Florentino J. Castellanos Elías
14 de marzo de 1809
– 24 de setiembre de 1866
Montevideo
Abogado, ministro, legislador,
diplomático y por sobre todas las cosas masón a carta cabal.
Nació en Montevideo, según libro
de nacimientos de la Iglesia Matriz y sus padres fueron Francisco Remigio
Castellanos, argentino, de Salta y de Manuela Elías, de Charcas.
En 1816 se traslada a Buenos
Aires donde reside unos 15 años, regresando nuevamente a Montevideo en razón de
que su familia fue sindicada como no adicta al régimen rosista.
Cursó estudios de derecho y se recibió
de abogado. Fue uno de los decanos del foto nacional, fiscal y presidente dela
Asamblea Teórico Práctica de Jurisprudencia constituida en 1839.
Durante la guerra grande la actividad
del Dr. Castellanos fue dirigida hacia la enseñanza, disciplina hacia la cual
siempre había manifestado gran interés, a tal punto que ya en 1836 aparece
formando parte de una comisión encargada de redactar un reglamento para la
organización de los estudios universitarios.
En 1847 es miembro del Consejo
Universitario y luego del Instituto de Instrucción Pública.
El 14 de julio de 1849 al inaugurarse
la Universidad de la República es designado catedrático de Derecho de Gentes.
El 1º de marzo de 1852 es
nombrado por el presidente Giró (masón), para ocupar la cartera de gobierno y
relaciones exteriores. Durante el período que estuvo al frente de su ministerio
que se extiende hasta el 4 de julio de 1853, “No se derramo una gota de sangre, no se derramo una lagrima y no hubo
un solo expatriado respetados en todo momento los hombres y las instituciones”.
Su inmensa tarea para reconstruir
un país que salía de una larga guerra civil fue eficaz e inteligente, como
queda probado a través de la cantidad de leyes y decretos que llevan su firma.
Integró, como presidente, la
comisión encargada de estudiar y revisar el código civil y el de comercio.
El 26 de octubre de 1855 le
confieren plenos poderes para redactar un tratado de amistad, comercio y
navegación entre nuestro país y la Gran Bretaña.
En la terrible crisis de
noviembre de 1855, el presidente del senado en ejercicio del Poder Ejecutivo
Manuel Basilio Bustamante lo designó Ministro general, logrando gracias al alto
concepto que se tenía de él llegar, con los sublevados, a una solución pacífica
del diferendo.
En el año 1857 es electo Senador
por Durazno ocupando la presidencia de este alto cuerpo legislativo en el cual
demostró ser un hombre ponderado, cultor fervoroso de la ley, “regladora en la política como dios en las
religiones” –según sus propias palabras- y que “en el campo político no conocía enemigos sino contradictores”.
Durante el gobierno de Presidente
Berro fue encargado, en el año 1862, de cumplir dos misiones diplomáticas,
ambas confidenciales, en la República Argentina.
La primera ante el gobierno de
Mitre a los efectos que la peligrosa tirantez entre ambos estados finalizara y
la segunda encaminada a solucionar el conflicto eclesiástico que se había
producido con el destierro de Monseñor Jacinto Vera, decretado por el Presidente
Berro. Si bien en la primera misión no alcanzó ningún éxito en la segunda logró
arribar a un acuerdo con el delgado de la Santa Sede, Monseñor Marini.
En la revolución florista de
1863, fueron junto con el Dr. Andrés Lamas, los comisionados del gobierno para acompañar
hasta el campamento de Flores a los Ministros
extranjeros mediadores Thorton, inglés, Saraiva, brasileño y Elizalde,
argentino (todos masones).
Eran éstos quizás los últimos
servicios que este ilustre ciudadano le brindaría al país pues la muerte lo
sorprende el 24 de setiembre de 1866, siendo joven todavía pues sólo contaba
con 57 años de edad.
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En nuestra Masonería tuvo
destacada actuación. En la instalación del Supremo
Consejo y Gran Oriente del Uruguay, el 24 de junio de 1855, de la cual fue
un activo participante agrupando a todos los masones que se hallaban esparcidos
por la República, ocupó el cargo de Gran
Tesorero y en 1858 fue nominado como Gran
Comendador de la Orden.
Fue miembro activo de la Logia Asilo de la Virtud y uno de los
más conspicuos integrantes de la benemérita Sociedad
Filantrópica.
En el momento de su muerte
desempeñaba el cargo de Gran Maestre de
la Orden.[1]
[1] Gran Logia de la
Masonería del Uruguay- Biografías
masónicas orientales. Tomo I. Montevideo. 1991. pp. 33-35.
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