FIESTAS DE ISIS
16 de Julio
La ciudad hispanorromana de Baelo Claudia está situada en la
orilla norte del estrecho de Gibraltar, a 17 km al este de Tarifa, en la
provincia de Cádiz. Nació hacia finales del siglo II a.C., como un pequeño
establecimiento industrial dedicado a la salazón y la producción de salsa de
pescado, Garum. En torno a él, se desarrollará posteriormente un núcleo urbano
que vivirá de la pesca de los atunes que migran desde el Atlántico al
Mediterráneo en los meses de mayo y junio para desovar y de las grandes posibilidades
de comercio marítimo con el norte de África.
Hoy en concreto nos vamos a referir a templo de Isis,
localizado en el ángulo nororiental del foro. Construida entorno a los años 60
o 70 d.C., aunque cabe la posibilidad de la existencia de un templo de Isis
anterior destruido por el terremoto de mediados del siglo I.
Su estratégico y privilegiado emplazamiento, no solo por
estar situado junto a uno de los principales templos del foro, sino su
integración en la arquitectura de la ciudad, parecen ser la prueba de la
importancia tanto civil como religiosa del templo en la ciudad.
El culto a Isis como protectora de los navegantes llegó a
estas tierras traído por las relaciones tanto mercantiles como laborales con el
norte de África, ya que eran muchas las personas que cruzaban el estrecho de
Gibraltar para trabajar en esta ciudad entre los meses de mayo y septiembre
para la pesca del atún y su conservación en salazón. Sabemos que el primer
templo a esta diosa se construyó en el siglo V a.C. en la bahía de Cádiz, a
partir del asentamiento fenicio de Gades.
Del mismo modo que llegó a estas tierras el culto a Isis,
también llegaron sus celebraciones.
En Egipto se celebraba una procesión acompañada por multitud de devotos con faroles y bengalas, finalizando en la orilla de la playas de Alejandría, internando en sus aguas la figura de la diosa, colocada sobre una pequeña embarcación que soportaban sus porteadores.
Esta tradicional procesión marinera egipcia fue observada
por los numerosos comerciantes griegos que llegaban al puerto de Alejandría y
la trasladaron a Grecia, donde años mas tarde llegó a conocimiento de Roma.
Pronto los romanos establecieron numerosos templos en honor de Isis, “Señora
del Mar, protectora de los pescadores, mercaderes y navegantes”, y también se
asimiló la procesión egipcia, denominada Navigium Isidis, sirviendo también
como día de inicio del periodo hábil para navegar.
Escultura romana de Isis amamantando a Horus.
Fuente: Museos Vaticanos.
Cada 16 de julio se celebraba la festividad de Isis en su
advocación de Stella Maris (Estrella del Mar) por los paseos marítimos. Esta
fiesta la encontramos descrita en numerosas fuentes de origen romano como
Apuleyo que describe cómo la solemne comitiva iba desde el templo de Isis a la
orilla del mar acompañada por las gentes del pueblo ataviadas bellísimas ropas
con las cuales se pretendía representar los diferentes oficios, empleos y
cargos de la vida civil que constituían la sociedad, como magistrados,
gladiadores, cazadores e incluso animales.
Tras ellos seguía la verdadera procesión de la diosa Isis,
iniciando el cortejo un grupo de mujeres con vistosas vestiduras blancas y
numerosos atributos simbólicos coronadas con flores, las cuales arrojaban
pétalos que cubrían el camino por donde transcurrirá la procesión. Otras
arrojaban gotas de perfumes para inundar las calles de aromas de bálsamos
olorosos que taparían los malos olores de las calles de la ciudad, a
continuación una gran multitud portaban lámparas, antorchas, cirios y toda
clase de luces artificiales, que pretendían atraer la bendición de la madre de
los astros que brillan en el cielo. Este grupo iba seguido por otro de músicos
con diferentes instrumentos, tras ellos un grupo de jóvenes en traje de gala
también blanco, que repetían un himno que ofrecía votos solemnes a la diosa, y
tras ellos era porteada por sacerdotes la figura de la diosa representada con
el niño Horus en sus brazos.
Una vez que llegaban a la orilla de la playa los esperaba
una nave de madera decorada con pinturas llamativas y con la popa rematada con
un cuello de oca revestida de chapas de oro, a la que subían la imagen de la
diosa y la paseaban por el mar. Al terminar y de regreso al templo, el
escribano recitaba sus plegarias, y los devotos desbordados de alegría aclamaban
y ofrecían brotes, ramos y coronas a la diosa Isis, y procedían al besapies con
el cual se terminaba esta curiosa procesión.
Esta descripción de Apuleyo, nos sirve para descifrar el
título de esta entrada, ya que en él podemos ver grandes similitudes entre la
procesión de la diosas Isis y las que a día de hoy se producen cada 16 de julio
en barrios marineros de la costa española.
El templo dedicado a esta diosa en Baelo Claudia queda estrechamente relacionado con el aspecto marítimo de Isis: en primer lugar por su posición elevada, lo que permitía ver el mar desde el propio templo y también ser visto desde el mar y, por otra parte, su localización en el foro, representando la importancia de su culto en esta ciudad.
Restos del templo de Isis en Baelo Claudia
Su devoción se manifestaba en el interior del templo, y
prueba de ello son los exvotos que se han podido recuperar, con los que los
devotos agradecían su intervención, una supplicatio (placa de metal) y dos
placas de dedicantes que participaron en la construcción del templo (placa de
mármol blanco con huellas de pies).
Placa dedicantes del templo de Isis. Museo de Baelo Claudia
Con esta entrada queremos dejar patente como nuestro
patrimonio nos enseña a comprender el porqué de muchas de nuestras fiestas o
tradiciones que perviven más allá de las creencias que cada pueblo pueda tener.
Bibliografía:
BELTRÁN FORTES, J., ATENCIA PÁEZ, R. «Nuevos aspectos del
culto isíaco en la Baetica», SPAL, 5, 1997. Pág. 171-196.
MUÑOZ VICENTE, A., EXPÓSITO ÁLVAREZ, J. A. «El conjunto
arqueológico de Baelo Claudia y su museo monográfico. Breves notas
historiográficas y de gestión». Boletín del Museo Arqueológico
Nacional, 35, 2017, Pág. 89-93.
SORIA TRASTOY, T. «¿Por qué un Iseum en Baelo
Claudia?», Aljaranda, 76, 2010. Pág. 14-23.
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