Claves para entender a los Maestros

29 julio 2015

Segunda declaración de Jacques de Molay

Segunda declaración de Jacques de Molay
28 de noviembre de 1309

A continuación, el viernes previo a la fiesta de san Andrés, los dichos señores comisarios se reunieron en la cámara donde tenían costumbre de reu­nirse, situada detrás del aula episcopal, el hermano Jacques de Molay, Gran Maestre de dicha Orden del Templo, quien, el miércoles precedente, había pedido a los dichos comisarios poder deliberar hasta este viernes sobre la respuesta por él hecha el dicho miércoles en su presencia, a saber que él quería defender a la Orden, fue llevado en presencia de los dichos comisarios por los susodichos preboste de Poitiers y Jean de Janville, y él agradece a los di­chos señores comisarios por la dicha prorroga de deliberación acordada por ellos y porque ellos habían ofrecido darle una más grande si a él le placía aceptarla, y con esto, así lo dijo, le habrían dado rienda suelta.
Interrogado por los dichos señores comisarios sobre la cuestión de si quería defender la Orden susodicha, él respondió que era un caballero iletrado y pobre y que haba comprendido, por el tenor de una carta apostólica que le habían leído, que el señor Papa se había reservado de juzgarlo, a él y a algunos otros dignatarios de los Templarios, y que por esta razón, el presente, en el estado en que se encontraba, no quería hacer nada con respecto a este asunto.
Requerido expresamente de decir si él quería, en ese momento, defender la Orden susodicha, él respondió que no, pero que él iría en presencia del señor Papa, cuando le placiera al dicho señor Papa, y les suplica a los di­chos señores comisarios y les requiere, atendiendo que él era mortal como todos los hombres y no disponía más que del tiempo presente, de hacer comprender al Papa que debe convocarlo lo más rápidamente a su presencia, pues sólo así él dirá, en la medida de sus fuerzas, al señor Papa lo que corresponde al honor de Cristo y de la Iglesia.
Ítem, requerido de declarar si quería agregar alguna cosa que pudiera molestar a los dichos comisados -que, sin inmiscuirse en el proceso con­tra las personas en particular, sólo se ocupan de la Orden en tanto Orden- o impedirles proceder correctamente y con fidelidad a la investigación con­tra la Orden susodicha, a ellos encomendada por el señor Papa, él respon­dió que no y les requiere de proceder bien y fielmente en estos asuntos.
Hecho esto, el dicho Maestre de la Orden del Templo dijo que, para ali­viar su conciencia, él queda, con respecto a la Orden susodicha, exponer a los dichos señores comisarios tres cosas, y él las expone:
La primera era que el dicho Maestre no conocía otra Orden en la cual las capillas y las iglesias tuviesen los ornamentos, las reliquias y los acce­sorios del culto divino mejores ni más bellos, y en las cuales el servicio di­vino fuera mejor celebrado por los sacerdotes y clérigos, con excepción de las catedrales.
La segunda era que el no conocía ninguna Orden donde se hicieran más limosnas que en su orden; pues, en todas las cosas de la Orden, de acuer­do con la regla general de dicha Orden, hacían limosna tres veces por se­mana a todos aquellos que quisiesen aceptar.
La tercera era que él no conocía otra Orden ni otras personas que, por la defensa de la fe cristiana contra los enemigos de dicha fe, hayan expuesto más prontamente sus personas a la muerte ni venido tanto su sangre y que fuesen tan temidos por los enemigos de la fe católica y que por ello el con­de de Artois, cuando murió en un combate en ultramar, quiso que los Tem­plarios fuesen la vanguardia de su ejército, y si el dicho conde le hubiera creído al Maestre de la orden entonces en funciones, el conde, el Maestre y otros no hubieran perecido; y que el dicho Maestre de entonces le pregunto si creía que no decía eso por su bien, puesto que, siguiendo el consejo de dicho conde, él mismo permaneció en combate junto con dicho conde y otros.
Como se le replicó que todo eso no era útil para la salvación del  católica faltaba, el dicho Maestro respondió que eso era verdad y que él mismo creía en un Dios y en una trinidad de personas y en los otros puntos de la fe católica y que tenía un Dios solamente, una sola fe, un solo bautismo y una sola Iglesia, cuando el alma se haya sepa­rado del cuerpo, se vería quién era malo y quién era bueno, y que cada uno sabría la verdad de las cosas que estaban entonces en cuestión.
Pero, como hombre noble, Guillermo de Nogaret, canciller real -el cual había venido luego de la respuesta de dicho Maestre: a saber, que él no que­ría defender la orden de otra forma que la indicada-,  le dice al Maestre que en las crónicas de Saint-Denis se informaba que, en los tiempos de Saladino, sultán de Babilonia, el entonces Gran Maestre y otros grandes dig­natarios de la dicha Orden habían hecho homenajes al dicho Saladino y que aquél, sabiendo la gran desdicha que los Templados habían pasado en­tonces, había dicho públicamente que los Templados la habían sufrido por­que estaban trabajados por el vicio de sodomía y porque habían faltado a su fe y a su ley, el dicho Maestre quedó estupefacto en grado sumo y decla­ra que jamás, hasta ese momento, había escuchado tal cosa, pero que, de todas formas, él sabía bien que, encontrándose en ultramar en el tiempo en que el hermano Guillermo de Beaujeu era el Gran Maestre de dicha Orden, él mismo, Jacques, y muchos otros hermanos del convento de dichos Tem­plarios, jóvenes y deseosos de hacer la guerra, como es el hábito de los jó­venes caballeros que quieran asistir a hechos de armas, y aun otros que no eran de su convento, habían murmurado contra dicho Maestre puesto que, durante la tregua que el rey de Inglaterra ya difunto había establecido en­tre los cristianos y los sarracenos, dicho Maestre se mostraba sumiso al sultán conservando su favor, pero que finalmente, el dicho hermano Jac­ques y otros del dicho convento de los Templarios fueron satisfechos vien­do que el dicho Maestre no había podido actuar de otra forma, puesto que en aquel tiempo la Orden tenía bajo su mano y baja su guarda muchas ciudades y Fortalezas en las fronteras de las tierras del dicho sultán, en los lu­gares que el nombra, y que él no había podido guardar de otra manera, y que aun así habrían sido perdidas si el rey de Inglaterra no les hubiera en­viado víveres.
Finalmente, el susodicho hermano Jacques, Maestre de la Orden del Templo, suplica humildemente a los dichos señores comisados y al dicho canciller real si le pueden dar la orden y el poder para que él, Maestre, pue­da escuchar misa y los otros oficios divinos y tener su capilla y sus cape­llanes, y los dichos señores comisados y canciller loando la devoción que mostraba, le dicen que ellos procurarán.


L’AFFAIRE DES TEMPLIERS
GEORGES LIZERAND


PARIS LIBRAIRIE ANCIENNE HONORE CHAMPION EDITEUR 1923




No hay comentarios:

Publicar un comentario