Claves para entender a los Maestros

18 mayo 2015

Orden de arresto de los templarios

Orden de arresto de los templarios
14 de setiembre de 1307

Felipe, por la gracia de Dios rey de Francia, a nuestros amados y fieles el señor de Onival, el caballero Joan de Tourville y el bailío de Rouen, sa­lud y dilección.
Una cosa amarga, una cosa deplorable, una cosa seguramente horrible de pensar, terrible para
entender, un crimen detestable, un delito execrable, un acto abominable, una infamia atroz, una cosa totalmente inhumana, más aún, extraña a toda humanidad, ha llegado a nuestro oídos gracias a los informes de muchas personas dignas de fe, no sin conmovernos con un gran estupor y hacernos estremecer con un violento horror; y, consideran­do su gravedad, un dolor inmenso crece en nosotros tanto más cruelmente cuanto que no hay duda de que la enormidad del crimen desborda hasta ser una ofensa a la majestad divina, un aprobio para la humanidad, un per­nicioso ejemplo del mal y un escándalo universal. Seguramente el espíritu razonable sufre por quien pasa los límites de la naturaleza y, sufriente, es atormentado sobre todo por causa de esta gente, olvidadiza de su princi­pio, no instruida en su condición, ignorante de su dignidad, pródiga de sí y entregada a sentimientos reprobables, no ha comprendido por qué esta­ba en honor. Esta gente es comparable a las bestias de carga desprovistas de razón, mucho más, traspasando su irracionalidad por su bestialidad pasmosa, ella se expone a todos los crímenes soberanamente abominables que aborrece y de los cuales se apartan las propias bestias irracionales, Ellos han abandonado a Dios, su creador, ellos se han separado de Dios, su salvación, ellos han abandonado a Dios, que les ha dado la luz, olvidados de Dios, su Señor y creador, se han inmolado a los demonios y no a Dios, esta gente sin consejo y sin prudencia (y pluguiera a Dios que ella sienta, comprenda y prevea esto que acaba de comenzar).
No hace mucho, bajo el informe de personas dignas de fe que ha sido hecho, se nos ha reiterado que los hermanos de la orden de la milicia del Templo, escondiendo al lobo bajo la apariencia del cordero, y bajo el hábi­to de la Orden, insultan miserablemente a la religión de nuestra fe, crucifi­can en nuestros días nuevamente a Nuestro Señor Jesucristo, ya crucifica­do por la redención del género humano, y lo colman de injurias más gra­ves que aquellas que si sufrió en la cruz, cuando, a su entrada en la Orden y luego que hicieron su profesión, se les presenta su imagen y que, por un de­safortunado, ¿qué digo?, un miserable enceguecimiento, ellos reniegan de ella tres veces y, por una crueldad horrible, le escupen tres veces en la ca­ra, a continuación de lo cual, despejados de las vestimentas que llevaban en la vida secular, desnudos, puestos en presencia de aquel que los recibe o de su reemplazante, son besados por él, conforme al rito odioso de su Or­den, primeramente debajo de la espina dorsal, segundo en el ombligo y finalmente en la boca, para vergüenza de la dignidad humana, y luego que han ofendido la ley divina por empresas tan abominables y actos tan de­testables, ellos se obligan, por el voto de su profesión y sin temer ofender la ley humana, a librarse uno al otro, sin rehusar, a lo que sean requeri­dos, por el efecto del vicio horrible y espantoso concubinato, y por esto la cólera de Dios se abate sobre estos hijos de la infidelidad. Esta gente in­munda ha dejado la fuente de agua viva, reemplazado su gloria por la es­tatua del Becerro de Oro, y en ella inmola a los ídolos.
He allí, con otras cosas todavía, lo que no teme hacer esta gente pérfida, esta gente insensata y abandonada al culto de ídolos. No solamente por sus actos y sus obras detestables, sino por sus discursos imprevistos, mancillan la tierra con sus obscenidades, suprimen los beneficios del rocía (sic), co­rrompen la pureza del aire y determinan la confusión de nuestra fe.
Y aunque nosotros tuvimos pena, al principio, de tornar nuestra atrac­ción hacia los portadores de estos rumores tan funestos, suponiendo que ellos provenían de la lívida envidia, del aguijón del odio, de la avaricia, más que del fervor de la fe, del celo por la justicia o del sentimiento de ca­ridad, en tanto los delatores y los denunciantes susodichos se multiplica­ban y el escándalo tomaba consistencia, las presunciones susodichas, ar­gumentos de gravedad y legítimas, conjeturas probables surtieron una pre­sunción y una suposición violentas que nos llevaron a investigar la verdad en este aspecto. Luego de haber hablado con nuestro muy Santo Padre en el Señor, Clemente, por la Divina Providencia soberano pontífice de la muy santa Iglesia romana y universal, luego de haber tratado cuidadosamente con nuestros prelados y nuestros barones, y de haber deliberado con nues­tro consejo plenario, nosotros hemos comenzado a avisar cuidadosamente a los medios más útiles para informarnos y a las vías más eficaces por las cuales se puede, en este asunto, encontrar más claramente la verdad. Y más amplia y profundamente lo examinamos como sondeando un escon­drijo, más graves son las abominaciones que encontramos.
Por lo tanto, nosotros que fuimos establecidos por el Señor en el puesto de observación de la eminencia real para defender la libertad de la fe de la Iglesia y que deseamos, antes que la satisfacción de todos los deseos de nuestro espíritu, el acrecentamiento de la fe católica, vista la investigación previa y diligente hecha sobre los datos del rumor público por nuestro que­rido hermano en Cristo Guillaume de Paris, inquisidor de la perversidad he­rética, diputado por la autoridad apostólica, viendo la vehemente sospecha resultante contra los dichos enemigos de Dios, de la fe y de la naturaleza, y contra dichos adversarios del pacto social (sic),tanto sobre dicha inves­tigación como de otras presunciones diversas, de argumentos legítimas y de conjeturas probables, cumpliendo con las requisiciones de dicho inquisidor que ha hecho apelación a nuestro brazo; y aunque ciertos inculpados pue­den ser culpables y otros inocentes, considerando la extrema gravedad del asunto, atendiendo a que la verdad no puede ser plenamente descubierta de otro modo, que una sospecha vehemente se ha extendido a todos y que, si es que hay inocentes, importa que sean probados como lo es el oro en el cri­sol y purgados por el examen del juicio que se impone, después de la deli­beración plenaria con los prelados, los barones de nuestro reino y nuestros otros consejeros, como ha sido dicho anteriormente, nosotros  hemos decre­tado que todos los miembros de dicha Orden de nuestro reino sean arresta­dos, sin ninguna excepción, retenidos prisioneros y reservados al juicio de la Iglesia, y que todos sus bienes, muebles e inmuebles, sean embargados, puestos bajo nuestra mano y fielmente conservados.
Es por esto por lo que os encargamos y os prescribimos rigurosamente en lo que concierne al bailío de Rouen, de transportaros vos personalmen­te, todos o dos de entre vosotros, y de arrestar a todos los hermanos de di­cha Orden sin excepción ninguna, de retenerlos prisioneros reservándolos al juicio de la Iglesia, de embargar sus bienes, muebles e inmuebles, y de retenerlos muy rigurosamente bajo vuestras manos a tales bienes embar­gados, sin gasto ni devastación ninguna, conforme a nuestras órdenes e instrucciones, que os han sido enviadas bajo nuestra contraseña, hasta que recibáis allí de nosotros una nueva orden. Además, damos la orden, por el portador de las presentes, a nuestros fieles jueces y sujetos de obedeceros de una forma efectiva y de ser atentos en relación con las cosas preceden­tes, en conjunto o por separado, y a las que con ellas se relacionen.
Dado en la abada de Notre Dame-la-Royale, cerca de Pontoise, el día de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, el año del señor mil trescien­tos siete.
Forma que deben observar los comisarios en el cumplimiento de su mi­sión:
Primeramente, cuando hayan arribado y hayan revelado la cosa a los senescales y a los bailíos, harán una información secreta sobre todas sus casas y podrán, por precaución, si es necesario, hacer también una inves­tigación sobre las otras casas religiosas y fingir que es la ocasión del diez­mo o bajo otro pretexto.
A continuación, aquel que será enviado con el senescal o con el bailío el día marcado, a buena hora, elegirá, según el número de casas y de gran­jas, a prohombres poderosos del país, al abrigo de sospechas, caballeros, regidores, consejeros, y les informará de la necesidad bajo juramento y se­cretamente y cómo el rey es informado por el Papa y por la Iglesia, y asi­mismo se los envía a cada lugar para arrestar a las personas, embargar los bienes y organizar su guarda; y verán que las viñas y las tierras sean cul­tivadas y sembradas convenientemente, y encomendarán la guarda de los bienes a personas honestas y ricas del país con los servidores que encuen­tre en las casas y, en su presencia, harán el mismo día y en cada lugar los inventarios de todos los muebles, los sellarán e irán, con fuerza suficiente, para que los hermanos y sus domésticos no puedan oponer resistencia e irán con sargentos para hacerse obedecer.
A continuación, pondrán las personas aisladas bajo buena y segura guardia, harán también una investigación sobre ellos, pues llamarán a los comisarios del inquisidor y examinarán con cuidado la verdad, por la tor­tura si es necesario, y si ellos confiesan la verdad, consignarán sus decla­raciones por escrito, luego de haber llamado a testigos,
Forma de hacer investigación: Se les dirigirán exhortaciones relativas a los artículos de fe y se les dirá cómo el Papa y el rey son informados por muchos testimonios muy dignos de fe, miembros de la Orden, del error y de la “bugreria”[1] al cual ellos se dan especialmente culpables en el momento de su entrada y de su profesión, y se les prometerá el perdón si confiesan la verdad retornando a la fe de la santa Iglesia, o que de otra forma serán condenados a muerte.
Se les demandará, bajo juramento, cuidadosa y sabiamente, como fue­ron recibidos, qué voto y qué promesa hicieron, y se les demandará por pa­labras generales hasta que se saque de ellos la verdad y que ellos perseve­ren en esta verdad.
Artículos del error de los Templarios presentados por muchos testigos:
Aquellos que son recibidos demandan también el pan y el agua de la Or­den, después el comandante o el maestro que les recibe le conduce secreta­mente detrás del altar o a la sacristía o a otro lado y le muestra la cruz y la figura de Nuestro Señor Jesucristo y lo hace renegar por tres veces del profeta, es decir, Nuestro Señor Jesucristo de quien es la figura, y escupir tres veces sobre la cruz; luego lo hace despojarse de su manto y el que lo recibe lo besa en la extremidad de la espina, bajo la cintura, luego en el om­bligo, luego sobre la boca y le dice que, si un hermano de la Orden quiere acostarse con él carnalmente, que le debe aceptar porque es su obligación y que debe sufrirlo según el estatuto de la Orden y que, a causa de tal, mu­chos de ellos, bajo la forma de sodomía, se acuestan uno con el otro car­nalmente y cada uno ciñe por debajo la camisa una cuerdita que el herma­no debe llevar siempre sobre si mientras viva; y se ha oído decir que estas cuerditas han sido colocadas y puestas alrededor del cuello de un ídolo que tiene la forma de la cabeza de un hombre con una gran barba y que esta cabeza la besan y la adoran en sus capitulas provinciales; pero esto no lo saben todos los hermanos, excepto el Gran Maestre y los antiguos. Además, los sacerdotes de su Orden no consagran el cuerpo de Nuestro Señor; sobre esto se hará una investigación especial con los sacerdotes de la Orden.
Y los comisarios deben enviar al rey, bajo sus sellos y bajo los sellos de los comisarios del inquisidor; lo más pronto que puedan, la copia de las de­claraciones de aquellos que confesaron dichos errores o principalmente el reniego de Nuestro Señor Jesucristo.
Jacques de Molay
Papa Clemente V

16 de octubre de 1311, Clemente V convocó un Concilio en la catedral de San Mauricio. Rodeado por Felipe el Hermoso y un grueso contingente de soldados, durante el Concilio de Vienne de 1312, el papa proclamaba la bula Vox in excelso y el Temple quedaba suprimido de forma provisional.
Sólo quedaba resolver el caso particular de los altos dignatarios de la Orden. Un proceso que se había reservado el propio pontífice. La condena fue de cadena perpetua. En enero de 1313, el papa delegó en tres subordinados para que fueran ellos quienes comunicaran la sentencia a los dirigentes del Temple: Jacques de Molay, Hugues de Pairaud, Geoffroy de Gonneville y Geoffroy de Charney. El 18 de marzo de 1314 el proceso contra los templarios llegaba a su fin.
De Molay y De Charney fueron llevados hasta un estrado colocado para la ocasión frente a la catedral de Notre-Dame de París. Los templarios se habían retractado de su confesión y declararon su inocencia.




[1] Vicio contras natura atribuido, sobre todo a los búlgaros heréticos.

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