Manuel Rodríguez de
Quiroga
1771 – 2 de agosto de 1810
La Plata (Chuquisaca) - Quito
Fue un patriota
y abogado boliviano-ecuatoriano, convertido en uno de los pilares más
importantes del movimiento revolucionario quiteño.
Nacido en la ciudad de La Plata, Chuquisaca, hoy Sucre, capital de Bolivia en el año 1771. Desde muy niño vino a Quito con su padre, que era Fiscal de la Real Audiencia, y pariente y corresponsal de gente muy ilustre de España. Desde su época de estudiante se granjeó la simpatía y el respeto de los ciudadanos, entre los que se destacó sobre todo por su acentuado patriotismo.
Como no nació marqués ni conde, adoptó la profesión de
abogado, única que daba nombradía entonces, fuera de la eclesiástica. Había
escrito un libro, cuando todavía era joven, según lo refiere Fuertes Amar, obra
que fue prohibida por la iglesia, circunstancia que da una idea de su mérito.
Esta situación despertó en él un gran resentimiento hacia las autoridades
españolas, por lo que al poco tiempo empezó también a conspirar. Asistió a la
reunión del 25 de diciembre de 1808 en la casa del Marqués
de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar, en Chillo, donde empezó a germinar la
idea de un cambio de autoridades; pero por una indiscreción cometida por el
Crnel. Juan Salinas los conspiradores fueron descubiertos, y el 9 de marzo de 1809 fue
aprehendido y encerrado en el Convento de la Merced. Poco tiempo después fue
puesto en libertad por falta de pruebas en contra de los complotados.
Convertido en uno de los pilares más importantes del movimiento revolucionario
quiteño, asistió a todas las reuniones que se celebraron en casa de doña
Manuela Cañizares con quien estaba sentimentalmente relacionado, y su
participación fue muy importante para llevar a feliz término la Revolución
del 10 de agosto de 1809.
Al instaurarse la Junta Soberana de Gobierno fue nombrado
Ministro de Gracia y Justicia, y como tal le correspondió dictar la
proclama dirigida a todos los pueblos de americanos pidiéndoles su solidaridad:
“Pueblos de América: La sacrosanta ley de Jesucristo y el Imperio de
Fernando VII perseguido y desterrado de la Península han sentado su augusta
mansión en Quito. Esta Junta de Gobierno tuvo muy corta duración, pues a
los pocos meses y debido a conflictos internos y diferencias ideológicas, fue
disuelta previo un acuerdo celebrado entre los conjurados y el Conde Ruiz de
Castilla, quien el 4 de diciembre de ese mismo año y nuevamente como
Presidente de la Real Audiencia de Quito, haciendo tabla rasa del compromiso de
no perseguir a los patriotas, ordenó la captura de todos quienes habían
participado en la asonada del 10 de agosto.
Al instaurarse el proceso en su contra, Quiroga declaró que
“estuvo el 9 de agosto en casa de doña Manuela para conversar con don Ramón
Egas, quien por motivos familiares visitaba esa casa que desconocía quienes
habían convocado a la gente allí reunida y que había jurado vasallaje a
Fernando VII y a su Real Familia...” Estos argumentos no fueron del todo
convincente por lo que junto a los otros complotados fue encerrado en los
calabozos del Cuartel Real de Lima. Meses más tarde, el pueblo quiteño que
cada día sentía sobre sus cabezas la terrible amenaza de los ejércitos
realistas decidió, en un alarde de verdadero valor y coraje, asaltar el cuartel
para liberar a los detenidos.
Muerte
Ese oscuro 2 de agosto de 1810 en Quito, Ecuador,
sus pequeñas hijas fueron a visitarlo en la prisión justo en los momentos en
que el pueblo iniciaba el ataque al cuartel. Al darse cuenta de lo que sucedía,
las tropas realistas del Crnel. Arredondo, bajo las órdenes del Crnel. Pedro
Galup, entraron en los calabozos e iniciaron el Asesinato de los Patriotas
Quiteños. Manuel Rodríguez de Quiroga, acariciaba a sus dos hijas que le visitaban,
mientras una negra esclava, grávida de un hijo, le abrazaba las rodillas. Un
oficial llamado Jaramillo le dice a Quiroga: Grita Viva los Limeños! Y como el
patriota sólo le mira a los ojos, Jaramillo, arrancando de sus brazos a las
pequeñas, lo destroza con su espada. Las bayonetas de cuatro soldados
terminaron la obra del jefecillo asesino; una de ellas quedó clavada en el
vientre preñado de la negra.
***
Logia “Ley Natural”, Quito, 1808.
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