Sacerdote masón en la Catedral de Buenos Aires
José Eusebio Agüero
(Córdoba, Virreinato del Río de la Plata, 1790 ó1791 - Córdoba, Argentina, 1864)
Nacido en la ciudad de Córdoba, José Eusebio Agüero trabajó
como vicerrector del Colegio de la Unión y fue secretario del general unitario José
María Paz. Fue electo como diputado por la provincia de Córdoba en 1825y
también actuó como ministro de Gobierno y Hacienda hasta 1831.
Agüero era opuesto a las ideas
federales de Juan Manuel de Rosas, por lo que debió exiliarse en
el territorio oriental. Este exilio se llevó a cabo en Montevideo, donde
participó en la defensa de la ciudad, en contra de las fuerzas de Manuel
Oribe. Al regresar a Buenos Aires, Bartolomé Mitre le
encargó la tarea de fundar el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde
desempeñó el cargo de rector. Entre sus obras se destaca Instituciones
del Derecho Público Eclesiástico.
Uno de sus alumnos, Federico
Tobal, escribió una serie de artículos entre 1895 y 1896 en la revista La Quintana llamados El
canónigo doctor don Eusebio de Agüero y el Colegio Nacional y Seminario
Conciliar fundado por él.
En el barrio porteño de Versalles existe
una plaza que lleva su nombre en su honor.
En la ciudad de
Córdoba, una calle lleva su nombre.[1]
Como vemos se destaca su
actuación sacerdotal, pero sin negar su pertenencia a la masonería, el pidió
ser enterrado “en el cementerio público y
en la sección destinada a los Eclesiásticos”, llegado el momento el obispo
no podía acceder a dicha solicitud dada la destacada actuación de Agüero, por
lo que sus restos están en la cripta de la catedral de la ciudad de Buenos
Aires.
Es bueno recordar que en 1863 al
producirse el fallecimiento de Blas Agüero, un
francmasón a quien el arzobispo de Buenos Aires le había negado cristiana
sepultura porque, fiel a sus principios, se había negado a recibir los
sacramentos. Mitre decretó el permiso para el entierro en La Recolecta.
En 1868 en un banquete
masónico Mitre explicaba:
“un hermano que vestía el traje de los clérigos, hablo del Venerable Dr.
Agüero, falleció no hace muchos años después de haber predicado la verdad
profesando la filosofía. El último reposo que la tierra concede a los restos
mortales de los hombres fué negado al Dr. Agüero. La puerta de su templo y la
puerta del sepulcro se cerraron para sus pobres huesos. La mano de las
preocupaciones desenterró un cadáver y lo expulso del recinto en que la
misericordia de los vivos vela por el descanso de los muertos. Yo tomé entonces
la defensa de los derechos póstumos del cadáver. Tuve el honor de reivindicar
para nosotros hermanos de entonces y de siempre, el derecho de dormir el sueño
eterno al lado de sus semejantes. El arzobispo de Buenos Aires, dando una
prueba de caridad cristiana, salvando los derechos de la iglesia en cuanto a la
sepultura eclesiástica, dejó a la potestad civil enterrar los muertos, y los
masones cuyos huesos estaban antes proscriptos de los cementerios argentinos,
hoy pueden descansar de sus fatigas en la muerte bajo la guarda de la
confraternidad. La historia de las Masonería no dedicará ni una página, ni un
renglón siquiera a esta conquista a favor del descanso de los puertos, en que
mi ministro de Culto y Justicia, el Dr. Eduardo Costa, tuvo la principal parte.
Pero bastará que se consigne acompañado de su epitafio, el nombre de ese
muerto, en cuyo nombre se reivindicó un derecho sagrado”.[2]
“Quiero señalar solamente, antes
de concluir, que la existencia de masones católicos no es un fenómeno exclusivo
del siglo XIX. En el VII Congreso que en 1915 celebró la Liga Argentina del
Librepensamiento, probablemente el único movimiento anticlerical de dimensión
nacional que hubo en la
Argentina , el Comité Nacional lamentó que
hubiera librepensadores masones que eran a la vez protestantes o católicos.
Recordó a los asistentes que un delegado masón se había retirado del congreso
anterior al oír hablar de los “errores del catolicismo” y que no
pocos mandaban a sus hijos a escuelas religiosas”.[3]
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