LOS ORÍGENES DEL RITUAL
EN LA IGLESIA Y EN LA
MASONERÍA
HELENA P. Blavatsky
CAPÍTULO III
ORIGEN DE LA PALABRA “DIOS”
Comencemos con el origen de la palabra Dios, God en inglés.
¿Cuál es la significación verdadera y primitiva de este
término? Sus significados etimológicos son tan numerosos como variados. Según
uno de ellos, la palabra se deriva de un término persa antiquísimo y muy
místico: Goda el cual quiere decir “El
mismo”, o algo emanante por sí mismo del Principio absoluto. La raíz de esa
palabra es Godan de donde se derivan Wotan, Woden y Odín; de forma que la
radical oriental no ha sido casi alterada por las razas germánicas que formaron
con ella la voz Gotz, de la cual derivaron el adjetivo Gut, “Good” (bueno en inglés) y el término
Goda o ídolo. Las palabras Zeus y Theos de la antigua Grecia dieron origen a la
palabra latina Deus. Goda, la emanación, no es ni puede ser idéntica a aquello
de lo que emana y, por consiguiente, es tan sólo su manifestación periódica y
finita. Cuando el antiguo Arato dijo que “Todos
los caminos y mercados frecuentados por los hombres están llenos de Zeus;
llenos de Él están los mares y también los puertos”, no limitaba la Idea de
Dios a un mero reflejo temporal suyo sobre nuestro plano terrestre, como lo es
Zeus o su antecedente Dyao, sino que daba a la palabra la extensión de un
Principio universal y omnipresente. Antes de que Dyao, el deslumbrante dios (el
cielo) hubiera atraído la atención del hombre, existía ya el védico Tat –“aquello”– (that en inglés), el cual no
tiene ni para el filósofo ni para el iniciado nombre alguno definido, porque es
la noche absoluta, oculta bajo toda la radiante luz manifestada. Pero no se
pudo evitar que el Sol, primera manifestación en el mundo de Maya e hijo de
Dyao, fuese llamado por los ignorantes “El
Padre” como lo fue también el mítico Júpiter, última y significativa
reflexión de Zeus–Surya.
De manera que el sol llegó rápidamente a ser sinónimo de
Dyao y fue confundido con él.
Para unos, era el Hijo; para otros, “el Padre”, que mora en el radiante cielo. Sin embargo,
Dyao–Pitar, el Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre, tiene
origen finito, puesto que le fue concedida la Tierra como esposa. Durante la
gran decadencia de la filosofía metafísica fue cuando comenzó a representarse a
Dyâvâ–prithivî, “el Cielo y la Tierra”,
en forma de padres universales y cósmicos, no sólo de los hombres, sino también
de los dioses. El poético y abstracto concepto original de la causa Ideal acabó
por corromperse. Dyao, el Cielo, llegó a ser rápidamente Dyao el Paraíso, la
morada del “Padre” y, finalmente, el
mismo Padre. En seguida el Sol fue transformado en símbolo del Padre y recibió
el título de Dína Kara “el que crea el
día”, y de Bhâskara “el que crea la
luz”, siendo desde ese momento el Padre de su Hijo y viceversa.
A partir de entonces se estableció el reino del ritualismo y
del culto antropomórfico que terminó por envilecer al mundo entero, extendiendo
su supremacía hasta nuestra época llamada civilizada.
Una vez se ha visto que éste es el origen común, sólo nos
resta establecer el contraste entre los dos dioses –el dios de los gentiles y
el de los judíos– y deducir intuitivamente, basándonos en su propia revelación
y juzgándoles de acuerdo con su definición, cuál de los dioses se encuentra más
cerca del ideal más sublime.
Citemos al coronel Ingersoll el cual ha establecido un
paralelismo entre Jehová y Brahma.
Jehová, oculto tras las nubes y tinieblas del Sinaí, dice a
los judíos:
“No tendrás dioses
ajenos delante de mí. No te prosternarás delante de sus imágenes, ni las honrarás,
porque yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los
padres sobre los hijos, hasta la tercera y cuarta generación de aquellos que me
aborrecen, a fin de que me teman”.
Compárense estas palabras con las que pone un hindú en boca
de Brahma: “Yo soy el mismo para todos
los seres. Quienes sirven honradamente a los otros dioses, me adoran involuntariamente.
Yo soy el que participa en toda adoración; yo, la recompensa de todos los adoradores”.
Compárense ambos párrafos, El primero es un lugar oscuro en que se insinúan cosas
que nacen del fango: el otro, grande como el firmamento, cuya bóveda está
sembrada de soles.
El primero es el dios que atormentaba la imaginación de
Calvino, cuando añadía a su doctrina de la predestinación la del infierno
tapizado de cráneos de niños no bautizados. Las creencias y los dogmas de
nuestras iglesias son tan blasfemas por las ideas que implican como las de los
paganos que se hallan sumergidos en las tinieblas…
Ya pueden disfrazar y enjalbegar cuanto quieran al Dios de
Abraham y de Isaac, que nunca serán capaces de refutar las palabras de Marción,
quien niega que el Dios del odio pueda ser el mismo Dios que el “Padre de Jesús”. Sea como sea, herejía o
no, el “Padre que está en los cielos”
ha seguido siendo, a partir de esa época, una criatura híbrida, una mezcolanza
del Jave (Júpiter) de los paganos con el “Dios
celoso” de Moisés, Dios que, exotéricamente, es el sol, cuya morada se
encuentra en los cielos y, esotéricamente, es el cielo.
¿No da El nacimiento a la luz “que brilla en las tinieblas”, al día, al brillante Dyao, al Hijo, y
no es El, acaso, el Altísimo Deus coelun? ¿Y no es Terra, la Tierra, la Virgen
eternamente inmaculada que, engendrando sin descanso, fecundada por el ardiente
abrazo de su “Señor” –los
vivificantes rayos solares– se convierte en madre de todo cuanto vive y respira
en el vasto seno de la esfera terrestre? Esto explica el carácter sagrado que
tiene en el ritual lo que ella produce: o sea, el pan y el vino. De ahí también
la antigua messis, el gran sacrificio ofrendado a la diosa (Ceres Eleusina, es
decir, la tierra) de las cosechas (de la mies): messis para los iniciados,
missa para los profanos1 que ha llegado a ser hoy en día la misa o
liturgia cristiana. La antigua ofrenda de los frutos de la Tierra hecha al Sol,
al Deus Altissimus, el símbolo del G.A.D.U. de los francmasones contemporáneos,
llegó a ser la base más importante del ritual entre las ceremonias de la nueva
religión. Las parejas místicas2 Osiris e Isis (el sol y la tierra)
de los egipcios, Bel y la cruciforme Astarté de los babilonios; Odín o Thor y
Freya, de los escandinavos; Belén y la Virgo Paritura de los celtas; Apolo y la
Magna Mater de los griegos, las cuales tenían idéntica significación, pasaron
como representación corporal a los cristianos y fueron transformadas por ellos
en el Señor–Dios o el Espíritu Santo que desciende sobre la Virgen María.
El Deus Sol o Solus, o sea el Padre, llegó a confundirse con
el Hijo: el “Padre” que brilla deslumbrador
en la hora del Mediodía, se transformaba al amanecer en “Hijo”, en cuyo momento se decía el que “había nacido”. Esta idea recibía su gran apoteosis anualmente el
día 25 de diciembre, durante el solsticio de Invierno, cuando, según se decía,
el sol –acabado de nacer– era igual para los dioses solares de todas las
naciones. Natalis solis invicte. Y el “precursor”
del Sol resucitado, crece y se fortalece hasta el equinoccio de primavera, que
es cuando el Dios–Sol comienza su curso anual bajo el reinado de Ram o del
Carnero (Aries), la primera semana lunar del mes.
En toda la Grecia pagana se conmemoraba el día primero de
marzo, cuyas neomenias se consagraban a Diana. Por idéntica razón, las naciones
paganas celebran su fiesta de Pascua el primer domingo siguiente a la luna
llena del equinoccio de primavera. El cristianismo, no sólo ha copiado las
fiestas del paganismo, sino también las vestimentas canónicas, cosa que es imposible
negar. Eusebio confiesa en su Vida de
Constantino, diciendo quizás la única verdad proferida en su vida, que “con el fin de hacer que el cristianismo
fuera más atrayente para los gentiles, los sacerdotes (del Cristo) adoptaron las vestimentas externas y los
ornamentos utilizados en el culto pagano, y podría haber añadido que habían
hecho lo mismo con sus rituales y sus dogmas.
1 De pro, “delante”
y fanum, “el templo”; es decir, los
que no están iniciados, los que se encuentran ante el templo sin atreverse a
entrar.
2 La Tierra y la Luna su pariente, son similares. Por
eso todas las diosas lunares eran también símbolos representativos de la
Tierra. (Véase “Simbolismo” de La
Doctrina Secreta).
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