claridad que «la pena de
muerte es inadmisible»[247] y la Iglesia se compromete con
determinación para proponer que sea abolida en todo el mundo[248].
264. En el Nuevo Testamento, al tiempo que
se pide a los particulares no tomar la justicia por cuenta propia (cf. Rm 12,17.19),
se reconoce la necesidad de que las autoridades impongan penas a los que obran
el mal (cf. Rm 13,4; 1 P 2,14). En efecto, «la vida en
común, estructurada en torno a comunidades organizadas, necesita normas de
convivencia cuya libre violación requiere una respuesta adecuada»[249]. Esto implica que la autoridad
pública legítima pueda y deba «conminar penas proporcionadas a la gravedad de
los delitos»[250] y que se garantice al poder
judicial «la independencia necesaria en el ámbito de la ley»[251].
265. Desde los primeros siglos de la
Iglesia, algunos se manifestaron claramente contrarios a la pena capital. Por
ejemplo, Lactancio sostenía que «no hay que hacer ninguna distinción: siempre
será crimen matar a un hombre».[252] El Papa Nicolás I exhortaba:
«Esfuércense por liberar de la pena de muerte no sólo a cada uno de los
inocentes, sino también a todos los culpables»[253]. Con ocasión del juicio contra unos
homicidas que habían asesinado a dos sacerdotes, san Agustín pedía al juez que
no quitara la vida a los asesinos, y lo fundamentaba de esta manera: «Con esto
no impedimos que se reprima la licencia criminal de esos malhechores. Queremos
que se conserven vivos y con todos sus miembros; que sea suficiente dirigirlos,
por la presión de las leyes, de su loca inquietud al reposo de la salud, o bien
que se les ocupe en alguna tarea útil, una vez apartados de sus perversas
acciones. También esto se llama condena, pero todos entenderán que se trata de
un beneficio más bien que de un suplicio, al ver que no se suelta la rienda a
su audacia para dañar ni se les impide la medicina del arrepentimiento. […]
Encolerízate contra la iniquidad de modo que no te olvides de la humanidad. No
satisfagas contra las atrocidades de los pecadores un apetito de venganza, sino
más bien haz intención de curar las llagas de esos pecadores»[254].
266. Los miedos y los rencores fácilmente
llevan a entender las penas de una manera vindicativa, cuando no cruel, en
lugar de entenderlas como parte de un proceso de sanación y de reinserción en
la sociedad. Hoy, «tanto por parte de algunos sectores de la política como por
parte de algunos medios de comunicación, se incita algunas veces a la violencia
y a la venganza, pública y privada, no sólo contra quienes son responsables de
haber cometido delitos, sino también contra quienes cae la sospecha, fundada o
no, de no haber cumplido la ley. […] Existe la tendencia a construir
deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que concentran en sí mismas
todas las características que la sociedad percibe o interpreta como peligrosas.
Los mecanismos de formación de estas imágenes son los mismos que, en su
momento, permitieron la expansión de las ideas racistas»[255]. Esto ha vuelto particularmente
riesgosa la costumbre creciente que existe en algunos países de acudir a
prisiones preventivas, a reclusiones sin juicio y especialmente a la pena de
muerte.
267. Quiero remarcar que «es imposible
imaginar que hoy los Estados no puedan disponer de otro medio que no sea la
pena capital para defender la vida de otras personas del agresor injusto».
Particular gravedad tienen las así llamadas ejecuciones extrajudiciales o
extralegales, que «son homicidios deliberados cometidos por algunos Estados o
por sus agentes, que a menudo se hacen pasar como enfrentamientos con
delincuentes o son presentados como consecuencias no deseadas del uso
razonable, necesario y proporcional de la fuerza para hacer aplicar la ley»[256].
268. «Los argumentos contrarios a la pena de
muerte son muchos y bien conocidos. La Iglesia ha oportunamente destacado
algunos de ellos, como la posibilidad de la existencia del error judicial y el uso
que hacen de ello los regímenes totalitarios y dictatoriales, que la utilizan
como instrumento de supresión de la disidencia política o de persecución de las
minorías religiosas y culturales, todas víctimas que para sus respectivas
legislaciones son “delincuentes”. Todos los cristianos y los hombres de buena
voluntad están llamados, por lo tanto, a luchar no sólo por la abolición de la
pena de muerte, legal o ilegal que sea, y en todas sus formas, sino también con
el fin de mejorar las condiciones carcelarias, en el respeto de la dignidad
humana de las personas privadas de libertad. Y esto yo lo relaciono con la
cadena perpetua. […] La cadena perpetua es una pena de muerte oculta»[257].
269. Recordemos que «ni siquiera el homicida
pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante»[258]. El firme rechazo de la pena de muerte
muestra hasta qué punto es posible reconocer la inalienable dignidad de todo
ser humano y aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya que, si no se lo
niego al peor de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la
posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda
separarnos.
270. A los cristianos que dudan y se sienten
tentados a ceder ante cualquier forma de violencia, los invito a recordar aquel
anuncio del libro de Isaías: «Con sus espadas forjarán arados» (2,4). Para
nosotros esa profecía toma carne en Jesucristo, que frente a un discípulo
cebado por la violencia dijo con firmeza: «¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues
todos los que empuñan espada, a espada morirán» (Mt 26,52). Era un eco de
aquella antigua advertencia: «Pediré cuentas al ser humano por la vida de su
hermano. Quien derrame sangre humana, su sangre será derramada por otro ser
humano» (Gn 9,5-6). Esta reacción de Jesús, que le brotó del corazón,
supera la distancia de los siglos y llega hasta hoy como un constante reclamo.
Capítulo octavo
LAS RELIGIONES AL SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
271. Las distintas religiones, a partir de
la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de
Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para
la defensa de la justicia en la sociedad. El diálogo entre personas de
distintas religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o
tolerancia. Como enseñaron los Obispos de India, «el objetivo del diálogo es
establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias morales y
espirituales en un espíritu de verdad y amor»[259].
El fundamento último
272. Los creyentes pensamos que, sin una
apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado
a la fraternidad. Estamos convencidos de que «sólo con esta conciencia de hijos
que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros»[260]. Porque «la razón, por sí sola, es
capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia
cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad»[261].
273. En esta línea, quiero recordar un texto
memorable: «Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre
conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que
garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación,
los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad
trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta
el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia
opinión, sin respetar los derechos de los demás. [...] La raíz del
totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad
trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y,
precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el
individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado. No puede
hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la
minoría»[262].
274. Desde nuestra experiencia de fe y desde
la sabiduría que ha ido amasándose a lo largo de los siglos, aprendiendo
también de nuestras muchas debilidades y caídas, los creyentes de las distintas
religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras
sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con
nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos
compañeros de camino, verdaderamente hermanos. Creemos que «cuando, en nombre
de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar
ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos
violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de
la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a
la humanidad radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales»[263].
275. Cabe reconocer que «entre las causas
más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana
anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además del predominio
del individualismo y de las filosofías materialistas que divinizan al hombre y
ponen los valores mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos
y trascendentes»[264]. No puede admitirse que en el debate
público sólo tengan voz los poderosos y los científicos. Debe haber un lugar
para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de
experiencia y de sabiduría. «Los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un
significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora», pero de hecho
«son despreciados por la cortedad de vista de los racionalismos»[265].
276. Por estas razones, si bien la Iglesia
respeta la autonomía de la política, no relega su propia misión al ámbito de lo
privado. Al contrario, no «puede ni debe quedarse al margen» en la construcción
de un mundo mejor ni dejar de «despertar las fuerzas espirituales»[266] que fecunden toda la vida en
sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política
partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la
dimensión política de la existencia[267] que implica una constante atención
al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral. La Iglesia
«tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y
educación» sino que procura «la promoción del hombre y la fraternidad
universal»[268]. No pretende disputar poderes terrenos,
sino ofrecerse como «un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto
[…] para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a
aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas. La Iglesia
es una casa con las puertas abiertas, porque es madre»[269]. Y como María, la Madre de Jesús,
«queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos,
que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser
signo de unidad […] para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación»[270].
La identidad cristiana
277. La Iglesia valora la acción de Dios en
las demás religiones, y «no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de
santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir,
los preceptos y doctrinas que […] no pocas veces reflejan un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres»[271]. Pero los cristianos no podemos esconder
que «si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos
perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la
confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos
siempre perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en
nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la
economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la
dignidad de todo hombre y mujer»[272]. Otros beben de otras fuentes. Para
nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el
Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el pensamiento cristiano y para
la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el
misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como
vocación de todos»[273].
278. Llamada a encarnarse en todos los
rincones, y presente durante siglos en cada lugar de la tierra —eso significa
“católica”— la Iglesia puede comprender desde su experiencia de gracia y de
pecado, la belleza de la invitación al amor universal. Porque «todo lo que es
humano tiene que ver con nosotros. […] Dondequiera que se reúnen los pueblos
para establecer los derechos y deberes del hombre, nos sentimos honrados cuando
nos permiten sentarnos junto a ellos»[274]. Para muchos cristianos, este camino de
fraternidad tiene también una Madre, llamada María. Ella recibió ante la Cruz
esta maternidad universal (cf. Jn 19,26) y está atenta no sólo a
Jesús sino también «al resto de sus descendientes» (Ap 12,17). Ella, con el
poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos,
donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde
resplandezcan la justicia y la paz.
279. Los cristianos pedimos que, en los
países donde somos minoría, se nos garantice la libertad, así como nosotros la
favorecemos para quienes no son cristianos allí donde ellos son minoría. Hay un
derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la
fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de
todas las religiones. Esa libertad proclama que podemos «encontrar un buen
acuerdo entre culturas y religiones diferentes; atestigua que las cosas que
tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar un modo
de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las diferencias y con la
alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios»[275].
280. Al mismo tiempo, pedimos a Dios que
afiance la unidad dentro de la Iglesia, unidad que se enriquece con diferencias
que se reconcilian por la acción del Espíritu Santo. Porque «fuimos bautizados
en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1 Co 12,13) donde cada
uno hace su aporte distintivo. Como decía san Agustín: «El oído ve a través del
ojo, y el ojo escucha a través del oído»[276]. También urge seguir dando testimonio
de un camino de encuentro entre las distintas confesiones cristianas. No
podemos olvidar aquel deseo que expresó Jesucristo: «Que todos sean uno» (Jn 17,21).
Escuchando su llamado reconocemos con dolor que al proceso de globalización le
falta todavía la contribución profética y espiritual de la unidad entre todos
los cristianos. No obstante, «mientras nos encontramos aún en camino hacia la
plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a
su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad»[277].
Religión y violencia
281. Entre las religiones es posible un
camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios. Porque «Dios no
mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor de Dios es el mismo para
cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor. Cuando
llegue el último día y exista la luz suficiente sobre la tierra para poder ver
las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!»[278].
282. También «los creyentes necesitamos
encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien común y la
promoción de los más pobres. No se trata de que todos seamos más light o
de que escondamos las convicciones propias que nos apasionan para poder
encontrarnos con otros que piensan distinto. […] Porque mientras más profunda,
sólida y rica es una identidad, más tendrá para enriquecer a los otros con su
aporte específico»[279]. Los creyentes nos vemos desafiados a
volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a
Dios y el amor al prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras
doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio,
odio, xenofobia, negación del otro. La verdad es que la violencia no encuentra
fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus
deformaciones.
283. El culto a Dios sincero y humilde «no
lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la
sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y
al compromiso amoroso por todos»[280]. En realidad «el que no ama no conoce a
Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,8). Por ello «el terrorismo execrable
que amenaza la seguridad de las personas, tanto en Oriente como en Occidente,
tanto en el Norte como en el Sur, propagando el pánico, el terror y el pesimismo
no es a causa de la religión —aun cuando los terroristas la utilizan—, sino de
las interpretaciones equivocadas de los textos religiosos, políticas de hambre,
pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por esto es necesario interrumpir el
apoyo a los movimientos terroristas a través del suministro de dinero, armas,
planes o justificaciones y también la cobertura de los medios, y considerar
esto como crímenes internacionales que amenazan la seguridad y la paz
mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y
manifestaciones»[281]. Las convicciones religiosas sobre
el sentido sagrado de la vida humana nos permiten «reconocer los valores
fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que
podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer,
permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico canto, en
vez del griterío fanático del odio»[282].
284. A veces la violencia fundamentalista,
en algunos grupos de cualquier religión, es desatada por la imprudencia de sus
líderes. Pero «el mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las
tradiciones religiosas que representamos. […] Los líderes religiosos
estamos llamados a ser auténticos “dialogantes”, a trabajar en la construcción
de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. Los
intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener una
ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se guarda nada
para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo
que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser
un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no
conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros»[283].
Llamamiento
285. En aquel encuentro fraterno que recuerdo gozosamente,
con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb «declaramos —firmemente— que las religiones no
incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad,
extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas
desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso
político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos
religiosos que han abusado —en algunas fases de la historia— de la influencia
del sentimiento religioso en los corazones de los hombres. […] En efecto, Dios,
el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre
sea usado para aterrorizar a la gente»[284]. Por ello quiero retomar aquí el
llamamiento de paz, justicia y fraternidad que hicimos juntos:
«En el nombre de Dios que ha creado todos los seres humanos
iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a
convivir como hermanos entre ellos, para poblar la tierra y difundir en ella
los valores del bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha
prohibido matar, afirmando que quien mata a una persona es como si hubiese
matado a toda la humanidad y quien salva a una es como si hubiese salvado a la
humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los
necesitados y de los marginados que Dios ha ordenado socorrer como un deber
requerido a todos los hombres y en modo particular a cada hombre acaudalado y
acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de los
refugiados y de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las
víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias; de los débiles,
de cuantos viven en el miedo, de los prisioneros de guerra y de los torturados
en cualquier parte del mundo, sin distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la
paz y la convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de
las guerras.
En nombre de la fraternidad humana que abraza a
todos los hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada por las
políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y
las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos
de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a todos los
seres humanos, creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos
de la prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena voluntad,
presentes en cada rincón de la tierra.
En el nombre de Dios y de todo esto […] “asumimos” la
cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el
conocimiento recíproco como método y criterio»[285].
***
286. En este espacio de reflexión sobre la
fraternidad universal, me sentí motivado especialmente por san Francisco de
Asís, y también por otros hermanos que no son católicos: Martin Luther King,
Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más. Pero quiero terminar
recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia
de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se
trata del beato Carlos de Foucauld.
287. Él fue orientando su sueño de una
entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en
lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de
sentir a cualquier ser humano como un hermano,[286] y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios
para que yo sea realmente el hermano de todos».[287] Quería ser, en definitiva, «el
hermano universal»[288]. Pero sólo identificándose con los
últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de
nosotros. Amén.
Oración al Creador
Oración cristiana ecuménica
Dado en Asís, junto a la tumba de san Francisco, el 3 de
octubre del año 2020, víspera de la Fiesta del “Poverello”, octavo de mi
Pontificado.
Francisco
[1] Admoniciones, 6, 1: Fonti
Francescane (FF) 155; cf. Escritos. Biografías. Documentos de la
época, ed. Bac, Madrid 2011, 94.
[2] Ibíd., 25: FF 175; cf. ibíd.,
p. 99.
[3] S. Francisco de Asís, Regla no
bulada de los hermanos menores, 16, 3.6: FF 42-43; cf. ibíd.,
120.
[4] Eloi Leclerc, O.F.M., Exilio y
ternura, ed. Marova, Madrid 1987, 205.
[5] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 6.
[6] Discurso
en el encuentro ecuménico e interreligioso con los jóvenes, Skopie –
Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (10 mayo 2019), p. 13.
[7] Discurso
al Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106
(2014), 996; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28
noviembre 2014), p. 3.
[8] Encuentro
con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Santiago –
Chile (16 enero 2018): AAS 110 (2018), 256.
[9] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[10] Exhort. ap. postsin. Christus
vivit (25 marzo 2019), 181.
[11] Card. Raúl Silva Henríquez,
S.D.B., Homilía en el Tedeum en Santiago de Chile (18 septiembre
1974).
[12] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 57: AAS 107 (2015), 869.
[13] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 120; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (15 enero 2016), p. 7.
[14] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero
2014): AAS 106 (2014), 83-84; L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[15] Cf. Discurso
a la Fundación Centesimus annus pro Pontifice (25 mayo 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (31 mayo 2013), p. 4.
[16] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
[17] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 22: AAS 101 (2009), 657.
[18] Discurso
a las autoridades, Tirana – Albania (21 septiembre 2014): AAS 106
(2014), 773; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26
septiembre 2014), p. 7.
[19] Mensaje
a los participantes en la Conferencia internacional “Los derechos humanos en el
mundo contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones” (10 diciembre
2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (14 diciembre
2018), p. 11.
[20] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 212: AAS 105 (2013), 1108.
[21] Mensaje
para la 48.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2015 (8 diciembre
2014), 3-4: AAS 107 (2015), 69-71; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[22] Ibíd.,
5: AAS 107 (2015), 72; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[23] Mensaje
para la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8 diciembre
2015), 2: AAS 108 (2016), 49; L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (18-25 diciembre 2015), p. 8.
[24] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre
2019), 1:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre
2019), p. 6.
[25] Discurso
sobre las armas nucleares, Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[26] Discurso
a los profesores y estudiantes del Colegio “San Carlos” de Milán (6
abril 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (14
abril 2019), p. 7.
[27] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 7.
[28] Discurso
al mundo de la cultura, Cagliari – Italia (22 septiembre 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (27 septiembre 2013), p. 15.
[29] Humana
communitas. Carta al Presidente de la Pontificia Academia para la Vida con
ocasión del 25.º aniversario de su institución (6 enero 2019), 2. 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (18 enero 2019), pp. 6-7.
[30] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27
abril 2017), p. 7.
[31] Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo
2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3 abril
2020), p. 3.
[32] Homilía
durante la Santa Misa, Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 12.
[33] Cf. Eneida1, 462: «Sunt lacrimae
rerum et mentem mortalia tangunt».
[34] «Historia […] magistra vitae» (Marco
Tulio Cicerón, De Oratore, 2, 36).
[35] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 204: AAS 107 (2015), 928.
[36] Exhort. ap. postsin. Christus
vivit (25 marzo 2019), 91.
[39] Benedicto XVI, Mensaje
para la 99.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (12 octubre
2012): AAS 104 (2012), 908; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (11 noviembre 2012), p. 4.
[40] Exhort. ap. postsin. Christus
vivit (25 marzo 2019), 92.
[41] Mensaje
para la 106.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020 (13
mayo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (22 mayo
2020), p. 5.
[42] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[43] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero
2014): AAS 106 (2014), 84; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (17 enero 2014), p. 7.
[44] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 123; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[45] Mensaje
para la 105.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (27 mayo
2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (31 mayo
2019), p. 6.
[46] Exhort. ap. postsin. Christus
vivit (25 marzo 2019), 88.
[48] Exhort. ap. Gaudete
et exsultate (19 marzo 2018), 115.
[49]Del film El Papa Francisco – Un
hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[50] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Tallin –
Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (5 octubre 2018), p. 4.
[51] Cf. Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo
2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3 abril 2020),
p. 3; Mensaje
para la 4.ª Jornada Mundial de los Pobres 2020 (13 junio 2020),
6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 junio 2020),
p. 5.
[52] Saludo
a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela, La Habana – Cuba (20
septiembre 2015): L’Osservatore Romano (21-22 septiembre 2015), p. 6.
[53] Conc. Ecum. Vat. II, Const.
past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[54] S. Ireneo de Lyon, Adversus
Haereses 2, 25, 2: PG 7/1, 798-s.
[55] Talmud Bavli (Talmud de
Babilonia), Sabbat, 31 a.
[56] Discurso
a los asistidos de las obras de caridad de la Iglesia, Tallin
– Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (5 octubre 2018), p. 5.
[57] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27
abril 2017), p. 7.
[58] Homiliae in Matthaeum, 50, 3: PG 58,
508.
[59] Mensaje
con ocasión del Encuentro de los Movimientos populares, Modesto –
Estados Unidos (10 febrero 2017): AAS 109 (2017), 291.
[60] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 235: AAS 105 (2013), 1115.
[61] S. Juan Pablo II, Mensaje
a los discapacitados, Ángelus en Osnabrück – Alemania (16 noviembre
1980): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (23
noviembre 1980), p. 9.
[62] Conc. Ecum. Vat. II, Const.
past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.
[63] Gabriel Marcel, Du refus à
l’invocation, ed. NRF, París 1940, 50; cf. Íd., De la negación a la
invocación, en Obras selectas, ed. BAC, Madrid 2004, vol. 2, 41.
[64] Ángelus (10
noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(15 noviembre 2019), p. 3.
[65] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Scriptum
super Sententiis, lib. 3, dist. 27, q. 1, a. 1, ad 4: «Dicitur amor extasim
facere, et fervere, quia quod fervet extra se bullit et exhalat» (se dice que
el amor produce éxtasis y efervescencia puesto que lo efervescente bulle fuera
de sí y expira).
[66] Karol Wojtyła, Amor y
responsabilidad, Madrid 1978, 136.
[67] Karl Rahner, S.J., El año litúrgico, Barcelona
1966, 28. Obra original: Kleines Kirchenjahr. Ein Gang durch den Festkreis,
ed. Herder, Friburgo 1981, 30.
[68] Regula, 53, 15: «Pauperum et
peregrinorum maxime susceptioni cura sollicite exhibeatur».
[69] Cf. Summa Theologiae, II-II, q.
23, art. 7; S. Agustín, Contra Julianum, 4, 18: PL 44, 748: «De
cuántos placeres se privan los avaros para aumentar sus tesoros o por el temor
de verlos disminuir».
[70] «Secundum acceptionem divinam» (Scriptum
super Sententiis, lib. 3, dist. 27, a. 1, q. 1, concl. 4).
[71] Benedicto XVI, Carta enc. Deus
caritas est (25 diciembre 2005), 15: AAS 98 (2006), 230.
[72] Summa Theologiae II-II, q. 27,
art. 2, resp.
[73] Ibíd., I-II, q. 26, art. 3, resp.
[74] Ibíd., q. 110, art. 1, resp.
[75] Mensaje
para la 47.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2014 (8 diciembre
2013), 1: AAS 106 (2014), 22; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 diciembre 2013), p. 8.
[76] Cf. Ángelus (29 diciembre 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (3 enero 2014), pp. 2-3; Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12
enero 2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10.
[77] Mensaje
para el Día internacional de las personas con discapacidad (3
diciembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(6 diciembre 2019), pp. 5.12.
[78] Discurso
en el Encuentro por la libertad religiosa con la comunidad hispana y otros
inmigrantes, Filadelfia – Estados Unidos (26 septiembre 2015): AAS 107
(2015), 1050-1051.
[79] Discurso
a los jóvenes, Tokio – Japón (25 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 15.
[80] En estas consideraciones me dejo
inspirar por el pensamiento de Paul Ricoeur, «Le socius et le prochain»,
en Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967, 113-127.
[81] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 190: AAS 105 (2013), 1100.
[82] Ibíd.,
209: AAS 105 (2013), 1107.
[83] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[84] Mensaje
para el evento “Economy of Francesco” (1 mayo 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (17 mayo 2019), p. 5.
[85] Discurso
al Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106
(2014), 997; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28
noviembre 2014), p. 3.
[86] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 229: AAS 107 (2015), 937.
[87] Mensaje
para la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8 diciembre
2015), 6: AAS 108 (2016), 57-58; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (18-25 diciembre 2015), p. 10.
[88] La solidez está en la raíz etimológica
de la palabra solidaridad. La solidaridad, en el significado ético-político que
esta ha asumido en los últimos dos siglos, da lugar a una construcción social
segura y firme.
[89] Homilía
durante la Santa Misa, La Habana – Cuba (20 septiembre 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (25 septiembre 2015), p. 3.
[90] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 851-852.
[91] Cf. S. Basilio, Homilia 21. Quod
rebus mundanis adhaerendum non sit, 3, 5: PG 31, 545-549; Regulae
brevius tractatae, 92: PG 31, 1145-1148; S. Pedro Crisólogo,
Sermo 123: PL 52, 536-540; S. Ambrosio, De Nabuthe,
27.52: PL 14, 738s; S. Agustín, In Iohannis Evangelium 6,
25: PL 35, 1436s.
[92] De Lazaro Concio 2, 6: PG 48,
992D.
[93] Regula pastoralis 3, 21: PL 77,
87.
[94] Carta enc. Centesimus
annus (1 mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[95]Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884.
[96]S. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem
exercens (14 septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[97] Cf. Consejo Pontificio Justicia y
Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 172.
[98] Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 22: AAS 59 (1967), 268.
[99] S. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo
rei socialis (30 diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[100] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 95: AAS 107 (2015), 885.
[101] Ibíd., 129: AAS 107
(2015), 899.
[102] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 15: AAS 59 (1967), 265;
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 16: AAS 101 (2009), 652.
[103] Cf. Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884-885; Exhort.
ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 189-190: AAS 105 (2013),
1099-1100.
[104] Conferencia de Obispos Católicos de
Estados Unidos, Abramos nuestros corazones: El incesante llamado al amor.
Carta pastoral contra el racismo (noviembre 2018).
[105] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 51: AAS 107 (2015), 867.
[106] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 6: AAS 101 (2009), 644.
[107] S. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus
annus (1 mayo 1991), 35: AAS 83 (1991), 838.
[108] Discurso
sobre las armas nucleares, Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[109] Cf. Obispos católicos de México y los
Estados Unidos, Carta pastoral Juntos en el camino de la esperanza ya no
somos extranjeros (enero 2003).
[110] Audiencia
general (3 abril 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (5 abril 2019), p. 20.
[111] Cf. Mensaje
para la 104.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (14 enero
2018): AAS 109 (2017), 918-923; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (19 enero 2018), p. 2.
[112] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 10.
[113] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[114] Ibíd.,
122; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero 2016),
p. 8.
[115] Exhort. ap. postsin. Christus
vivit (25 marzo 2019), 93.
[117] Discurso
a las autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[118] Latinoamérica. Conversaciones con Hernán
Reyes Alcaide, ed. Planeta, Buenos Aires 2017, 105.
[119] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 10.
[120] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[121] Ibíd.,
60: AAS 101 (2009), 695.
[122] Ibíd.,
67: AAS 101 (2009), 700.
[123] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 447.
[124] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 234: AAS 105 (2013), 1115.
[125] Ibíd.,
235: AAS 105 (2013), 1115.
[127] S. Juan Pablo II, Discurso
a los representantes del mundo de la cultura argentina, Buenos Aires –
Argentina (12 abril 1987), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (10 mayo 1987), p. 20.
[128] Cf. Íd., Discurso a los cardenales (21
diciembre 1984), 4: AAS 76 (1984), 506; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (30 diciembre 1984), p. 3.
[129] Exhort. ap. postsin. Querida
Amazonia (2 febrero 2020), 37.
[130] Georg Simmel, «Puente y puerta», en El
individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura, ed. Península,
Barcelona 2001, 34. Obra original: Brücke und Tür. Essays des
Philosophen zur Geschichte, Religion, Kunst und Gesellschaft, ed. Michael
Landmann, Köhler-Verlag, Stuttgart 1957, 6.
[131] Cf. Jaime Hoyos-Vásquez, S.J.,
«Lógica de las relaciones sociales. Reflexión onto-lógica», en Revista
Universitas Philosophica, 15-16, Bogotá (diciembre 1990 - junio 1991), 95-106.
[132] Antonio Spadaro, S.J., Las
huellas de un pastor. Una conversación con el Papa Francisco, en: Jorge Mario
Bergoglio – Papa Francisco, En tus ojos está mi palabra. Homilías y
discursos de Buenos Aires (1999-2013), Publicaciones Claretianas, Madrid 2017,
24-25; cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 220-221: AAS 105 (2013),
1110-1111.
[133] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 204: AAS 105 (2013), 1106.
[134] Cf. Ibíd.: AAS 105 (2013),
1105-1106.
[135] Ibíd.,
202: AAS 105 (2013), 1105.
[136] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.
[137] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12 enero
2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10; cf. Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de
Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106 (2014),
851-859.
[138] Algo semejante puede decirse de la
categoría bíblica de “Reino de Dios”.
[139] Paul Ricoeur, Histoire et vérité,
ed. Le Seuil, París 1967, 122.
[140] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[141] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 670.
[142] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 858.
[144] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (5
noviembre 2016): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(11 noviembre 2016), p. 6.
[147] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[148] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1037.
[149] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 175: AAS 107 (2015), 916-917.
[150] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700-701.
[151] Ibíd.: AAS 101
(2009), 700.
[152] Consejo Pontificio Justicia y
Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 434.
[153] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1037.1041.
[154] Consejo Pontificio Justicia y
Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 437.
[155] S. Juan Pablo II, Mensaje
para la 37.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2004, 5: AAS 96
(2004), 117;L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 diciembre
2003), p. 5.
[156] Consejo Pontificio Justicia y
Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 439.
[157] Cf. Comisión social de los Obispos de
Francia, Declaración Réhabiliter la politique (17 febrero 1999).
[158] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[159] Ibíd., 196: AAS 107
(2015), 925.
[160] Ibíd.,
197: AAS 107 (2015), 925.
[161] Ibíd.,
181: AAS 107 (2015), 919.
[162] Ibíd.,
178: AAS 107 (2015), 918.
[163] Conferencia Episcopal Portuguesa,
Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo bem comum (15
septiembre 2003), 20; cf. Carta enc. Laudato
si’, 159: AAS 107 (2015), 911.
[164] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 191: AAS 107 (2015), 923.
[165] Pío XI, Discurso a la Federación
Universitaria Católica Italiana (18 diciembre 1927): L’Osservatore
Romano (23 diciembre 1927), 3.
[166] Cf. Íd., Carta enc. Quadragesimo
anno (15 mayo 1931), 88: AAS 23 (1931), 206-207.
[167] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 205: AAS 105 (2013), 1106.
[168] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[169] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 231: AAS 107 (2015), 937.
[170] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[171] Consejo Pontificio Justicia y
Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 207.
[172] S. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor
hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 288.
[173] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 44: AAS 59 (1967), 279.
[174]Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 207.
[175] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[176] Ibíd.,
3: AAS 101 (2009), 643.
[177] Ibíd.,
4: AAS 101 (2009), 643.
[179] Ibíd.,
3: AAS 101 (2009), 643.
[180] Ibíd.: AAS 101
(2009), 642.
[181] La doctrina moral católica, siguiendo
la enseñanza de santo Tomás de Aquino, distingue entre el acto “elícito” y el
acto “imperado” (cf. Summa Theologiae, I-II, q. 8-17; Marcellino Zalba,
S.J., Theologiae moralis summa. Theologia moralis fundamentalis. Tractatus
de virtutibus theologicis, ed. BAC, Madrid 1952, vol. 1, 69; Antonio Royo
Marín, O.P., Teología de la perfección cristiana, ed. BAC, Madrid 1962,
192-196).
[182] Consejo Pontificio Justicia y
Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 208.
[183] Cf. S. Juan Pablo II, Carta
enc. Sollicitudo
rei socialis (30 diciembre 1987), 42: AAS 80 (1988),
572-574; Íd., Carta enc. Centesimus
annus (1 mayo 1991), 11: AAS 83 (1991), 806-807.
[184] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 852.
[185] Discurso
al Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106
(2014), 999; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28
noviembre 2014), p. 4.
[186] Discurso
a la clase dirigente y al Cuerpo diplomático, Bangui – República
Centroafricana (29 noviembre 2015): AAS 107 (2015), 1320;L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (4 diciembre 2015), p. 15.
[187] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1039.
[188] Discurso
a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 853.
[189] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 7.
[190] René Voillaume, Hermano de todos,
ed. Narcea, Madrid 1978, 15-17.
[191] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27
abril 2017), p. 7.
[192] Audiencia
general (18 febrero 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (20 febrero 2015)p. 2.
[193] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 274: AAS 105 (2013), 1130.
[194] Ibíd.,
279: AAS 105 (2013), 1132.
[195] Mensaje
para la 52.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2019 (8 diciembre
2018), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (21
diciembre 2018), p. 7.
[196] Discurso
en el encuentro con la clase dirigente, Río de Janeiro – Brasil (27 julio 2013): AAS 105
(2013), 683-684.
[197] Exhort. ap. postsin. Querida
Amazonia (2 febrero 2020), 108.
[198] Del film El Papa Francisco – Un
hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[199] Mensaje
para la 48.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero
2014): AAS 106 (2014), 113; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (24 enero 2014), p. 3.
[200] Conferencia de Obispos católicos de
Australia – Departamento de Justicia social, Making it real: genuine
human encounter in our digital world (noviembre 2019), 5.
[201] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 123: AAS 107 (2015), 896.
[202] S. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis
splendor (6 agosto 1993), 96: AAS 85 (1993), 1209.
[203] Los cristianos creemos, además, que
Dios nos ofrece su gracia para que sea posible actuar como hermanos.
[204] Vinicius De Moraes, Samba de la
bendición (Samba da Bênção), en el disco Um encontro no Au bon
Gourmet, Río de Janeiro (2 agosto 1962).
[205] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[206] Ibíd.,
236: AAS 105 (2013), 1115.
[207] Ibíd.,
218: AAS 105 (2013), 1110.
[208] Exhort. ap. postsin. Amoris
laetitia (19 marzo 2016), 100: AAS 108 (2016), 351.
[209] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre
2019), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13
septiembre 2019), p. 6.
[210] Conferencia Episcopal del
Congo, Message au Peuple de Dieu et aux femmes et aux hommes de bonne
volonté (9 mayo 2018).
[211] Discurso
en el gran encuentro de oración por la reconciliación nacional,
Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017),
1063-1064.1066.
[212] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre
2019), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13
diciembre 2019), p. 7.
[213] Conferencia de Obispos de Sudáfrica, Pastoral
letter on christian hope in the current crisis (mayo 1986).
[214] Conferencia de Obispos católicos de
Corea, Appeal of the Catholic Church in Korea for Peace on the Korean
Peninsula (15 agosto 2017).
[215] Discurso
a la sociedad civil, Quito – Ecuador (7 julio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (10 julio 2015), p. 7.
[216] Encuentro
interreligioso con los jóvenes, Maputo – Mozambique (5 septiembre
2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13
septiembre 2019), p. 3.
[217] Homilía
durante la Santa Misa, Cartagena de Indias – Colombia (10 septiembre
2017): AAS 109 (2017), 1086.
[218] Discurso
a las autoridades, el Cuerpo diplomático y algunos representantes de la
sociedad civil, Bogotá – Colombia (7 septiembre 2017): AAS 109
(2017), 1029.
[219] Conferencia Episcopal de Colombia, Por
el bien de Colombia: diálogo, reconciliación y desarrollo integral (26
noviembre 2019), 4.
[220] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Maputo –
Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (13 septiembre 2019), p. 2.
[221] V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio
2007), 398.
[222] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 59: AAS 105 (2013), 1044.
[223] Carta enc. Centesimus
annus (1 mayo 1991), 14: AAS 83 (1991), 810.
[224] Homilía
durante la Santa Misa por el progreso de los pueblos, Maputo – Mozambique
(6 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 septiembre 2019), p. 7.
[225] Discurso
en la ceremonia de bienvenida, Colombo – Sri Lanka (13 enero 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 3.
[226] Discurso
a los niños del centro Betania y a una representación de asistidos de otros
centros caritativos de Albania, Tirana - Albania (21 septiembre
2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26
septiembre 2014), p. 11.
[227] Videomensaje
al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27
abril 2017), p. 7.
[228]Pío XI, Carta enc. Quadragesimo
anno (15 mayo 1931), 114: AAS 23 (1931), 213.
[229] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 228: AAS 105 (2013), 1113.
[230] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Riga –
Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (28 septiembre 2018), p. 12.
[231] Discurso
en la Ceremonia de bienvenida, Tel Aviv – Israel (25 mayo 2014): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 10.
[232] Discurso
en el Memorial de Yad Vashem, Jerusalén (26 mayo 2014): AAS 106
(2014), 228; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (30
mayo 2014), p. 9.
[233] Discurso
en el Memorial de la Paz, Hiroshima – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 13.
[234] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre
2019), 2:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13
diciembre 2019), p. 6.
[235] Conferencia de Obispos de
Croacia, Letter on the Fiftieth Anniversary of the End of the Second World
War (1 mayo 1995).
[236] Homilía
durante la Santa Misa, Amán – Jordania (24 mayo 2014): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 6.
[237] Cf. Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre
2019), 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13
diciembre 2019), p. 6.
[238] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1041.
[241] Carta enc. Laudato
si’ (24 mayo 2015), 104: AAS 107 (2015), 888.
[242] Aun san Agustín, quien forjó una idea
de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos, dijo que «dar muerte a la guerra
con la palabra, y alcanzar y conseguir la paz con la paz y no con la guerra, es
mayor gloria que darla a los hombres con la espada» (Epistola 229,
2: PL 33, 1020).
[243] Carta enc. Pacem
in terris (11 abril 1963), 127: AAS 55 (1963), 291.
[244] Mensaje
a la Conferencia de la ONU para la negociación de un instrumento jurídicamente
vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares (23 marzo
2017): AAS 109 (2017), 394-396; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 marzo 2017), p. 9.
[245] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 51: AAS 59 (1967), 282.
[246] Cf. Carta enc. Evangelium
vitae (25 marzo 1995), 56: AAS 87 (1995), 463-464.
[247] Discurso
con motivo del 25.º aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica (11
octubre 2017): AAS 109 (2017), 1196; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 octubre 2017), p. 1.
[248] Cf. Congregación para la Doctrina de
la Fe, Carta
a los Obispos acerca de la nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la
Iglesia Católica sobre la pena de muerte (1 agosto 2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (3 agosto 2018), p. 11.
[249] Discurso
a una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23
octubre 2014): AAS 106 (2014), 840; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[250] Consejo Pontificio Justicia y
Paz, Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, 402.
[251] S. Juan Pablo II, Discurso
a la Asociación Nacional Italiana de Magistrados (31 marzo 2000),
4: AAS 92 (2000), 633; L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (7 abril 2000), p. 9.
[252] Divinae Institutiones 6, 20,
17: PL 6, 708.
[253] Epistola 97 (responsa ad
consulta bulgarorum), 25: PL 119, 991.
[254] Epistola ad Marcellinum 133,
1.2: PL 33, 509.
[255] Discurso
a una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23
octubre 2014): AAS 106 (2014), 840-841; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[258] S. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium
vitae (25 marzo 1995), 9: AAS 87 (1995), 411.
[259] Conferencia de Obispos católicos de
India, Response of the church in India to the present day challenges (9
marzo 2016).
[260] Homilía durante
la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (17 mayo 2020).
[261] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[262] S. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus
annus (1 mayo 1991), 44: AAS 83 (1991), 849.
[263] Discurso
a los líderes de otras religiones y otras denominaciones cristianas, Tirana
– Albania (21 septiembre 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (26 septiembre 2014), p. 9.
[264] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 7.
[265] Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[266] Benedicto XVI, Carta enc. Deus
caritas est (25 diciembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 240.
[267] «El ser humano es un animal político»
(Aristóteles, Política, 1253a 1-3).
[268] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 11: AAS 101 (2009), 648.
[269] Discurso
a la Comunidad católica, Rakovski – Bulgaria (6 mayo 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 9.
[270] Homilía
durante la Santa Misa, Santiago de Cuba (22 septiembre 2015): AAS 107
(2015), 1005.
[271] Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra
aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no
cristianas, 2.
[272] Discurso
en el encuentro ecuménico, Riga – Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 13.
[273] Lectio divina en la Pontificia
Universidad Lateranense (26 marzo 2019): L’Osservatore Romano (27
marzo 2019), p. 10.
[274] S. Pablo VI, Carta enc. Ecclesiam
suam (6 agosto 1964), 44: AAS 56 (1964), 650.
[275] Discurso
a las autoridades, Belén – Palestina (25 mayo 2014): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 7.
[276] Enarrationes in Psalmos, 130, 6: PL 37,
1707.
[277] Declaración
conjunta del Santo Padre Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I,
Jerusalén (25 mayo 2014), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (30 mayo 2014), p. 12.
[278] Del film El Papa Francisco – Un
hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[279] Exhort. ap. postsin. Querida
Amazonia (2 febrero 2020), 106.
[280] Homilía
durante la Santa Misa, Colombo – Sri Lanka (14 enero 2015): AAS 107
(2015), 139; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (16
enero 2015), p. 5.
[281] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019):L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(8 febrero 2019), p. 10.
[282] Discurso
a las autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[283] Discurso
en el Encuentro Internacional por la Paz organizado por la Comunidad de San
Egidio (30 septiembre 2013): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (4 octubre 2013), p. 3.
[284] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu
Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 10.
[286] Cf. B. Carlos de Foucauld, Meditación
sobre el Padrenuestro (23 enero 1897).
[287] Íd., Carta a Henry de Castries (29
noviembre 1901).
[288] Íd., Carta a Madame de Bondy (7
enero 1902). Así le llamaba también san Pablo VI, elogiando su compromiso:
Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 12: AAS 59 (1967), 263.
http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
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