Claves para entender a los Maestros

02 agosto 2025

PALACIO LEGISLATIVO II

 

PALACIO LEGISLATIVO (II)

1925 – 25 DE AGOSTO – 2025

Fachada Sur (I)

 


El tímpano de la entrada principal exhibe una majestuosa serie de esculturas, realzadas por relieves de notable jerarquía artística. Esta obra, de refinada ejecución, fue concebida por el destacado escultor italiano Giannino Castiglioni.[1]


Observemos esta imagen en secciones. En su remate superior se distingue una espada apoyada sobre lo que parece ser un libro -probablemente una alusión a la Carta Magna-, ambos sostenidos por dos águilas imperiales. El conjunto está enmarcado por una corona circular de laureles, símbolo tradicional del honor y la gloria.

La espada remite al señorío y a la justicia, atributos asociados tanto al poder real como al principio ético que rige los actos. Las águilas, por su parte, proyectan significaciones nobles y ambiciosas; en la mitología griega se creía que remontaban su vuelo desde el confín del mundo para alcanzar la vertical de Delfos, siguiendo la trayectoria solar.
Y en el centro, esa cabeza inquietante: Medusa. Su gesto doliente evoca el instante posterior a su decapitación por Perseo. Ya no petrifica con la mirada, pero sigue siendo símbolo de lo trágico, coronada por el poder espiritual que las águilas encarnan.

La escena escultórica, coronada por una espada y un libro -probablemente la Carta Magna-, sostenidos por águilas e inscrita en una corona de laureles, condensa una arquitectura de poder con proyección espiritual. La espada no es solo emblema del señorío y la justicia; al apoyarse sobre el libro, sugiere que el ejercicio del poder debe estar sometido a la ley y al principio rector de la razón institucional.

Las águilas, en tanto guardianas de esa alianza entre fuerza y sabiduría, evocan un ascenso hacia lo trascendente. En el imaginario griego, alcanzar la vertical de Delfos era tocar la región sagrada del conocimiento oracular. Aquí no solo elevan los símbolos, sino que los legitiman desde una perspectiva cósmica.

La cabeza de Medusa introduce lo trágico como parte constitutiva del ciclo de poder. Su gesto doliente tras la decapitación recuerda que todo acto fundacional -como el de Perseo- implica dolor, sacrificio y transformación. Enmarcada por águilas, la figura deja de ser mera amenaza para convertirse en alegoría del poder espiritual redimido: aquello que antes petrificaba, ahora enseña desde el silencio. 

En el corazón del tímpano se despliega una escena con siete figuras, centrada en una mujer sentada que encarna la República. [2] Asistida por la Patria -representada con un gorro frigio, emblema de la Revolución Francesa y también presente en el escudo de la República Argentina-, esta imagen revela el desgaste del tiempo, evidenciado en las esculturas cuya definición se ha erosionado. Aunque desde ciertos ángulos no se aprecia con claridad, el gorro frigio permanece como símbolo de emancipación y soberanía popular.
En su mano izquierda, la República parece sostener una lanza, hoy ausente físicamente, pero sugerida en la composición, recurso que remite a la figura de Palas Atenea: deidad protectora de la ciudad, la sabiduría y la estrategia; o como dijimos también puede ser un báculo.

Esta representación está escoltada por cuatro alegorías femeninas: Veneración y Amor (a la derecha), Generosidad y Fe (a la izquierda). Juntas, configuran un espectro de virtudes públicas que sostienen el ideal republicano, a la vez que proyectan una dimensión ética y afectiva del poder.

A sus pies se encuentra el escudo nacional, flanqueado por dos jóvenes: uno con espada y casco, simbolizando la tutela militar de la Nación; el otro con martillo, evocando la labor y la construcción, es decir, la glorificación del esfuerzo cívico. Esta tríada -República, escudo y juventud armada- articula un relato visual de soberanía compartida entre lo simbólico, lo espiritual y lo colectivo.

La escena central del tímpano no solo embellece el edificio: instruye. En ella se condensa un programa republicano de valores, proyectado en mármol, piedra o bronce, para que generaciones sucesivas lo lean más allá de las palabras. La figura de la República -asistida por la Patria, flanqueada por las virtudes y sostenida por emblemas como el escudo y la juventud armada- conforma un tríptico visual que educa sobre el ideal nacional.

Este tipo de composición es característico del arte monumental en espacios funerarios de Estado, donde la arquitectura se convierte en alegoría viva: la República no muere, se honra; la Patria no se olvida, se custodia; el dolor no petrifica, se sublima -como en la Medusa que corona la escena.

La presencia de virtudes femeninas encarna el aspecto ético del poder. No se trata solo de gobernar, sino de amar, venerar, creer y compartir. La juventud al pie del escudo representa el relevo generacional, la defensa activa y la construcción colectiva, elementos vitales en la continuidad de la Nación.

Así, esta escena escultórica articula una pedagogía de la memoria, donde cada símbolo transmite no solo belleza, sino propósito y llamado. Es un monumento que interpela, una lección cívica esculpida para durar más que los discursos.

A
la izquierda del conjunto escultórico se distingue un grupo de tres figuras que configuran una alegoría de la prosperidad nacional. La riqueza está encarnada en una mujer que sostiene un cofre de forma cúbica -símbolo de lo material- cuya presencia también sugiere una dimensión espiritual del patrimonio: no solo lo tangible, sino lo intangible que nutre el alma colectiva de la Nación.

Junto a ella se erige la figura masculina del progreso, representado como un hombre que incita al trabajo a los desposeídos. Su gesto no es de imposición, sino de llamado: convoca a transformar la carencia en dignidad mediante el esfuerzo. Esta escena, lejos de idealizar la pobreza, la interpela desde una ética del hacer, del compartir y del construir.
La composición en su conjunto articula una pedagogía del desarrollo nacional, donde la riqueza no es acumulación sino canal, y el progreso no es avance técnico sino justicia aplicada. Cada figura se integra a la narrativa mayor del tímpano, en la que la República se presenta como síntesis de virtudes, memorias, desafíos y esperanzas.


En la escena final del tímpano aparece Hércules dominando a un león, imagen poderosa que encarna la lucha por la libertad. Esta figura remite al primero de los doce trabajos de Heracles -según los griegos; Hércules, para los romanos-, la derrota del león de Nemea, una criatura invulnerable que aterrorizaba a la población y cuyo pellejo solo pudo ser obtenido mediante su propia fuerza.

Este león, feroz e indomable, representa aquí las fuerzas adversas que amenazan a la Nación: el desorden, la opresión o incluso las pasiones descontroladas. El gesto de Hércules no es simplemente una demostración de fuerza bruta, sino una metáfora del heroísmo civilizatorio, del dominio de lo irracional y de la conquista ética del caos.
A nivel simbólico, esta figura puede leerse también como la lucha del ser humano consigo mismo: un enfrentamiento con sus pasiones más oscuras, donde la libertad no es don, sino conquista interior.

Integrada al resto del conjunto escultórico, la imagen de Hércules completa la narrativa del tímpano como una pedagogía monumental: allí donde la República se asienta sobre virtudes, trabajo y espiritualidad, el héroe clásico aporta la dimensión moral del esfuerzo heroico, necesario para sostener la libertad colectiva.

En el sector derecho del tímpano se despliega un conjunto alegórico de profunda carga simbólica. La 
figura de la Historia avanza con un libro en la mano -casi cerrado- como señal de un conocimiento reservado, no abierto a todos, sino destinado a los iniciados. Esta representación sugiere una lectura esotérica por parte del escultor, donde la Historia no se ofrece como relato evidente, sino como saber velado, para quienes son capaces de descifrarlo.
A su lado aparece la figura de las Artes, portando una estatuilla de Palas Atenea, inspirada en la obra clásica de Fidias. [3]

Atenea, diosa de la sabiduría y protectora de las artes, se convierte aquí en puente entre creación estética y virtud intelectual. La elección de esta estatuilla no es decorativa: apunta a la tradición helénica como fuente de equilibrio, civilización y belleza.

Finalmente, la Poesía se manifiesta con un instrumento musical entre las manos, quizás una lira o una flauta, emblema de la armonía y del lenguaje sonoro que trasciende la palabra escrita. Su presencia completa el tríptico, evocando que, además de la narración histórica y la creación artística, es la sensibilidad lírica la que compone el alma profunda de la Nación.


En el extremo del tímpano se encuentra un hombre sentado, acompañado por una lechuza: emblema ancestral de la prudencia y la sabiduría. Su pose grave, casi meditativa, y la presencia del ave que ve en la oscuridad refuerzan la idea de un saber que ilumina incluso los rincones más sombríos de la ignorancia.

La lechuza, vinculada tradicionalmente a Atenea -que en tiempos antiguos fue concebida por algunos como una diosa-pájaro o incluso como una lechuza misma-, trasciende aquí su función ornamental para convertirse en símbolo de un conocimiento racional, minucioso y laborioso.

A diferencia del conocimiento intuitivo, fugaz y centellante, esta figura encarna una sabiduría tenaz, forjada en la constancia del estudio y la contemplación. Es el saber que se conquista, no el que se revela; el que se construye, no el que se adivina.
En el marco del tímpano, este personaje es el custodio del pensamiento profundo, complementando a la República, al trabajo, a las virtudes cívicas, a la poesía y al heroísmo como pilares de una Nación que honra tanto el sentir como el saber.

 

 

El conjunto escultórico presenta una estructura ecléctica, de gran riqueza simbólica, que puede ser abordada en forma dual desde sus extremos hacia el centro:

 

v  De izquierda a derecha, se despliega la narrativa del dominio de la naturaleza por medio del esfuerzo humano. El hombre, en relación directa con los elementos, transforma la fuerza bruta en progreso: adquiere riqueza y logra una civilización victoriosa. Esta evolución se traduce en imágenes de trabajo, poder productivo y control sobre el entorno -una pedagogía visual del desarrollo material como sustento del proyecto republicano.

v  De derecha a izquierda, en cambio, el recorrido es más introspectivo y espiritual. El hombre, desnudo -símbolo de su estado primordial y de verdad desnuda- accede al conocimiento subliminal que brota de sí mismo. Ese saber, representado por el libro cerrado, no es evidente ni popular, sino reservado para los iniciados. A partir de esa introspección, florecen las artes y las ciencias: dimensiones del alma que enriquecen la Nación desde su interior, desde la sabiduría racional y simbólica.

 

 

Como juego adicional para los amantes de la numerología, a cada lado de la República encontramos siete figuras humanas. El número siete evoca ciclos completos y armonía universal: los siete días de la semana, las siete notas musicales, los siete colores del arco iris. Este detalle refuerza la idea de totalidad: el tímpano no representa una parte, sino el conjunto del ser republicano en su despliegue histórico, ético y estético.

 

Palacio Legislativo I



[1] Giannino Castiglioni (Milán, 4 de mayo de 1884 - Lierna, 27 de agosto de 1971) fue medallista, escultor, pintor. Estudió en la Academia de Brera, donde se graduó en 1906 y participa en el mismo año en la Exposición Internacional de Milán. Estas imágenes e igual que las cariátides fueron esculpidas por Pasquino Bacci.

[2] La República, así como está representada tiene un aire a la Emperatriz en el tarot, sosteniendo en su mano izquierda el cetro de poder, acá el escultor nos deja una sensación de que algo iba a tener.

[3] En la mitología griega, es la diosa de la guerra, civilización, sabiduría, estrategia, de las artes, de la justicia y de la habilidad. Siendo una de las principales divinidades del panteón griego y una de los doce dioses Olímpicos.

El escudo redondo argólico en cuyo centro aparece el gorgóneo, la cabeza de la Medusa, el sello distintivo del culto a la primitiva diosa en Grecia que recibió la posición más alta en el vértice del frontispicio del Partenón –más tarde se decía que su escudo era un regalo votivo de Perseo-. Casualidad pero Medusa está presente en el Palacio.

Esta representación no es la más típica, pero falta un cuerpo sin cabeza en la mano derecha, es probable que el tiempo se encargara de hacerlo caer.