Claves para entender a los Maestros

14 marzo 2023

VESTIMENTA

 

LA VESTIMENTA

Dentro del Protocolo de la Francmasonería se habla del atuendo adecuado, asimismo de las joyas y condecoraciones de cada oficio y grado. Sin embargo a lo que se hace mención es definitivamente al color blanco de la camisa y los guantes, negro del traje y rojo de la corbata o corbatín.

Existen muchas tradiciones y religiones en el mundo en donde se asocian los colores a la vestimenta que se debe utilizar en ciertas reuniones; en documentos antiguos se hace mención al Mandil del Masón más no al resto de la vestimenta. Si bien ha quedado claro que el blanco y el negro para los Masones tiene una simbología extensa, también está claro que el traje de ha venido con los tiempos modernos o con la masonería Especulativa. En la antigüedad los Gremios o corporaciones de constructores solo admitían a sus similares; al cambiar La masonería de operativa a especulativa y con el despertar del conocimiento, las letras se incorporaron a personajes de ciencias, artes, letras, etc. Es por ello que se les dio la denominación de “libre Pensadores” a estos gremios, enriqueciéndolos con sus conocimientos de distintas profesiones u oficios.


Los signos de reconocimiento fueron imprescindibles en las reuniones y a estos masones modernos que eran obreros no artesanos, se les dio el nuevo título de “aceptados”; hoy por hoy, cuando nos Referimos a los Miembros de Nuestra Augusta Institución, hablamos pues de los Antiguos libres y Aceptados Masones.

 

Todas las Tradiciones coinciden en el color blanco como color de los iniciados, los elegidos o los perfectos; los Egipcios, Esenios, Cátaros, etc., iniciaban con una túnica blanca como  sinónimo de pureza y nobleza. De igual manera el negro simboliza a Dios; en Egipto el negro era sinónimo de Fertilidad. Nuestro traje negro sobre el blanco nos estaría representando asimismo un plano intermedio entre un nivel de supra conciencia y la inconsciencia como aseguraba Guénon; a lo que equivale decir la luz de la inconsciencia con la oscuridad o noche luminosa; suena paradójico hablar de blanco o inconsciencia y de negro con sabiduría pero  recordemos que un Masón trabaja desde el mediodía a la medianoche en donde adquiere conocimiento es decir llega a la noche de luz o a la Luz de la medianoche o a ese negro luminoso que es la sabiduría. Existe un viejo refrán que nos recuerda también esto “de la oscuridad, nace la luz”.

 

Los colores en la vestimenta Blanco. Como su color contrario, el negro, el blanco puede situarse en los dos extremos de la gama cromática. Absoluto y no teniendo otras variaciones que las que van de la matidez al brillo, significa ora la ausencia ora la suma de los colores. Se coloca así ora al principio ora al final de la vida diurna y del mundo manifestado, lo que le confiere un valor ideal, asintótico. Pero la conclusión de la vida -el momento de la muerte- es también un momento transitorio en la charnela de lo visible y lo invisible, y por ende otro comienzo. El blanco -candidus- es el color del candidato, es decir de aquel que va a cambiar de condición (los candidatos a las funciones públicas se vestían de blanco). En la coloración de los puntos cardinales es pues normal que la mayor parte de los pueblos lo haya hecho el color del este y el oeste, es decir de esos dos puntos extremos Y misteriosos donde el sol ―astro del pensamiento diurno― nace y muere cada día. El blanco es en ambos casos un valor límite, lo mismo que estas dos extremidades de la línea indefinida del horizonte. Es el color del pasaje ―considerado éste en el sentido ritual― por el cual se operan las mutaciones del ser, según el esquema clásico de toda iniciación: muerte y renacimiento.  2. El blanco del oeste es el blanco mate de la muerte, que absorbe el ser y lo introduce en el mundo lunar, frío y hembra; conduce a la ausencia, al vacío nocturno, a la desaparición de la conciencia y de los colores diurnos.

El blanco del este es el del retorno: es el blanco del alba, cuando la bóveda celeste reaparece vacía aún de colores, pero rica del potencial de manifestación que ha recargado al microcosmos y al macrocosmos, cual pilas eléctricas, durante su estancia en el vientre nocturno, fuente de toda energía. Uno desciende del brillo a la matidez, otro sube de la matidez al brillo. En sí mismos, esos dos instantes, esas dos blancuras están vacías, suspendidas entre ausencia y presencia, entre luna y sol, entre las dos caras de lo sagrado, entre sus dos lados. [Blanco es también en castellano sinónimo de intermedio o entreacto en las funciones teatrales.] Todo el simbolismo del color blanco y de sus empleos rituales se desprende de esta observación de la naturaleza, a partir de la cual todas las culturas humanas han edificado sus sistemas filosóficos y religiosos. Un pintor como W. Kandinsky, para el cual el problema de los colores rebasaba largamente el problema de la estética, se ha expresado, a este respecto, mejor que nadie: «El blanco, que se ha considerado a menudo como un "no color" es como el símbolo de un mundo donde todos los colores, en cuanto propiedades de substancias materiales, se han desvanecido. El blanco actúa sobre nuestra alma como el silencio absoluto. Este silencio no está muerto, rebosa de posibilidades vivas. Es una nada llena de alegría juvenil o, por decirlo mejor, una nada antes de todo nacimiento, antes de todo comienzo. Así resonó tal vez la tierra, blanca y fría, en los días de la época glaciar.» No se puede describir mejor, sin nombrarla, el alba. 3. En todo pensamiento simbólico, la muerte precede a la vida, ya que todo nacimiento es un renacimiento. Por esto el blanco es primitivamente el color de la muerte y del duelo. Lo fue también en todo el Oriente y en Europa durante muchos años, principalmente en la corte de los reyes de Francia. En su aspecto nefasto el blanco lívido se opone al rojo: es el color del vampiro que busca precisamente la sangre ―condición del mundo diurno― que se ha retirado de él. Es el color del sudario, de todos los espectros, de todas las apariciones; el color ―o sobre todo la ausencia de color― del enano Alberón, el Alberich de los Nibelungos, rey de los albos o elfos (DONM, 184). Es el color de los aparecidos y esto explica que el primer hombre blanco que apareció entre los bantú del Camerún del Sur fuera llamado el Nango-Kon, el fantasma albino, que hizo al principio huir de pavor a todas las poblaciones que encontraba; después de lo cual, tranquilizados al ver sus intenciones pacíficas, acudieron todos para pedirle noticias de los parientes fallecidos, que creían debía conocer, ya que venía del país de los muertos. Frecuentemente, dice M. Eliade, «en los ritos de iniciación, el blanco es el color de la primera fase, la de la lucha contra la muerte» (ELle, 32). Nosotros diríamos sobre todo la de partida hacia la muerte. En este sentido el oeste es blanco para los aztecas, cuyo pensamiento religioso consideraba, según es notorio, la vida humana y la coherencia del mundo enteramente desaparece el astro del día, se llamaba la casa de la bruma; representaba la muerte, es decir, la entrada en lo invisible. Por este hecho los guerreros inmolados cada día para asegurar la regeneración del sol, eran conducidos al sacrificio, ornados de plumón blanco (SOUM) y calzados de sandalias blancas (THOH) que los aislaban del suelo y con ello demostraban que no eran ya de este mundo, y tampoco del otro. El blanco, decían, «es el color de los primeros pasos del alma, antes de que los guerreros sacrificados emprendan el vuelo» (SOUM). Por la misma razón todos los dioses del panteón azteca cuyo mito celebra un sacrificio seguido de renacimiento llevan ornamentos blancos (SOUM). [A este respecto añadiremos que la alquimia occidental contrapone la «obra al blanco» a la «obra al rojo» para distinguir estas dos etapas iniciáticas fundamentales a que aluden todas las tradiciones. A decir de R. Guénon esta distinción es la que diferenciaba en el orfismo1 ―y en sus ramificaciones posteriores, pitagóricas y «paganas»― los pequeños de los grandes misterios, o dicho en términos más generales, la iniciación caballeresca de la iniciación sacerdotal. Sendas etapas corresponderían en el Extremo Oriente, respectivamente, a la asunción del «hombre verdadero» (chenn-jen) y al estado de «hombre transcendente» (shenjen). Explica también Guénon repetidamente a lo largo de su obra (particularmente en GUEA. ~UE! y OUET) que la propia alquimia, en cuanto ars regia, correspondería a la primera fase iniciática, es decir que sería un lenguaje propio de la iniciación caballeresca y a ella encaminado.] 4. Los pueblos indios sitúan el color blanco al este por las mismas razones, como confirma el hecho de que el levante entraña en su pensamiento las ideas de otoño, de tierra profunda y de religión (MULR, 279, según Cushing, y Tals). Color del este, en dicho sentido, el blanco no es un color solar. No es en absoluto el color de la aurora sino el del alba, ese momento de vacío total entre noche y día, cuando el mundo onírico recubre aún toda realidad: el ser está entonces inhibido, suspendido en una blancura hueca y pasiva; por esta razón es el momento de los registros policiales, de los ataques por sorpresa y de las ejecuciones capitales, en las cuales una tradición viva manda que el condenado lleve una camisa blanca, que es una camisa de sumisión y de disponibilidad, como lo es también el vestido blanco de los comulgantes y el de la novia que se encamina hacia su boda. Después de la boda, el blanco cederá el sitio al rojo, lo mismo que la primera manifestación del despertar del día, sobre la tela de fondo del alba mate y neutra como un paño, estará constituido por la aparición de Venus la roja, y se hablará entonces de las bodas del día. Es la blancura inmaculada del quirófano, donde el bisturí del cirujano hará brotar la sangre vital. Es el color de la pureza, que no es originalmente un color positivo que manifieste la asunción de algo, sino un color neutro, pasivo, que muestra que nada aún se ha cumplido; tal es precisamente el sentido inicial de la blancura virginal y la razón por la cual los niños, en el ritual cristiano, se entierran con un sudario blanco adornado con flores blancas. [El mismo sentido lo conserva la lengua castellana en la expresión «estar en blanco» que puede usarse para designar el libro o la página no escritos, y también, con coloración ya negativa, al individuo que no consigue lo que pretende, al que no comprende lo que oye, o al candidato que se presenta a examen sin haber estudiado. En las formas más populares o germanescas del lenguaje «blanco» pasa a designar al hombre necio y «blancote» al cobarde.)

 

Negro Contracolor del blanco, el negro es su igual en valor absoluto. Como el blanco, puede situarse en las dos extremidades de la gama cromática, en cuanto límite de los colores cálidos y de los fríos; según su matiz o brillo, se convierte entonces en la ausencia o en la suma de los colores, en su negación o en su síntesis. 1. Simbólicamente es más frecuentemente entendido en su aspecto frío, negativo. Contracolor de todo color, está asociado a las tinieblas primordiales, a la indiferencia original.  En este sentido recuerda la significación del blanco neutro, del blanco vacío, y sirve de soportes a representaciones simbólicas análogas, tales como los caballos de la muerte, tanto blancos como negros. Pero el blanco neutro y ctónico3 está asociado, en las imágenes del mundo, al eje este-oeste, que es el de las partidas y las mutaciones, mientras que el color negro se sitúa sobre el eje norte-sur, que es el de la transcendencia absoluta y de los polos. Según los pueblos coloquen el infierno y el fondo del mundo hacia el norte o hacia el sur, una u otra dirección se considera negra. Así el norte es negro para los aztecas, los algonkinos4 y los chinos; el sur para los mayas y el nadir5, es decir, la base del eje del mundo, para los indios pueblo. 2. Instalado bajo el mundo, lo negro expresa la pasividad absoluta, el estado de muerte consumado e invariante entre las dos noches blancas donde se operan, en sus costados, los pasajes de la noche al día y del día a la noche. El negro es pues color de duelo, no como el blanco, sino de una manera más abrumadora. El luto blanco tiene algo de mesiánico. Indica una ausencia destinada a colmarse, una vacancia provisional. Es el duelo de los reyes y los dioses que obligatoriamente han de renacer: el rey ha muerto, ¡viva el rey!, cuadra perfectamente a la corte de Francia, donde el duelo se llevaba de blanco. El luto negro es, podríamos decir, el duelo sin esperanza. Como un <<nada>} sin posibilidades, como un «nada» muerto después de la muerte del sol, como un silencio eterno, sin porvenir, sin la propia esperanza del porvenir, resuena interiormente el negro, escribe Kandinsky6 (KANS). El duelo negro es la pérdida definitiva, la caída sin retomo en la nada: el Adán y la Eva del zoroastrismo, engañados por Ahriman7, se visten de negro cuando son expulsados del paraíso. Color de condenación, el negro se convierte también en el color de la renuncia a la vanidad de este mundo, de donde los abrigos negros constituyen una proclamación de fe en el cristianismo y en el islam: el manto negro de los mawlavi8 ―los derviches giradores― representa la piedra tumbal. Cuando el iniciado se lo quita para emprender su danza giratoria, aparece vestido con una ropa blanca que simboliza su renacimiento a lo divino, es decir, a la realidad verdadera: entre tanto han sonado las trompetas del juicio. En Egipto, según Horapolo, una paloma negra es el hieroglifo de la mujer que quedaba viuda hasta su muerte (PORS, 175). Esta paloma negra puede considerarse como el eros frustrado, la vida negada. Es sabida la fatalidad manifestada por el navío de velas negras desde la epopeya griega hasta la de Tristán. 3. Pero el mundo ctónico, bajo la realidad aparente, es también el vientre de la tierra donde se opera la regeneración del mundo diurno. ((Color de duelo en Occidente, el negro originalmente es símbolo de la fecundidad, como en el Egipto antiguo o en África del norte: es el color de la tierra fértil y de las nubes henchidas de lluvia) (SERH, 96). Si es negro como las aguas profundas, es también porque contiene el capital de vida latente, porque es la gran reserva de todas las cosas: Homero vio al océano negro. Las grandes diosas de la fertilidad, estas viejas diosas madres, son a menudo negras en virtud de su origen ctónico: las vírgenes negras sustituyen así a las Isis, a los Atón, a las Deméter, a las Cibeles y a las Afroditas negras. Orfeo dice, según Portal (PORS): (Cantaré a la noche, madre de los dioses y los hombres, la noche origen de todas las cosas creadas que nosotros llamaremos Venus.) El negro reviste el vientre del mundo donde, gracias a la gran oscuridad gestadora, opera el rojo del fuego y de la sangre, símbolo de la fuerza vital. De ahí la oposición frecuente de lo rojo y lo negro sobre el eje norte-sur, o, lo que viene a ser lo mismo, el hecho de que rojo y negro puedan aparecer como dos substitutos, como indica J. Soustelle (SOUM) con referencia a la imagen del mundo de los aztecas. De ahí también la representación de los Dióscuros9 montados sobre dos caballos, uno negro y otro rojo, en un vaso griego descrito por Portal, y también, sobre otro vaso, igualmente descrito por este autor, el vestido de Camilo, el gran psicopompo de los etruscos, que tiene el cuerpo rojo pero las alas, los botines y la túnica negros.  4. Los colores de La Muerte, arcano XIII del Tarot, son significativos. Esta muerte iniciática, preludio de un verdadero nacimiento, siega el paisaje de la realidad aparente ―paisaje de ilusiones perecederas― con una guadaña roja, mientras que el paisaje está pintado de negro. El instrumento del óbito representa la fuerza vital y su víctima la nada: segando la vida ilusoria, el arcano XIII prepara el acceso a la vida real. El simbolismo del número confirma aquí el del color; 13, que sucede a 12, cifra del ciclo cumplido, introduce a una nueva partida, inicia una renovación. 5. En lenguaje del blasón, el color negro se denomina sable [del latín sabulo o sabulum, arena], lo que expresa sus afinidades con la tierra estéril, habitualmente representada por el amarillo ocre, que a veces es el substituto del negro: este mismo amarillo de tierra o arena es el que representa el norte, frío e invernal, para ciertos pueblos amerindios, así como para los tibetanos y los kalmuk. El sable del blasón significa prudencia, sabiduría y constancia en las tristezas y adversidades (PORS, 177). El mismo simbolismo refleja el famoso verso del Cantar de los Cantares: «Soy negra y sin embargo hermosa, hijas de Jerusalén», que, según los exegetas del Antiguo Testamento es el símbolo de una gran prueba. Tal vez no es más que eso, pues lo negro brillante y cálido, surgido de lo rojo, representa la suma de los colores. Es la luz divina por excelencia en el pensamiento de los místicos musulmanes. Mawlana Jalal-odDin Rümi, el fundador de la orden de los mawlavi o derviches giradores, compara las etapas de progresión interior del sufi hacia la beatitud con una escala cromática. Parte ésta del blanco, que representa el libro de la ley coránica, valor de partida, pasivo porque precede al compromiso del derviche en la vía del perfeccionamiento. Desemboca en el negro a través del rojo: el negro, según el pensamiento de Mawlana, es el color absoluto, el término de todos los demás colores, escalados como otros tantos peldaños para alcanzar el estado supremo del éxtasis, donde la divinidad aparece al místico y lo deslumbra. Allí también el negro brillante es exactamente idéntico al blanco brillante. Sin duda alguna se puede interpretar de la misma manera la piedra de La Meca, también ella negra y brillante. Idéntico color hallamos también en el África con esa profunda pátina de reflejos rojizos, que recubre las estatuillas del Gabón que guardan los santuarios donde se conservan los cráneos de los ancestros. Para el profano, el mismo negro brillante y rojizo es el negro morcillo de los corceles de la tradición popular rusa, que simboliza el ardor y la potencia de la juventud. El casamiento del negro con el blanco es una hierogamia10; engendra el gris medio que, en la esfera cromática, es el valor del centro, es decir, del hombre. A.G.

 

Rojo Color de fuego y de sangre, el rojo es para muchos pueblos el primero de los colores, por ser el que está ligado más fundamentalmente a la vida. Pero hay dos rojos, el uno nocturno, hembra, que posee un poder de atracción centrípeto, y el otro diurno, macho, centrífugo, remolinante como un sol, que lanza su brillo sobre todas las cosas con una potencia inmensa e irresistible (KAN S). 1. El rojo nocturno, centrípeto, es el color del fuego central del hombre y de la tierra, y el del atanor18 de los alquimistas, donde se opera la digestión, la maduración y la regeneración del ser o de la obra. Está subyacente en el verdor de la tierra y en la negrura de la vasija. Es secreto, es el misterio vital escondido en el fondo de las tinieblas y de los océanos primordiales. Es el color del alma, de la libido y del corazón. Es el color de la ciencia, el del conocimiento esotérico, prohibido a los no iniciados y que los sabios disimulan bajo su manto; en las láminas de los Tarots, el Eremita, la Gran Sacerdotisa y la Emperatriz llevan un vestido rojo bajo una capa o un manto azul: los tres, en grados diversos, representan la ciencia secreta. Ese rojo, según se ve, es matricial. No es lícitamente visible más que en el curso de la muerte iniciática, en la que toma un valor sacramental: los iniciados a los misterios de Cibeles habían bajado a un foso donde recibían sobre el cuerpo la sangre de un toro o de un morueco, situado sobre una reja encima del foso y ritualmente sacrificado encima de ellos (MAGE), mientras que una serpiente iba a beber directamente de la herida de la víctima. En las islas Fidji, en un ritual análogo, se les mostraba a los jóvenes una hilera de hombres aparentemente muertos, cubiertos de sangre, con el cuerpo abierto y saliéndoseles las entrañas. Pero a un grito del sacerdote los pretendidos muertos se erguían de pie y corrían al río para limpiarse de la sangre y de las entrañas de cerdo con las que se les había cubierto (FRAG, 3,425). Los océanos purpúreos de los griegos y el mar Rojo manifiestan el mismo simbolismo: representan el vientre donde muerte y vida se transmutan una en otra. Este rojo oscuro, color iniciático y centrípeto encierra también una significación funeraria: «El color púrpura, según Artemidoro19, tiene relación con la muerte» (Ste-Croix, Mysteres du Paganisme, en PORS, 136-137). 2. Pues tal es en efecto la ambivalencia de este rojo profundo de la sangre, color recóndito que es la condición de la vida. Cuando se derrama significa la muerte. De ahí la prohibición que afecta a las mujeres con regla: la sangre que expulsan es lo impuro, porque al pasar de la noche uterina al día invierte su polaridad, y pasa de lo sagrado diestro a lo sagrado siniestro.

Esas mujeres son intocables, y en numerosas sociedades deben cumplir un retiro purificador antes de reintegrarse a la sociedad de la que han sido momentáneamente excluidas. Semejante entredicho se ha extendido por mucho tiempo a todo hombre que vertiese la sangre de otro, aunque fuese por una causa justa; el verdugo vestido de rojo es como el herrero un intocable, porque toca la propia esencia del misterio vital que encama el rojo centrípeto de la sangre y del metal en fusión. Un mito de las islas Trobiand (Melanesial, referido por Malinowski), ilustra la universalidad y antigüedad de tales creencias: al comienzo de los tiempos un hombre aprendió el secreto de la magia de un cangrejo, que era colorado «a causa de la brujería de la que estaba encargado; el hombre mató al cangrejo después de haberle arrancado su secreto; por esta razón los cangrejos hoy son negros, porque han sido despojados de su brujería; no obstante siguen siendo lentos para morir, porque fueron otrora los amos de la vida y de la muerte» (MALM, 133-134).  3. Esta virtud del color rojo, sacada a la luz, invierte la polaridad del símbolo que, de hembra y nocturno, se convierte en macho y solar. Aparece entonces un nuevo colorado, asociado al blanco y al oro, y éste constituye el símbolo esencial de la fuerza vital. Encarna el ardor y la belleza, la fuerza impulsiva y generosa, el eros libre y triunfante. Encarna también las virtudes guerreras. Fuera de algunas comparaciones relativas a la belleza corporal, el rojo es siempre, por ejemplo en Irlanda, el color guerrero por excelencia, y el vocabulario gaélico conoce dos adjetivos muy corrientes para designarlo: derg y ruadh. Los ejemplos existen por centenas, si no por millares, y Dagda, dios-druida, es llamado Ruadh Rofhessa, rojo de la gran ciencia.

 

Ricardo Mendoza Chípuli La vestimenta masónica

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