Qui pluribus
Encíclica de
PÍO IX
Sobre la Fe
y la Religión
Del 9
de noviembre de 1846
En este documento, se condena la doctrina de
la indiferencia religiosa, lógica que repite sostenidamente en documentos.
En este contexto, se reafirma las
condenas contra el racionalismo, el fideísmo y el liberalismo (entendiendo
este último como una forma de indiferencia religiosa). Además, condena por
primera vez al comunismo, señalando los alcances de la doctrina
social que profesa la Iglesia Católica.
"Venerable Hermano, salud y bendición apostólica"
Desde
hacía muchos años, ejercíamos el oficio pastoral, lleno de trabajo y cuidados
solícitos, juntamente con vosotros, Venerables Hermanos, y nos empeñábamos en
apacentar en los montes de Israel, en riberas y pastos ubérrimos la grey a Nos
confiada; mas ahora, por la muerte de nuestro esclarecido predecesor, Gregorio
XVI, cuya memoria y cuyos gloriosos y eximios hechos grabados en los anales de
la Iglesia admirará siempre la posteridad, fuimos elegidos contra toda opinión
y pensamiento Nuestro, por designio de la divina Providencia, y no sin gran
temor y turbación Nuestra,
para el Supremo Pontificado. Siempre se consideraba
el peso del ministerio apostólico como una carga pesada, pero en estos tiempos
lo es más. De modo que, conociendo nuestra debilidad y considerando los
gravísimos problemas del supremo apostolado, sobre todo en circunstancias tan
turbulentas como las actuales, Nos habríamos entregado a la tristeza y al
llanto, si no hubiéramos puesto toda nuestra esperanza en Dios, Salvador
nuestro, que nunca abandona a los que en El esperan, y que a fin de mostrar la
virtud de su poder, echa mano de lo más débil para gobernar su Iglesia, y para
que todos caigan más en la cuenta que es Dios mismo quien rige y defiende la
Iglesia con su admirable Providencia. Nos sostiene grandemente el consuelo de
pensar que tenemos como ayuda en procurar la salvación de las almas, a
vosotros, Venerables Hermanos, que, llamados a laborar en una parte de lo que
está confiado a Nuestra solicitud, os esforzáis en cumplir con vuestro
ministerio y pelear el buen combate con todo cuidado y esmero.
2. Solicita colaboración para la magna empresa.
Por lo mismo, apenas hemos sido colocados en la Cátedra del
Príncipe de los Apóstoles, sin merecerlo, y recibido el encargo, del mismo Príncipe
de los Pastores, de hacer las veces de San Pedro, apacentando y
guiando, no sólo corderos, es decir, todo el pueblo cristiano, sino también las
ovejas, es decir, los Prelados, nada deseamos tan vivamente como hablaros con
el afecto íntimo de caridad. No bien tomamos posesión del Sumo Pontificado,
según es costumbre de Nuestros predecesores, en Nuestra Basílica Lateranense,
en el acto os enviamos esta carta con la intención de excitar vuestro celo, a
fin de que, con mayor vigilancia, esfuerzo y lucha, guardando y velando sobre
vuestro rebaño, combatiendo con constancia y fortaleza episcopal al terrible
enemigo del género humano, como buenos soldados de Jesucristo, opongáis un
firme muro para la defensa de la casa de Israel.
3. Errores e insidias de estos tiempos.
Sabemos, Venerables Hermanos, que en los tiempos calamitosos
que vivimos, hombres unidos en perversa sociedad e imbuidos de malsana
doctrina, cerrando sus oídos a la verdad, han desencadenado una guerra cruel y
temible contra todo lo católico, han esparcido y diseminado entre el pueblo
toda clase de errores, brotado s de la falsía y de las tinieblas. Nos horroriza
y nos duele en el alma considerar los monstruosos errores y los artificios
varios que inventan para dañar; las insidias y maquinaciones con que estos
enemigos de la luz, estos artífices astutos de la mentira se empeñan en apagar
toda piedad, justicia y honestidad; en corromper las costumbres; en conculcar
los derechos divinos y humanos, en perturbar la Religión católica y la sociedad
civil, hasta, si pudieran arrancarlos de raíz. (1)
Porque sabéis, Venerables Hermanos, que estos enemigos del
hombre cristiano, arrebatados de un ímpetu ciego de alocada impiedad, llegan en
su temeridad hasta a enseñar en público, sin sentir vergüenza, con audacia
inaudita abriendo su boca y blasfemando contra Dios (2), que
son cuentos inventados por los hombres los misterios de nuestra Religión
sacrosanta, que la Iglesia va contra el bienestar de la sociedad humana, y que
aún se atreven a insultar al mismo Cristo y Señor. Y para reírse con mayor
facilidad de los pueblos, engañar a los incautos y arrastrarlos con ellos al
error, imaginándose estar ellos solos en el secreto de la prosperidad, se
arrogan el nombre de filósofos, como si la filosofía, puesta para investigar la
verdad natural, debiera rechazar todo lo que el supremo y clementísimo Autor de
la naturaleza, Dios, se dignó, por singular beneficio y misericordia,
manifestar a los hombres para que consigan la verdadera felicidad.
4. Razón y Fe.
De allí que, con torcido y falaz argumento, se esfuercen en
proclamar la fuerza y excelencia de la razón humana, elevándola por encima de
la fe de Cristo, y vociferan con audacia que la fe se opone a la razón humana.
Nada tan insensato, ni tan impío, ni tan opuesto a la misma razón pudieron
llegar a pensar; porque aun cuando la fe esté sobre la razón, no hay entre
ellas oposición ni desacuerdo alguno, por cuanto ambos proceden de la misma
fuente de la Verdad eterna e inmutable, Dios Optimo y Máximo: de tal manera se
prestan mutua ayuda, que la recta razón demuestra, confirma y defiende las
verdades de la fe; y la fe libra de errores a la razón, y la ilustra, la
confirma y perfecciona con el conocimiento de las verdades divinas.
5. Progreso y Religión.
Con no menor atrevimiento y engaño, Venerables Hermanos,
estos enemigos de la revelación, exaltan el humano progreso y, temeraria y
sacrílegamente, quisieran enfrentarlo con la Religión católica como si la
Religión no fuese obra de Dios sino de los hombres o algún invento filosófico
que se perfecciona con métodos humanos. A los que tan miserablemente sueñan
condena directamente lo que TERTULIANO echaba en cara a los filósofos de su
tiempo, que hablaban de un cristianismo platónico, estoico, y dialéctico. (3)
6. Motivos de
la fe.
Y a la verdad, dado que nuestra santísima Religión no fue
inventada por la razón humana sino clementísimamente manifestada a los hombres
por Dios, se comprende con facilidad que esta Religión ha de sacar su fuerza de
la autoridad del mismo Dios, y que, por lo tanto, no puede deducirse de la
razón ni perfeccionarse por ella. La razón humana, para que no yerre ni se
extravíe en negocio de tanta importancia, debe escrutar con diligencia el hecho
de la divina revelación, para que le conste con certeza que Dios ha hablado, y
le preste, como dice el Apóstol un razonable obsequio
(4).
¿Quién puede ignorar que hay que prestar a Dios, cuando
habla una fe plena, y que no hay nada tan conforme a la razón como asentir y
adherirse firmemente a lo que conste que Dios que no puede engañarse ni
engañar, ha revelado?
7. La fe victoriosa, es prueba de su origen divino.
Pero hay, además, muchos argumentos maravillosos y
espléndidos en que puede descansar tranquila la razón humana, argumentos con
que se prueba la divinidad de la Religión de Cristo, y que todo el
principio de nuestros dogmas tiene su origen en el mismo Señor de los cielos (5), y que, por lo mismo, nada hay más cierto, nada
más seguro, nada más santo, nada que se apoye en principios más sólidos.
Nuestra fe, maestra de la vida, norma de la salud, enemiga de todos los vicios
y madre fecunda de las virtudes, confirmada con el nacimiento de su divino
autor y consumador, Cristo Jesús; con su vida, muerte, resurrección, sabiduría,
prodigios, vaticinios, refulgiendo por todas partes con la luz de eterna
doctrina, y adornado con tesoros de celestiales riquezas, con los vaticinios de
los profetas, con el esplendor de los milagros, con la constancia de los
mártires, con la gloria de los , santos extraordinaria por dar a conocer las
leyes de salvación en Cristo Nuestro Señor, tomando nuevas fuerzas cada , día
con la crueldad de las persecuciones, invadió el mundo entero, recorriéndolo
por mar y tierra, desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, enarbolando, como
única bandera la Cruz, echando por tierra los engañosos ídolos y rompiendo la
espesura de las tinieblas; y, derrotados por doquier los enemigos que le
salieron al paso, ilustró con la luz del conocimiento divino a los pueblos
todos, a los gentiles, a las naciones de costumbres bárbaras en índole, leyes,
instituciones diversas, y las sujetó al yugo de Cristo, anunciando a todos la
paz y prometiéndoles el bien verdadero. y en todo esto brilla tan profusamente
el fulgor del poder y sabiduría divinos, que la mente humana fácilmente
comprende que la fe cristiana es obra de Dios. Y así la razón humana, sacando
en conclusión de estos espléndidos y firmísimos argumentos, que Dios es el
autor de la misma fe, no puede llegar más adentro; pero desechada cualquier
dificultad y duda, aun remota, debe rendir plenamente el entendimiento,
sabiendo con certeza que ha sido revelado por Dios todo cuanto la fe propone a
los hombres para creer o hacer.
8. La Iglesia, maestra infalible.
De aquí aparece claramente cuán errados están los que,
abusando de la razón y tomando como obra humana lo que Dios ha comunicado, se
atreven a explicarlo según su arbitrio y a interpretarlo temerariamente, siendo
así que Dios mismo ha constituido una autoridad viva para enseñar el verdadero
y legítimo sentido de su celestial revelación, para establecerlo sólidamente, y
para dirimir toda controversia en cosas de fe y costumbres con juicio infalible, para
que los hombres no sean empujados hacia el error por cualquier viento de
doctrina. Esta viva e infalible autoridad solamente existe en la
Iglesia fundada por Cristo Nuestro Señor sobre Pedro, como cabeza de toda la
Iglesia, Príncipe y Pastor; prometió que su fe nunca había de faltar, y que
tiene y ha tenido siempre legítimos sucesores en los Pontífices, que traen su
origen del mismo Pedro sin interrupción, sentados en su misma Cátedra, y
herederos también de su doctrina, dignidad, honor y potestad. Y como donde
está Pedro allí está la Iglesia (6), y
Pedro habla por el Romano Pontífice (7), y
vive siempre en sus sucesores, y ejerce su jurisdicción (8) y
da, a los que la buscan, la verdad de la fe (9). Por
esto, las palabras divinas han de ser recibidas en aquel sentido en que las
tuvo y tiene esta Cátedra de San Pedro, la cual, siendo madre y maestra de
las Iglesias(10), siempre ha conservado la fe de
Cristo Nuestro Señor, íntegra, intacta. La misma se la enseñó a los fieles
mostrándoles a todos la senda de la salvación y la doctrina de la verdad
incorruptible.
Y puesto que ésta es la principal Iglesia de la
que nace la unidad sacerdotal (11), ésta la
metrópoli de la piedad en la cual radica la solidez íntegra y perfecta, de
la Religión cristiana (12), en la que siempre floreció
el principado de la Cátedra apostólica (13), a la
cual es necesario que por su eminente primacía acuda toda la Iglesia, es
decir, los fieles que están diseminados por todo el mundo
(14), con la cual el que no recoge, desparrama
(15), Nos, que por inescrutable juicio de Dios hemos sido colocados en esta
Cátedra de la verdad, excitamos con vehemencia en el Señor, vuestro celo,
Venerables Hermanos, para que exhortéis con solícita asiduidad a los fieles
encomendados a vuestro cuidado, de tal manera que, adhiriéndose con firmeza a
estos principios, no se dejen inducir al error por aquellos que, hechos
abominables en sus enseñanzas, pretenden destruir la fe con el resultado de sus
progresos, y quieren someter impíamente esa misma fe a la razón, falsear la
palabra divina, y de esa manera injuriar gravemente a Dios, que se ha dignado
atender clementemente al bien y salvación de los hombres con su Religión
celestial.
9. Otras clases de errores.
Conocéis también, Venerables Hermanos, otra clase de errores
y engaños monstruosos, con los cuales los hijos de este siglo atacan a la
Religión cristiana y a la autoridad divina de la Iglesia con sus leyes, y se
esfuerzan en pisotear los derechos del poder sagrado y el civil. Tales son los
nefandos conatos contra esta Cátedra Romana de San Pedro, en la que Cristo puso
el fundamento inexpugnable de su Iglesia. Tales son las sectas clandestinas
salidas de las tinieblas para ruina y destrucción de la Iglesia y del Estado,
condenadas por Nuestros antecesores, los Romanos Pontífices, con repetidos
anatemas en sus letras apostólicas (16), las cuales
Nos, con toda potestad, confirmamos, y mandamos que se observen con toda
diligencia (17). Tales son las astutas Sociedades
Bíblicas, que, renovando los modos viejos de los herejes, no cesan de
adulterar el significado de los libros sagrados, y, traducidos a cualquier
lengua vulgar contra las reglas santísimas de la Iglesia, e interpretados con
frecuencia con falsas explicaciones, los reparten gratuitamente, en gran número
de ejemplares y con enormes gastos, a los hombres de cualquier condición, aun a
los más rudos, para que, dejando a un lado la divina tradición, la doctrina de
los Padres y la autoridad de la Iglesia Católica, cada cual interprete a su
gusto lo que Dios ha revelado, pervirtiendo su genuino sentido y cayendo en
gravísimos errores. A tales Sociedades, Gregorio XVI, a quien, sin merecerlo,
hemos sucedido en el cargo, siguiendo el ejemplo de los predecesores, reprobó
con sus letras apostólicas (18), y Nos asimismo las
reprobamos.
Tal es el sistema perverso y opuesto a la luz natural de la
razón que propugna la indiferencia en materia de religión, con el cual estos
inveterados enemigos de la Religión, quitando todo discrimen entre la virtud y
el vicio, entre la verdad y el error, entre la honestidad y vileza, aseguran
que en cualquier religión se puede conseguir la salvación eterna, como si
alguna vez pudieran entrar en consorcio la justicia con la iniquidad, la luz
con las tinieblas, Cristo con Belial (18b) Tal es la
vil conspiración contra el sagrado celibato clerical, que, ¡oh dolor! algunas
personas eclesiásticas apoyan quienes, olvidadas lamentablemente de su propia
dignidad, dejan vencerse y seducirse por los halagos de la sensualidad; tal la
enseñanza perversa, sobre todo en materias filosóficas, que a la incauta
juventud engaña y corrompe lamentablemente, y le da a beber hiel de dragón (18c) en cáliz de Babilionia (18d) tal la nefanda doctrina del comunismo (19), contraria al derecho natural, que, una vez
admitida, echa por tierra los derechos de todos, la propiedad, la misma
sociedad humana; tales las insidias tenebrosas de aquellos que, en piel de
ovejas, siendo lobos rapaces, se insinúan fraudulentamente, con especie de
piedad sincera, de virtud y disciplina, penetran humildemente, captan con
blandura, atan delicadamente, matan a ocultas, apartan de toda Religión a los
hombres y sacrifican y destrozan las ovejas del Señor; tal, por fin, para
omitir todo lo demás, muy conocido de todos vosotros, la propaganda infame, tan
esparcida, de libros y libelos que vuelan por todas partes y que enseñan a
pecar a los hombres; escritos que, compuestos con arte, y llenos de engaño y
artificio, esparcidos con profusión para ruina del pueblo cristiano, siembran
doctrinas pestíferas, depravan las mentes y las almas, sobre todo de los más
incautos, y causan perjuicios graves a la Religión.
10. Los efectos perniciosos.
De toda esta combinación de errores y licencias
desenfrenadas en el pensar, hablar y escribir, quedan relajadas las costumbres,
despreciada la santísima Religión de Cristo, atacada la majestad del culto
divino, vejada la potestad de esta Sede Apostólica, combatida y reducida a
torpe servidumbre la autoridad de la Iglesia, conculcados los derechos de los
Obispos, violada la santidad del matrimonio, socavado el régimen de toda
potestad, y todos los demás males que nos vemos obligados a llorar, Venerables
Hermanos, con común llanto, referentes ya a la Iglesia, ya al Estado.
11. Los Obispos, defensores de la Religión y de la
Iglesia.
En tal vicisitud de la Religión y contingencia de tiempo y
de hechos, Nos, encargados de la salvación del rebaño del Señor, no omitiremos
nada de cuanto esté a nuestro alcance, dada la obligación de Nuestro ministerio
apostólico; haremos cuantos esfuerzos podamos para fomentar el bien de la
familia cristiana.
Y también acudimos a vuestro celo, virtud y prudencia,
Venerables Hermanos, para que, ayudados del auxilio divino, defendáis,
juntamente con Nos, con valentía, la causa de la Iglesia católica, según el
puesto que ocupáis y la dignidad de que estáis investidos. Sabéis que os está
reservado la lucha, no ignorando con cuántas heridas se injuria la santa Esposa
de Cristo Jesús, y con cuánta saña los enemigos la atacan. En primer lugar
sabéis muy bien que os incumbe a vosotros defender y proteger la fe católica
con valentía episcopal y vigilar, con sumo cuidado, porque el rebaño a vos
encomendado permanezca a ella firme e inamovible, porque todo aquel que no
la guardare íntegra e inviolable, perecerá, sin duda, eternamente (20).Esforzaos, pues, en defender y conservar con
diligencia pastoral esa fe, y no dejéis de instruir en ella a todos, de
confirmar a los dudosos, rebatir a los que contradicen; robustecer a los
enfermos en la fe, no disimulando nunca nada ni permitiendo que se viole en lo
más mínimo la puridad de esa misma fe. Con no menor firmeza fomentad en todos
la unión con la Iglesia Católica, fuera de la cual no hay salvación, y la
obediencia a la Cátedra de Pedro sobre la cual, como sobre firmísimo
fundamento, se basa la mole de nuestra Religión. Con igual constancia procurad
guardar las leyes santísimas de la Iglesia, con las cuales florecen y tienen
vida la virtud, la piedad y la Religión. Y como es gran piedad exponer a
la luz del día los escondrijos de los impíos y vencer en ellos al mismo diablo
a quien sirven (21), os rogamos que con todo
empeño pongáis de manifiesto sus insidias, errores, engaños, maquinaciones,
ante el pueblo fiel, le impidáis leer libros perniciosos, y le exhortéis con
asiduidad a que, huyendo de la compañía de los impíos y sus sectas como de la vista
de la serpiente, evite con sumo cuidado todo aquello que vaya contra la fe, la
Religión, y la integridad de costumbres. En procura de esto, no omitáis jamás
la predicación del santo Evangelio, para que el pueblo cristiano, cada día
mejor instruido en las santísimas obligaciones de la cristiana ley, crezca de
este modo en la ciencia de Dios, se aparte del mal, practique el bien y camine
por los senderos del Señor.
12. Proceder con mansedumbre.
Y como sabéis que sois legados de Cristo, que se proclamó
manso y humilde de corazón, y que no vino a llamar a los justos, sino a los
pecadores, dándonos ejemplo para seguir sus pisadas, a los que encontréis
faltando a los preceptos de Dios y apartados de los caminos de la justicia y la
verdad, tratadlos con blandura y mansedumbre paternal, aconsejadlos,
corregidlos, rogadlos e increpadlos con bondad, paciencia y doctrina,
porque muchas veces más hace para corregir la benevolencia que la
aspereza, más la exhortación que la amenaza, más la caridad que el poder (22). Procurad también con todas las fuerzas,
Venerables Hermanos, que los fieles practiquen la caridad, busquen la paz y
lleven a la práctica con diligencia, lo que la caridad y la paz piden. De este
modo, extinguidas de raíz todas las disensiones, enemistades, envidias,
contiendas, se amen todos con mutua caridad, y todos, buscando la perfección
del mismo modo, tengan el mismo sentir, el mismo hablar y el mismo querer en
Cristo Nuestro Señor.
13. Obediencia al poder civil.
Inculcad al pueblo cristiano la obediencia y sujeción
debidas a los príncipes y poderes constituidos, enseñando, conforme a la
doctrina del Apóstol (23) que toda potestad viene
de Dios, y que los que no obedecen al poder constituido resisten a la
ordenación de Dios y se atraen su propia condenación, y que, por lo mismo, el
precepto de obedecer a esa potestad no puede ser violado por nadie sin falta, a
no ser que mande algo contra la ley de Dios y de la Iglesia
(23b).
14. El buen ejemplo de los sacerdotes.
Mas como no haya nada tan eficaz para mover a otros a
la piedad y culto de Dios como la vida de los que se dedican al divino
ministerio (24), y cuales sean los sacerdotes tal será
de ordinario el pueblo, bien veis, Venerables Hermanos, que habéis de trabajar
con sumo cuidado y diligencia para que brille en el Clero la gravedad de
costumbres, la integridad de vida, la santidad y doctrina, para que se guarde
la disciplina eclesiástica con diligencia, según las prescripciones del Derecho
Canónico, y vuelva, donde se relajó, a su primitivo esplendor. Por lo cual,
bien lo sabéis, habéis de andar con cuidado de admitir, según el precepto del
Apóstol, al Sacerdocio a cualquiera, sino que únicamente iniciéis en las
sagradas órdenes y promováis para tratar los sagrados misterios a aquellos que,
examinados diligente y cuidadosamente y adornados con la belleza de todas las
virtudes y la ciencia, puedan servir de ornamento y utilidad a vuestras
diócesis, y que, apartándose de todo cuanto a los clérigos les está prohibido y
atendiendo a la lectura, exhortación, doctrina, sean ejemplo a sus fieles
en la palabra, en el trato, en la caridad, en la fe, en la castidad (25), y se granjeen la veneración de todos, y lleven al
pueblo cristiano a la instrucción y le animen. Porque mucho mejor es -como muy
sabiamente amonesta Benedicto XIV, Nuestro predecesor de feliz memoria- tener
pocos ministros, pero buenos, idóneos y útiles, que muchos que no han de servir
para nada en la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (26).
15. Examen de Párrocos.
No ignoráis que debéis poner la mayor diligencia en
averiguar las costumbres y la ciencia de aquellos a quienes confiáis el cuidado
y la dirección de las almas, para que ellos, como buenos dispensadores de la
gracia de Dios, apacienten al pueblo confiado a su cuidado con la
administración de los sacramentos, con la predicación de la palabra divina y el
ejemplo de las buenas obras, los ayuden, instruyan en todo lo referente a la
Religión, los conduzcan por la senda de la salvación.
Comprendéis, en efecto, que con párrocos desconocedores de
su cargo, o que lo atienden con negligencia, continuamente van decayendo las
costumbres de los pueblos, va relajándose la disciplina cristiana,
arruinándose, extinguiéndose el culto católico e introduciéndose en la Iglesia
fácilmente todos los vicios y depravaciones.
16. Los predicadores del Evangelio en espíritu y verdad.
Para que la palabra de Dios, viva y eficaz y más
penetrante que espada de dos filos (27), instituida
para la salvación de las almas no resulte infructuosa por culpa de los
ministros, no ceséis de inculcarles a esos predicadores de la palabra divina, y
de obligarles, Venerables Hermanos, a que, cayendo en la cuenta de lo gravísimo
de su cargo, no pongan el ministerio evangélico en formas elegantes de humana
sabiduría, ni en el aparato y encanto profanos de vana y ambiciosa elocuencia,
sino en la manifestación del espíritu y de la virtud con fervor religioso, para
que, exponiendo la palabra de la verdad y no predicándose a sí mismos, sino a
Cristo Crucificado, anuncien con claridad y abiertamente los dogmas de nuestra
santísima Religión, los preceptos según las normas de la Iglesia y la doctrina
de los Santos Padres con gravedad y dignidad de estilo; expliquen con exactitud
las obligaciones de cada oficio; aparten a todos de los vicios; induzcan a la
piedad de tal manera, que, imbuidos los fieles saludablemente de la palabra de
Dios, se alejen de los vicios, practiquen las virtudes, y así eviten las penas
eternas y consigan la gloria celestial.
17. Espíritu sacerdotal.
Con pastoral solicitud amonestad a todos los eclesiásticos,
con prudencia y asiduidad animadlos a que, pensando seriamente en la vocación
que recibieron del Señor, cumplan con ella con toda diligencia, amen
intensamente el esplendor de la casa de Dios, y oren continuamente con espíritu
de piedad, reciten debidamente las horas canónicas, según el precepto de la
Iglesia, con lo cual podrán impetrar para sí el auxilio divino para cumplir con
sus gravísimas obligaciones, y tener propicio a Dios para con el pueblo a ellos
encomendado.
18. Seminarios. - Formación de los Seminaristas.
Y como no se os oculta, Venerables Hermanos, que los
ministros aptos de la Iglesia no pueden salir sino de clérigos bien formados, y
que esta recta formación de los mismos tiene una gran fuerza en el restante
curso de la vida, esforzaos con todo vuestro celo episcopal en procurar que los
clérigos adolescentes, ya desde los primeros años se formen dignamente tanto en
la piedad y sólida virtud como en las letras y serias disciplinas, sobre todo
sagradas. Por lo cual nada debéis tomar tan a pecho, nada ha de preocuparos
tanto como esto: fundar seminarios de clérigos según el mandato de los Padres
de Trento (28), si es que aun no existen; y ya
instituidos, ampliar los si necesario fue re, dotarlos de óptimo.. directores y
maestros, velar con constante estudio para que en ellos los jóvenes clérigos se
eduquen en el temor de Dios, vivan santa y religiosamente la disciplina
eclesiástica, se formen según la doctrina católica, alejados de todo error y
peligro, según la tradición de la Iglesia y escritos de los Santos Padres, en
las ceremonias sagradas y los ritos eclesiásticos, con lo cual dispondréis de
idóneos y aptos operarios que, dotados de espíritu eclesiástico y preparados en
los estudios, sean capaces de cultivar el campo del Señor y pelear las batallas
de Cristo.
19. Ejercicios Espirituales.
Y como. sabéis que la práctica de los Ejercicios
espirituales ayuda extraordinariamente para conservar la dignidad del orden
eclesiástico y fijar y aumentar la santidad, urgid con santo celo tan saludable
obra, y no ceséis de exhortar a todos los llamados a servir al Señor a que se
retiren con frecuencia a algún sitio a propósito para practicarlos libres de
ocupaciones exteriores, y dándose con más intenso estudio a la meditación de
las cosas eternas y divinas, puedan purificarse de las manchas contraídas en el
mundo, renovar el espíritu eclesiástico, y con sus actos despojándose del
hombre viejo, revestirse del nuevo que fue creado en justicia y santidad. No os
parezca que Nos hemos detenido demasiado en la formación y disciplina del
Clero. Porque hay muchos que, hastiados de la multitud de errores, de su
inconstancia y mutabilidad, y sintiendo la necesidad de profesar nuestra
Religión, con mayor facilidad abrazan la Religión con su doctrina y sus
preceptos e institutos, con la ayuda de Dios, cuando ven que los clérigos
aventajan a los demás en piedad, integridad, sabiduría, ejemplo y esplendor de
todas las virtudes.
20. Celo de los Obispos.
Por lo demás, Hermanos carísimos, no dudamos que todos
vosotros, inflamados en caridad ardiente para con Dios y los hombres, en amor
apasionado de la Iglesia, instruidos en las virtudes angélicas, adornados de
fortaleza episcopal revestidos de prudencia, animados únicamente del deseo de
la voluntad divina, siguiendo las huellas de los apóstoles e imitando al modelo
de todos los pastores, Cristo Jesús, cuya legación ejercéis, como conviene a
los Obispos, iluminando con el esplendor de vuestra santidad al Clero y pueblo
fiel e imbuidos de entrañas de misericordia, y compadeciéndoos de los que
yerran y son ignorantes, buscaréis con amor a ejemplo del Pastor evangélico, a
las ovejas descarriadas y perdidas, las seguiréis, y, poniéndolas con afecto
paternal sobre vuestros hombros, las volveréis al redil, y no cesaréis de
atenderlas con vuestros cuidados, consejos y trabajos, para que, cumpliendo
como debéis con vuestro oficio pastoral, todas nuestras queridas ovejas
redimidas con la sangre preciosísima de Cristo y confiadas a vuestro cuidado,
las defendéis de la rabia, el ímpetu y la rapacidad de lobos hambrientos, las
separéis de pastos venenosos, y las llevéis a los saludables, y con la palabra,
o la obra, o el ejemplo, logréis conducirlas al puerto de la eterna salvación.
Tratad varonilmente de procurar la gloria de Dios y de la Iglesia, Venerables
Hermanos, y trabajad a la vez con toda prontitud, solicitud, y vigilancia
a que la Religión, y la piedad, y la virtud, desechados los errores, y
arrancados de raíz los vicios, tomen incremento de día en día, y todos los
fieles, arrojando de sí las obras de las tinieblas, caminen como hijos de la
luz agradando en todo a Dios y fructificando en todo género de buenas obras.
21. Visita Episcopal a Roma.
No os acobardéis, pese a las graves angustias, dificultades
y peligros que os han de rodear necesariamente en estos tiempos en vuestro
ministerio episcopal; confortaos en el Señor y en el poder de su virtud, el
cual mirándonos constituidos en la unión de su nombre, prueba a los que
quiere, ayuda a los que luchan y corona a los que vencen
(29). y como nada hay más grato, ni agradable, ni deseable para Nos,
que ayudaros a todos vosotros, a quienes amamos en las entrañas de Jesucristo,
con todo afecto, cariño, consejo y obra, y trabajar a una con vosotros en
defender y propagar con todo ahínco la gloria de Dios y la fe católica, y
salvar las almas, por las cuales estamos dispuestos, si fuere necesario, a dar
la misma vida, venid, Hermanos, os lo rogamos y pedimos, venid con grande ánimo
y gran confianza a esta Sede del Beatísimo Príncipe de los Apóstoles, centro de
la unidad católica y ápice del Episcopado, de donde el mismo Episcopado y toda
autoridad brota, venid a Nos siempre que creáis necesitar el auxilio, la ayuda,
y la defensa de Nuestra Sede.
22. Deber de los príncipes. Defensa de la Iglesia.(30)
Abrigamos también la esperanza de que Nuestros amadísimos
hijos en Cristo los Príncipes, trayendo a la memoria, en su piedad y
religión, que la potestad regia se les ha concedido nosólo para el
gobierno del mundo, sino principalmente para defensa de la Iglesia (31), y que Nosotros, cuando defendemos la
causa de la Iglesia, defendemos la de su gobierno y salvación, para que gocen
con tranquilo derecho de sus provincias, favorecerán con su apoyo y autoridad
nuestros comunes votos, consejos y esfuerzos, y defenderán la libertad e
incolumidad de la misma Iglesia para que también su imperio (el de los
príncipes) reciba amparo y defensa de la diestra de Cristo (32).
23. Epílogo. - Plegaria y Bendición Apostólica.(33)
Para que todo esto se realice próspera y felizmente,
acudamos, Venerables Hermanos, al trono de la gracia, roguemos unánimemente con
férvidas preces, con humildad de corazón al Padre de las misericordias y Dios
de toda consolación, que por los méritos de su Hijo se digne colmar de carismas
celestiales nuestra debilidad, y que con la omnipotencia de su virtud derrote a
quienes nos acometen, y en todas partes aumente la fe, la piedad, la devoción,
la paz, con lo cual su Iglesia santa, desterrados todos los errores y
adversidades, goce de la deseadísima libertad, y se haga un solo rebaño bajo un
solo pastor. Y para que el Señor se muestre más propicio a nuestros ruegos y
atienda a nuestras súplicas, roguemos a la intercesora para con El, la
Santísima Madre de Dios, la Inmaculada Virgen MARÍA, que es Nuestra madre
dulcísima, medianera, abogada y esperanza fidelisima, y cuyo patrocinio tiene
el mayor valimiento ante Dios. Invoquemos también al Príncipe de los Apóstoles,
a quien el mismo Cristo entregó las llaves del reino de los cielos y le
constituyó en piedra de su Iglesia contra la que nada podrán nunca las puertas
del infierno, y a su Coapóstol Pablo, a todos los santos de la corte celestial,
que ya coronados poseen la palma, para que impetren del Señor la abundancia
deseada de la divina propiciación para todo el pueblo cristiano.
Por fin, recibid la bendición apostólica, henchida de todas
las bendiciones celestiales y prenda de Nuestro amor hacia vosotros, la cual os
damos salida de lo íntimo del corazón, a vosotros, Venerables Hermanos, y a
todos los clérigos y fieles todos encomendados a vuestro cuidado.
Dado en Roma, en Santa María la Mayor, el día 9 de Noviembre
del año 1846, primer año de Nuestro Pontificado. Pío IX.
1. Gregorio XVI se
extendió sobre este tema en la Encíclica Mirari
vos 15-Vill-1832; Pío IX hablará más tarde de él en Cuanta Cura, 8-XII-
1864, luego Pío X en la Encicl. Pascendi, 8-IX-1907
y Pío XI en la Encicl. Mil
brennender Sorge, 14-III-1937.
2. Apocalipsis 13, 6.
3. Tertuliano, De
prrescript. contra hrer., cap. 8.
4. Romanos 13, 2.
5. Crisóslomo Interpretatio
in Isaiam cap. 1, 1 (Migne PG. 56, col. 14)
6. S. Ambrosio, in
Ps. 40, 30 (Migne PL. 14, Colec. Conc. 6, col. 971-A 1134-B).
7. Concilio de
Calcedonia.. Actio 2 (Mansi Collec. Gonc. 6, col. 971-A).
8. Concilio de
Efeso Actio 3 (Mans. Collec. Canco 4, col. 1295-C).
9. S. Pedro Crisólogo Epist. ad Eutychen (Migne PL. 52,
col. 71-D).
10. Concilio de
Trento sesión 7ª, De baptismo. canon III (Mansi. Callo Canco 33,
col. 53).
11. S. Cipriano Epist.
55 al Pontíce Cornelio (Migne PL. 3, Epist. 12 Corn., col. 844-845).
12. Cartas sinod.
de Juan de Constantinopla al Pontífice Hormisdas y Sozom. Historia lib. 3,
cap. 8.
13. San Agustín. Epist. 162 (Migne PL. [Epist. 43, 7] 33, col.
163).
14. San Ireneo. lib.
3, Contra hrerejes, cap. 3 (Migne PG. 7-A, col. 849-A).
15. S. Jerónimo, Epist.
15, 2, al Papa Dámaso (Migne PL. 22, col. 356).
16. Clemenle XII, Const. In
eminenti, 28-IV- 1738. (Gasparri, Fontes 1, 656); Benedicto
XIV, Const. Providas, 18-V-1751 (Gasparri, Fontes II,
315); Pío VII, Const. Ecclesiam a Jesu Christo, 13-IX-1821
(Fontes, II, 721); León XII, Const. Quo graviora 13-III-1825
(Fontes, II, 727).
17. Ver León
XIII, Encicl. Humanum
Genus, 20-IV-1884, contra las sectas, espec. la masónica.
18. Gregorio XVI, Encicl.
a todos los Obispos Inter
Praecipuas, 6-V-1844
18b. II Corint. 6, 15.
18c. Deut. 32, 33.
18d. Jerem. 51, 7.
19 Ver a propósito de
este tema a León XIII,, Encicl. Quod apostolici, 28-XII-1878;
ASS. 11, 369. Rerum Novarum, 15-V-1891;
ASS. 23 (1890-91) I641; Pío XI, Encicl. Quadragesimo
Anno, 15-V-1931 y Divini
Redemptoris, 19-III-1937.
20. Del Simbolo
Atanasiano, Quicumque.
21. S. León Magno, Sermón
8, cap. 4 (Migne PL. [Sermón 9, c. 7J 54, col. 159-A).
22. Concilio de
Trento, sesión 13, Cap. 1, de Reforma (Mansi Coll. Conc. 33,
col. 86-B).
23. Romanos 12, 1-2.
23b. Romanos 12, 1-2.
24. Concilio de
Trento sesión 22, cap. 1, de Reforma (Mansi Coll. Conc. 33,
col. 133-D).
25. 1 Timoteo 4,
12.
26. Benedicto XIV,
Epist. Encicl. Ubi primum. 3-XII-1740 (Gasparri, Fontes 1, 670).
27. Hebreos 4, 12.
28. Concilio de
Trento sesión 23, cap. 18 de Reforma (Mansi Coll. Conc. 33, col.
146-149)
29. S. Cipriano, Epist.
77 a Nemesiano y los demás mártires (Migne PL. 4, col. 431-A)
30. El tema se
desarrollará a fondo en las Enciclicas de León XIII sobre el
poder Diuturnum
illud, 29-VI-1881; e Immortale
Dei, 1-XI-1885.
31. S. León Magno Epist.
156 (alias 125) a León Augusto (Migne PL. 54, col. 1130-A).
32. León Magno, Epist.
43 (alias 34) ,. Teo- dosio Emperador (Migne PL. 54, col. 826-B).
33. S. León Magno, Epist.
43 (alias 34) a Teo dosio, Emperador (Migne PL. 54, col. 826-B).
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