Orden de
arresto de los templarios
14 de setiembre
de 1307
Felipe, por la gracia de Dios rey de
Francia, a nuestros amados y fieles el señor de Onival, el caballero Joan de
Tourville y el bailío de Rouen, salud y dilección.
Una
cosa amarga, una cosa deplorable, una cosa seguramente horrible de pensar,
terrible para
entender, un crimen detestable, un delito execrable, un acto
abominable, una infamia atroz, una cosa totalmente inhumana, más aún, extraña a
toda humanidad, ha llegado a nuestro oídos gracias a los informes de muchas personas
dignas de fe, no sin conmovernos con un gran estupor y hacernos estremecer con
un violento horror; y, considerando su gravedad, un dolor inmenso crece en nosotros
tanto más cruelmente cuanto que no hay duda de que la enormidad del crimen desborda
hasta ser una ofensa a la majestad divina, un aprobio para la humanidad, un pernicioso
ejemplo del mal y un escándalo universal. Seguramente el espíritu razonable
sufre por quien pasa los límites de la naturaleza y, sufriente, es atormentado
sobre todo por causa de esta gente, olvidadiza de su principio, no instruida en
su condición, ignorante de su dignidad, pródiga de sí y entregada a
sentimientos reprobables, no ha comprendido por qué estaba en honor. Esta gente
es comparable a las bestias de carga desprovistas de razón, mucho más,
traspasando su irracionalidad por su bestialidad pasmosa, ella se expone a todos
los crímenes soberanamente abominables que aborrece y de los cuales se apartan
las propias bestias irracionales, Ellos han abandonado a Dios, su creador,
ellos se han separado de Dios, su salvación, ellos han abandonado a Dios, que
les ha dado la luz, olvidados de Dios, su Señor y creador, se han inmolado a
los demonios y no a Dios, esta gente sin consejo y sin prudencia (y pluguiera a
Dios que ella sienta, comprenda y prevea esto que acaba de comenzar).
No hace mucho, bajo el informe de
personas dignas de fe que ha sido hecho, se nos ha reiterado que los hermanos
de la orden de la milicia del Templo, escondiendo al lobo bajo la apariencia del
cordero, y bajo el hábito de la Orden, insultan miserablemente a la religión
de nuestra fe, crucifican en nuestros días nuevamente a Nuestro Señor
Jesucristo, ya crucificado por la redención del género humano, y lo colman de injurias
más graves que aquellas que si sufrió en la cruz, cuando, a su entrada en la Orden
y luego que hicieron su profesión, se les presenta su imagen y que, por un desafortunado,
¿qué digo?, un miserable enceguecimiento, ellos reniegan de ella tres veces y, por
una crueldad horrible, le escupen tres veces en la cara, a continuación de lo
cual, despejados de las vestimentas que llevaban en la vida secular, desnudos,
puestos en presencia de aquel que los recibe o de su reemplazante, son besados
por él, conforme al rito odioso de su Orden, primeramente debajo de la espina
dorsal, segundo en el ombligo y finalmente en la boca, para vergüenza de la
dignidad humana, y luego que han ofendido la ley divina por empresas tan
abominables y actos tan detestables, ellos se obligan, por el voto de su profesión
y sin temer ofender la ley humana, a librarse uno al otro, sin rehusar, a lo
que sean requeridos, por el efecto del vicio horrible y espantoso concubinato,
y por esto la cólera de Dios se abate sobre estos hijos de la infidelidad. Esta
gente inmunda ha dejado la fuente de agua viva, reemplazado su gloria por la
estatua del Becerro de Oro, y en ella inmola a los ídolos.
He allí, con otras cosas todavía,
lo que no teme hacer esta gente pérfida, esta gente insensata y abandonada al culto
de ídolos. No solamente por sus actos y sus obras detestables, sino por sus
discursos imprevistos, mancillan la tierra con sus obscenidades, suprimen los beneficios
del rocía (sic), corrompen la pureza del aire y determinan la confusión de
nuestra fe.
Y aunque nosotros tuvimos pena, al principio,
de tornar nuestra atracción hacia los portadores de estos rumores tan
funestos, suponiendo que ellos provenían de la lívida envidia, del aguijón del
odio, de la avaricia, más que del fervor de la fe, del celo por la justicia o del
sentimiento de caridad, en tanto los delatores y los denunciantes susodichos
se multiplicaban y el escándalo tomaba consistencia, las presunciones
susodichas, argumentos de gravedad y legítimas, conjeturas probables surtieron
una presunción y una suposición violentas que nos llevaron a investigar la
verdad en este aspecto. Luego de haber hablado con nuestro muy Santo Padre en
el Señor, Clemente, por la Divina Providencia soberano pontífice de la muy
santa Iglesia romana y universal, luego de haber tratado cuidadosamente con
nuestros prelados y nuestros barones, y de haber deliberado con nuestro consejo
plenario, nosotros hemos comenzado a avisar cuidadosamente a los medios más
útiles para informarnos y a las vías más eficaces por las cuales se puede, en
este asunto, encontrar más claramente la verdad. Y más amplia y profundamente
lo examinamos como sondeando un escondrijo, más graves son las abominaciones
que encontramos.
Por lo tanto, nosotros que fuimos
establecidos por el Señor en el puesto de observación de la eminencia real para
defender la libertad de la fe de la Iglesia y que deseamos, antes que la satisfacción
de todos los deseos de nuestro espíritu, el acrecentamiento de la fe católica, vista
la investigación previa y diligente hecha sobre los datos del rumor público por
nuestro querido hermano en Cristo Guillaume de Paris, inquisidor de la perversidad
herética, diputado por la autoridad apostólica, viendo la vehemente sospecha
resultante contra los dichos enemigos de Dios, de la fe y de la naturaleza, y
contra dichos adversarios del pacto social (sic),tanto sobre dicha investigación
como de otras presunciones diversas, de argumentos legítimas y de conjeturas
probables, cumpliendo con las requisiciones de dicho inquisidor que ha hecho
apelación a nuestro brazo; y aunque ciertos inculpados pueden ser culpables y
otros inocentes, considerando la extrema gravedad del asunto, atendiendo a que la
verdad no puede ser plenamente descubierta de otro modo, que una sospecha
vehemente se ha extendido a todos y que, si es que hay inocentes, importa que sean
probados como lo es el oro en el crisol y purgados por el examen del juicio
que se impone, después de la deliberación plenaria con los prelados, los barones
de nuestro reino y nuestros otros consejeros, como ha sido dicho anteriormente,
nosotros hemos decretado que todos los
miembros de dicha Orden de nuestro reino sean arrestados, sin ninguna
excepción, retenidos prisioneros y reservados al juicio de la Iglesia, y que
todos sus bienes, muebles e inmuebles, sean embargados, puestos bajo nuestra
mano y fielmente conservados.
Es por esto por lo que os
encargamos y os prescribimos rigurosamente en lo que concierne al bailío de Rouen,
de transportaros vos personalmente, todos o dos de entre vosotros, y de
arrestar a todos los hermanos de dicha Orden sin excepción ninguna, de
retenerlos prisioneros reservándolos al juicio de la Iglesia, de embargar sus
bienes, muebles e inmuebles, y de retenerlos muy rigurosamente bajo vuestras
manos a tales bienes embargados, sin gasto ni devastación ninguna, conforme a
nuestras órdenes e instrucciones, que os han sido enviadas bajo nuestra contraseña,
hasta que recibáis allí de nosotros una nueva orden. Además, damos la orden,
por el portador de las presentes, a nuestros fieles jueces y sujetos de
obedeceros de una forma efectiva y de ser atentos en relación con las cosas precedentes,
en conjunto o por separado, y a las que con ellas se relacionen.
Dado en la abada de Notre Dame-la-Royale,
cerca de Pontoise, el día de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, el año
del señor mil trescientos siete.
Forma que deben observar los
comisarios en el cumplimiento de su misión:
Primeramente, cuando hayan arribado
y hayan revelado la cosa a los senescales y a los bailíos, harán una información
secreta sobre todas sus casas y podrán, por precaución, si es necesario, hacer
también una investigación sobre las otras casas religiosas y fingir que es la
ocasión del diezmo o bajo otro pretexto.
A continuación, aquel que será
enviado con el senescal o con el bailío el día marcado, a buena hora, elegirá,
según el número de casas y de granjas, a prohombres poderosos del país, al abrigo
de sospechas, caballeros, regidores, consejeros, y les informará de la
necesidad bajo juramento y secretamente y cómo el rey es informado por el Papa
y por la Iglesia, y asimismo se los envía a cada lugar para arrestar a las
personas, embargar los bienes y organizar su guarda; y verán que las viñas y
las tierras sean cultivadas y sembradas convenientemente, y encomendarán la
guarda de los bienes a personas honestas y ricas del país con los servidores
que encuentre en las casas y, en su presencia, harán el mismo día y en cada
lugar los inventarios de todos los muebles, los sellarán e irán, con fuerza
suficiente, para que los hermanos y sus domésticos no puedan oponer resistencia
e irán con sargentos para hacerse obedecer.
A continuación, pondrán las
personas aisladas bajo buena y segura guardia, harán también una investigación
sobre ellos, pues llamarán a los comisarios del inquisidor y examinarán con
cuidado la verdad, por la tortura si es necesario, y si ellos confiesan la
verdad, consignarán sus declaraciones por escrito, luego de haber llamado a
testigos,
Forma de hacer investigación: Se
les dirigirán exhortaciones relativas a los artículos de fe y se les dirá cómo
el Papa y el rey son informados por muchos testimonios muy dignos de fe,
miembros de la Orden, del error y de la “bugreria”[1] al
cual ellos se dan especialmente culpables en el momento de su entrada y de su profesión,
y se les prometerá el perdón si confiesan la verdad retornando a la fe de la
santa Iglesia, o que de otra forma serán condenados a muerte.
Se les demandará, bajo juramento,
cuidadosa y sabiamente, como fueron recibidos, qué voto y qué promesa
hicieron, y se les demandará por palabras generales hasta que se saque de
ellos la verdad y que ellos perseveren en esta verdad.
Artículos del error de los
Templarios presentados por muchos testigos:
Aquellos que son recibidos demandan
también el pan y el agua de la Orden, después el comandante o el maestro que
les recibe le conduce secretamente detrás del altar o a la sacristía o a otro
lado y le muestra la cruz y la figura de Nuestro Señor Jesucristo y lo hace
renegar por tres veces del profeta, es decir, Nuestro Señor Jesucristo de quien
es la figura, y escupir tres veces sobre la cruz; luego lo hace despojarse de
su manto y el que lo recibe lo besa en la extremidad de la espina, bajo la
cintura, luego en el ombligo, luego sobre la boca y le dice que, si un hermano
de la Orden quiere acostarse con él carnalmente, que le debe aceptar porque es
su obligación y que debe sufrirlo según el estatuto de la Orden y que, a causa
de tal, muchos de ellos, bajo la forma de sodomía, se acuestan uno con el otro
carnalmente y cada uno ciñe por debajo la camisa una cuerdita que el hermano
debe llevar siempre sobre si mientras viva; y se ha oído decir que estas
cuerditas han sido colocadas y puestas alrededor del cuello de un ídolo que
tiene la forma de la cabeza de un hombre con una gran barba y que esta cabeza
la besan y la adoran en sus capitulas provinciales; pero esto no lo saben todos
los hermanos, excepto el Gran Maestre y los antiguos. Además, los sacerdotes de
su Orden no consagran el cuerpo de Nuestro Señor; sobre esto se hará una
investigación especial con los sacerdotes de la Orden.
Y los comisarios deben enviar al rey,
bajo sus sellos y bajo los sellos de los comisarios del inquisidor; lo más
pronto que puedan, la copia de las declaraciones de aquellos que confesaron
dichos errores o principalmente el reniego de Nuestro Señor Jesucristo.
16 de octubre
de 1311, Clemente V convocó un
Concilio en la catedral de San Mauricio. Rodeado por Felipe el Hermoso y un grueso contingente de soldados, durante el
Concilio de Vienne de 1312, el papa proclamaba la bula Vox in excelso y el Temple quedaba suprimido de forma
provisional.
Sólo quedaba
resolver el caso particular de los altos dignatarios de la Orden. Un proceso
que se había reservado el propio pontífice. La condena fue de cadena perpetua.
En enero de 1313, el papa delegó en tres subordinados para que fueran ellos
quienes comunicaran la sentencia a los dirigentes del Temple: Jacques
de Molay, Hugues de Pairaud, Geoffroy de Gonneville y Geoffroy
de Charney. El 18 de marzo de 1314 el proceso contra los templarios
llegaba a su fin.
De
Molay
y De Charney fueron llevados hasta
un estrado colocado para la ocasión frente a la catedral de Notre-Dame de
París. Los templarios se habían retractado de su confesión y declararon su
inocencia.
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