Gotthold Ephraim Lessing
22 de enero de 1729 - 15 de febrero de 1781
Kamenz (Sajonia) – Brunswick
14 de octubre de 1771 iniciado masón
Fue el escritor alemán más importante de
la ilustración. Con sus dramas y ensayos teóricos tuvo una
influencia significativa en la evolución de la literatura alemana.
De 1748 a 1760 vivió en Leipzig y Berlín,
donde trabajó como crítico y redactor, entre otras
publicaciones, del periódico Vossische Zeitung.
En 1752 obtuvo
el título académico de Magister (equivalente a la
"licenciatura" actual) en Wittenberg.
De 1760 a 1765 fue secretario del
general Friedrich Bogislav, Conde de Tauentzien.
En 1765 retornó a Berlín desde donde se trasladó
a Hamburgo en 1767 para trabajar como dramaturgo y
consejero del Deutsches Nationaltheater (Teatro Nacional Alemán).
Allí es donde conoció a Eva König, su futura esposa. En 1770 fue
nombrado bibliotecario en la Herzog-August-Bibliothek ("Biblioteca
del Duque Augusto") de Wolfenbüttel. No obstante, su trabajo se vio
interrumpido en múltiples ocasiones debido a varios viajes, entre otros
en 1775 junto con el príncipe Leopoldo a Italia.
En 1776 contrajo matrimonio con Eva König, quien
se había quedado viuda, en Jork (cerca de Hamburgo). Eva Lessing
murió en el año 1778 después del nacimiento de un hijo que tampoco
logró sobrevivir.
El 15 de febrero de 1781 murió Lessing
mientras visitaba al mercader de vinos Angott en Brunswick.
G. E. Lessing fue iniciado el 14 de octubre de
1771 en la logia Las Tres Rosas de Oro de Hamburgo. Tuvo una
gran influencia en la masonería alemana de su tiempo a través de una obra
masónica escrita en 1778 titulada Ernst und Falk.
Freimaurergespräche (Ernst y Falk. Diálogo para masones),
dedicada al Duque Fernando de Bruswick, Gran Maestro de la masonería
denominada de la Estricta Observancia
y promotor del Congreso de Wilhelmsbad de 1782.
El concepto de la libertad fue hilo conductor de toda su
obra. En sus trabajos religioso-filosóficos defendió la libertad de pensamiento
de los cristianos creyentes. Con el fin de iniciar una discusión pública contra
la ortodoxa “Fidelidad a la Letra”, publicó entre 1774 y 1778 siete
“Fragmentos de un Innombrado” (Fragmente eines Ungenannten), lo que llevó a la
llamada “Controversia de los Fragmentos” (Fragmentenstreit). Su adversario
principal en esta controversia fue el pastor principal de Hamburgo, Johann
Melchior Goeze, contra quien Lessing redactó, entre otros, once escritos
llamados Anti-Goeze. En numerosos enfrentamientos con los representantes
de la opinión ortodoxa tomó partido por la tolerancia frente a
las demás religiones del mundo. Cuando se le prohibió publicar más ensayos
teóricos Leesing expresa este posicionamiento en su drama “Nathan el Sabio” (1779)
que utiliza como un púlpito para explicar por medio del teatro el diálogo entre
las religiones y la tolerancia entre unas y otras. Lessing, como teólogo y
filósofo, escribe a Elisa Reimarus: “En
mi púlpito, en mi teatro, por lo menos me dejarán predicar tranquilo”,
porque su voluntad es la de ser un educador de la sociedad, ilustrándola.
Expuso más detalladamente su opinión en “La educación de la humanidad” (Die Erziehung des
Menschengeschlechts) (1780), La educación del género humano.
En la década de los años sesenta Lessing estudió con
atención la masonería, especialmente interesado en su origen y en su sentido,
como luego haría también otro gran filósofo del Idealismo Alemán, Fichte. En
Hamburgo, Lessing intentó entrar en la masonería a través de su amigo Bode,
maestro de la logia Absalón, pero le negaron la entrada, entre otros motivos,
alegando los de su edad y un carácter excesivamente fogoso, pero entonces, sólo
unos días después, lo aceptaron en una logia rival: Las tres rosas. Según los testimonios que de aquel momento nos han
llegado, una vez iniciado, el Venerable Maestro le dijo: “Ve usted cómo no halló nada contrario a la religión o al
Estado?” Lessing respondió: “Pues
hubiera preferido encontrarlo”.
En 1772, el duque Fernando de Braunschweig, a cuyo servicio
estaba Lessing, es nombrado Magnus Superior Ordinis, teniéndole así como
hermano en los puestos más altos del mundo iniciático y profano.
La masonería se oponía al absolutismo del Estado sin
necesidad de hacer revoluciones, ejerciendo su influencia desde los salones y
clubes, con los escritos de sus miembros, como los de Montesquieu, que
entró en la masonería durante su estancia en Londres entre 1729 y
1731, entre muchos otros intelectuales, científicos, propagandistas o
académicos, pero también entre políticos y la numerosa nobleza que se hallaba
entre sus columnas.
Lessing señala, en sus Diálogos para francmasones, una
comparación con la Iglesia, pues las instituciones tienden a acomodarse y
perder los ímpetus y el sentido de sus orígenes. En cuanto a la masonería, como
educadora de la humanidad, igual que la Iglesia, tendió a sistematizarse la
doctrina y a dar excesivo protagonismo a los uniformes y títulos, a los
reglamentos y puestos que los hermanos iban ascendiendo, los premios, medallas,
juegos infantiles y mundanos de vanidades que ayudan a buscar subir, pero
también tienden a enturbiar las relaciones más profundas de tales
instituciones.
El segundo diálogo muestra las claves de esa gran acción y
es que analiza cómo la humanidad necesariamente, por su extensión y tamaño, se
divide en grupos, y así surgen naciones, estados, costumbres y religiones
diversas. Pero ¿es posible el orden aun sin gobierno? “Si los individuos saben conducirse a sí
mismos, ¿por qué no?”. Al igual que Proudhon o Bakunin, y tantos otros
masones, Lessing parece compartir un ideal político, pero no lo ve fácil ni
viable. Lo que sí tiene claro y ahí ve una característica propia de los
masones, es que el Estado y todas las instituciones han de servir a los
individuos y no al revés. Casi adelantándose a algunos postulados de Bentham o
a Stuart Mill, mantiene que “la felicidad
del estado es la suma de la dicha particular de todos los miembros. Además de
ésta, no hay otra”. Y es que “la vida
social del hombre, todas las constituciones políticas, no son más que medios en
orden a la felicidad humana. (…) Nada más que medios. Y medios de invención
humana (…)”. Lessing explica que hay muchas constituciones, unas mejores
que otras, pero todas muy deficientes pues las más bellas ideas, cuando se
cristalizan en una institución, tienden a producir efectos contrarios a su
propósito llevando a la infelicidad de los hombres. La sociedad no puede unir a
los hombres sin separarlos, sin separarlos sin consolidar abismos entre ellos,
sin interponer entre ellos murallas divisorias: ¡Y qué terribles son esos abismos! ¡Qué insuperables resultan a menudo
esos muros divisores! (…) No se trata sólo de que la sociedad civil divide y
separa a los hombres en varios pueblos y religiones (…) es que la sociedad
civil prosigue también su separación en cada una de esas partes por decirlo así
hasta el infinito”. Pero si se eliminaran las diferencias de clases y
se repartiese a todos igualitariamente, “ese
reparto igualitario no duraría ni dos generaciones. Unos utilizarían las
propiedades mejor que otros. Además, unos tendrán que repartir su mal
administrado patrimonio entre más descendientes que otros. Así que habrá
miembros más ricos y miembros más pobres”. En el primer diálogo, Falk dice
que es francmasón no tanto por haber sido recibido en una logia regular sino
porque comprende qué es y por qué existe la masonería y de qué manera se la
promueve, así como sus dificultades. Es decir, que lo es porque comprende
plenamente su sentido, no sólo porque ha entrado formalmente en la institución.
Así, Falk, el masón del diálogo comenta luego que “La francmasonería no es cosa arbitraria, no es algo de lo que se pueda
prescindir, sino algo necesario y basado en la naturaleza del hombre y la
sociedad civil…
La francmasonería
existió siempre”. Pero no se refiere a ello como institución, con su
organización, signos concretos y leyes, sino como espíritu compartido en la
humanidad por muchos hombres de todas las épocas. Incluso los francmasones que
están en el secreto de su Orden no pueden comunicarlo verbalmente, ¿cómo es
que, a pesar de todo, propagan su Orden? Con obras. Aquí Lessing recuerda una
expresión: “por sus hechos los conoceréis”.
Pero “No se trata sólo de que los
francmasones se apoyan mutuamente y de que se apoyan con la mayor eficacia, que
es o no pasa de ser una característica de cualquier banda. ¡Es lo que hacen en
favor de la generalidad de los ciudadanos del estado del que son miembros!”,
es decir, que se unen y apoyan, pero no para beneficiarse a sí mismos sino para
beneficiar a toda la humanidad con sus obras. Así van comentando obras sociales
que en diversas ciudades han hecho los masones, con sentido filantrópico, de
beneficencia y de educación, para los pobres y otros abandonados. Pero no es
eso lo fundamental, pues dice al final, a través de Falk: “Puedo y sé decirte solamente que las obras de los francmasones son tan
grandes, son de una amplitud tal, que puede que pasen siglos antes de poder decir:
eso lo han hecho ellos. Pero han hecho todo lo bueno que hay en el mundo (…) Y
siguen trabajando en todo lo bueno que irá habiendo en el mundo (…)”.
Aquí tiene pleno sentido la masonería, actuando con sus
individuos por la fraternidad universal no tanto de modo institucional, sino
atravesando las instituciones con sus miembros que con un enfoque peculiar sobre
el fin de la humanidad las flexibilicen y logren la unidad entre los
seres humanos más allá de las diferencias: “Pues
las leyes civiles nunca se extienden más allá de las fronteras de su estado. Y
este asunto estaría precisamente fuera de las fronteras de todos y cada uno de
los estados”. Esos hombres, con el espíritu de la francmasonería, han de
estar más allá de las normas y las reglas que les rodean. “Es muy deseable que en todo estado hubiera hombres a quienes no
deslumbre la grandeza social y a quienes no fastidie la insignificancia social;
hombres en cuya sociedad el grande no tiene inconveniente en abajarse y el
chico en atreverse a alzarse”. Eso es precisamente lo que sucede en los
roles de las logias como experimento para lo que después se ha de
aplicar en la sociedad.
En el tercer diálogo retoma el tema anterior y lo vuelve a
dirigir de nuevo: ¡Los males inevitables del estado! Lessing no cree que haya
que disolver los Estados pues los concibe como males necesarios, inevitables,
pero hay que contrarrestar sus efectos negativos para potenciar lo positivo. No
se trata tanto de hacer política concreta, de partido, de ideas sobre una determinada
opción sino de buscar el bien general común más allá de los partidos y las
naciones. Por eso, en la masonería, se trata de “Aceptar en su Orden a todo varón digno y apto, sin distinción de
patria, sin distinción de religión, sin distinción de clase”. Porque
hay un principio fundamental en el fondo y es “presuponer la existencia de esos hombres que están por encima de las
divisiones”.
En el cuarto diálogo ya trata de asuntos más esotéricos y
comenta cómo “el secreto de la masonería
es lo que el masón no puede llevar a sus labios, aunque fuera posible que el
masón quisiera hacerlo”. Porque es lo inexpresable, lo que hay que vivir, y
por mucho que se describa no puede entenderse plenamente, podríamos decir que,
de modo análogo al enamoramiento. El que nunca ha estado enamorado no sabe lo
que es.
La cuestión de los orígenes de la masonería le lleva a dar
por válido que desciende de la Orden del Temple, tema que aparece en su
conocida obra de teatro Natán, el sabio, pero se burla de los intentos de
imitarles porque aquellos míticos guerreros acabaron confundidos en el deseo de
alcanzar poder y riquezas; así, en la masonería, algunos actúan como
niños en busca de cargos y honores. Por eso Lessing es muy crítico con la línea
de la masonería que ve en su tiempo:
El quinto diálogo explica, entre otras cuestiones, la teoría
de que los masones no eran en el pasado tanto los constructores de catedrales e
iglesias sino los que se reunían sentados a la mesa fraternalmente y que así “la sociedad de la tabla redonda era la
mesonía más antigua, de la que proceden todas las demás”. De ahí surgen las
de los templarios y se continúan con las que se dan en Londres, una
de origen templario, según él, hasta final del siglo XVII, de la que saldría la
masonería moderna. Hoy nos hace sonreír su ingenuidad a la hora de hacer historia de
la institución, pero en la Alemania de la época parece que tampoco se tenían
demasiados datos para hacer estudios historiográficos con mucho más rigor.
Además de los diálogos sobre francmasones, Lessing tiene,
entre otros escritos, un agudo diálogo dedicado a las últimas palabras de San
Juan Evangelista. Cuando lo publicó ya estaba iniciado. En ese escrito,
titulado El testamento de Juan, de 1777, se basa en Gálatas, c. 6, de
Hieronimus: El apóstol era ya muy viejecito y cuando los discípulos le
preguntaban algo siempre respondía lo mismo; “Hijitos, amaos los unos a los otros”. Y si le volvía a preguntar: “Maestro, ¿por qué dices eso siempre?”,
el respondía: “Porque es precepto del
Señor y, sólo con cumplir esto, basta”.
Extractado de: Ilia Galán, “Poetas y
masones”, en Cultura masónica, 4 (2010), pp. 45-66.
Bibliografía: T. Tomasi, Massoneria
e Scuola. Dall´Unità ai nostri giorni, Florencia, 1980, p. 10 y ss.
EL INICIADO FALK
Muy pocos eran los que, perteneciendo a la élite espiritual de
la Ilustración, eran capaces de penetrar y meditar sobre las funciones
polémicas de su instrumentarlo conceptual.
Lessing se contaba
entre ellos como ningún otro ilustrado en Alemania. Lessing consideraba
lamentable la mezquindad y la impertinencia de muchos hermanos de logia y
criticaba la desunión y el particularismo de los sistemas. Pero sabía callar y
también insinuar mucho más, porque era capaz de captar sagacísimamente los
síntomas políticos, ya que él mismo se había iniciado en el laberinto de
secretos corredores que poseyó la Ilustración en cuanto movimiento político.
Conocía bien el doble fondo de las formas de pensamiento y de conducta
ilustradas, que estaban aún poco desarrolladas en Alemania, porque, con fina
capacidad de distinción conceptual, pensó hasta el fin su contraposición
político-moral. De ello da testimonio su escrito sobre la masonería, que tan
afanosamente se empeñaron en conocer todos los ilustrados alemanes de primera
fila.
La moral practicada pertenece a sus reglas exotéricas. «Sus verdaderas acciones son su secreto»,
dictaminaba Falk, el iniciado. Sin penetrar más de cerca en el secreto, se
deslinda de momento el campo de actividades de estas verdaderas acciones de los
masones. Ellos «han hecho todo lo bueno
que queda todavía en el mundo; fíjate bien: ¡en el mundo! Y prosiguen su
trabajo incansable en todo lo bueno que habrá de venir aún al mundo; nótalo
bien: ¡al mundo!».
El mundo, este gran campo de planificación de los
francmasones, evidencia tres males fundamentales, «que parecen ser las objeciones más irrefutables contra la Providencia y
la virtud». De estos tres males mayores, el primero es la diseminación y
escisión del mundo humano en los Estados más diversos, que se dividen entre sí
por medio de «abismos» y «muros de separación», y que entran
permanentemente en recíproca «colisión»
debido a sus diferentes intereses. El segundo mal fundamental son los estratos
superpuestos de carácter social, resultantes de la estructura estamental dentro
de los Estados; el tercero, por último, es la separación de los hombres entre
sí por obra de las diversas religiones.
Con ello suministra Lessing un esbozo de los tres
principales puntos en que se concentraban los ataques de los masones
cosmopolitas: los Estados, los estamentos, las Iglesias, pero —y esto es lo
decisivo para la andadura del pensamiento de Lessing— los males enumerados,
resultantes de la diversidad humana, de sus delimitaciones y separaciones, no
son para él meros azares, que podrían no haberse dado jamás a los cuales se
podría eliminar fácilmente, sino que pertenecen a la estructura misma de la
realidad histórica.
Las diferencias entre los hombres, las fronteras entre los
Estados y la pluralidad de los mismos son para Lessing, desde luego, un mal
moral; pero no llevan el sello —como para los masones, llenos de
utópico candor— de la arbitrariedad inmoral, sino que están dotadas ya en la
misma naturaleza del hombre. Lessing, ha delimitado al mismo tiempo, con su
exposición del «mal inevitable», el
ámbito de la política. El diálogo entre Ernst y Falk se dirige a las verdaderas
acciones de los masones.
La francmasonería constituye un único y poderoso movimiento
en contra de este «mal inevitable».
Ellos son «la gente que ha tomado sobre
sí, voluntariamente, la tarea de oponerse de modo activo a los inevitables
males del Estado». El carácter inevitable de los Estados y de las
diferencias sociales, y, con ello, también de la política, es reconocido por
los masones iniciados, pero su intención se dirige precisamente a «no dejar que tomen mayor incremento del que
requiere la necesidad» todos aquellos males que se dan inseparablemente con
la política. Y ello «con la intención de
hacer que sus consecuencias sean tan inofensivas e inocuas como fuese posibles».
El Estado se convierte para la sociedad burguesa en un medio
subordinado, en un medio «para los hombres». Radica en la finalidad que estos
hombres se proponen la superación de los males (políticos), que hacen posible y
necesaria, por lo demás, la realización de buenas acciones (morales).
Como las separaciones y abismos humanos son realidades
ontológicas dadas, sólo es posible «superarlas»,
pero no eliminarlas. «Suprimirlas
totalmente» significaría «aniquilar
el Estado juntamente con ellas». Y tal cosa es para Lessing —no por impulso
del patriotismo o de la sumisión al Estado, sino en razón de sus
ideas políticas— una esperanza que jamás podrá ser realizada. Lessing, pues, no
sólo bosqueja los fines utópicos últimos, como acostumbran a hacer los escritos
masónicos populares, sino que al mismo tiempo pone en evidencia los límites de
la teología moral. El iniciado Falk sabe muy bien que estos límites, en la
ejecución de la planificación moral, son superados y traspasados forzosamente;
la verdad que percibe Ernst es que la moral se torna de modo forzoso, en este
contexto, en valor político, y que lo mejor es callar este hecho. Con
ello, conoce un secreto de los masones, secreto que él «no puede revelar, aunque fuese posible que llegase a desear tal cosa».
Extractado de: Reinhart Koselleck, Crítica
y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, Madrid,
2007, pp. 82-87.
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