Segunda declaración de Jacques
de Molay
28 de noviembre de 1309
A continuación, el
viernes previo a la fiesta de san Andrés, los dichos señores comisarios se
reunieron en la cámara donde tenían costumbre de reunirse, situada detrás del
aula episcopal, el hermano Jacques de Molay, Gran Maestre de dicha Orden del
Templo, quien, el miércoles precedente, había pedido a los dichos comisarios poder
deliberar hasta este viernes sobre la respuesta por él hecha el dicho miércoles
en su presencia, a saber que él quería defender a la Orden, fue llevado en
presencia de los dichos comisarios por los susodichos preboste de Poitiers y Jean
de Janville, y él agradece a los dichos señores comisarios por la dicha
prorroga de deliberación acordada por ellos y porque ellos habían ofrecido
darle una más grande si a él le placía aceptarla, y con esto, así lo dijo, le habrían
dado rienda suelta.
Interrogado por
los dichos señores comisarios sobre la cuestión de si quería defender la Orden
susodicha, él respondió que era un caballero iletrado y pobre y que haba
comprendido, por el tenor de una carta apostólica que le habían leído, que el
señor Papa se había reservado de juzgarlo, a él y a algunos otros dignatarios
de los Templarios, y que por esta razón, el presente, en el estado en que se
encontraba, no quería hacer nada con respecto a este asunto.
Requerido expresamente
de decir si él quería, en ese momento, defender la Orden susodicha, él
respondió que no, pero que él iría en presencia del señor Papa, cuando le
placiera al dicho señor Papa, y les suplica a los dichos señores comisarios y
les requiere, atendiendo que él era mortal como todos los hombres y no disponía
más que del tiempo presente, de hacer comprender al Papa que debe convocarlo lo
más rápidamente a su presencia, pues sólo así él dirá, en la medida de sus fuerzas,
al señor Papa lo que corresponde al honor de Cristo y de la Iglesia.
Ítem, requerido de
declarar si quería agregar alguna cosa que pudiera molestar a los dichos
comisados -que, sin inmiscuirse en el proceso contra las personas en
particular, sólo se ocupan de la Orden en tanto Orden- o impedirles proceder
correctamente y con fidelidad a la investigación contra la Orden susodicha, a
ellos encomendada por el señor Papa, él respondió que no y les requiere de
proceder bien y fielmente en estos asuntos.
Hecho esto, el
dicho Maestre de la Orden del Templo dijo que, para aliviar su conciencia, él
queda, con respecto a la Orden susodicha, exponer a los dichos señores
comisarios tres cosas, y él las expone:
La primera era que
el dicho Maestre no conocía otra Orden en la cual las capillas y las iglesias
tuviesen los ornamentos, las reliquias y los accesorios del culto divino mejores
ni más bellos, y en las cuales el servicio divino fuera mejor celebrado por
los sacerdotes y clérigos, con excepción de las catedrales.
La segunda era que
el no conocía ninguna Orden donde se hicieran más limosnas que en su orden;
pues, en todas las cosas de la Orden, de acuerdo con la regla general de dicha
Orden, hacían limosna tres veces por semana a todos aquellos que quisiesen
aceptar.
La tercera era que
él no conocía otra Orden ni otras personas que, por la defensa de la fe
cristiana contra los enemigos de dicha fe, hayan expuesto más prontamente sus
personas a la muerte ni venido tanto su sangre y que fuesen tan temidos por los
enemigos de la fe católica y que por ello el conde de Artois, cuando murió en
un combate en ultramar, quiso que los Templarios fuesen la vanguardia de su ejército,
y si el dicho conde le hubiera creído al Maestre de la orden entonces en funciones,
el conde, el Maestre y otros no hubieran perecido; y que el dicho Maestre de
entonces le pregunto si creía que no decía eso por su bien, puesto que, siguiendo
el consejo de dicho conde, él mismo permaneció en combate junto con dicho conde
y otros.
Como se le replicó
que todo eso no era útil para la salvación del católica faltaba, el dicho Maestro respondió
que eso era verdad y que él mismo creía en un Dios y en una trinidad de
personas y en los otros puntos de la fe católica y que tenía un Dios solamente,
una sola fe, un solo bautismo y una sola Iglesia, cuando el alma se haya separado
del cuerpo, se vería quién era malo y quién era bueno, y que cada uno sabría la
verdad de las cosas que estaban entonces en cuestión.
Pero, como hombre
noble, Guillermo de Nogaret, canciller real -el cual había venido luego de la
respuesta de dicho Maestre: a saber, que él no quería defender la orden de
otra forma que la indicada-, le dice al
Maestre que en las crónicas de Saint-Denis se informaba que, en los tiempos de
Saladino, sultán de Babilonia, el entonces Gran Maestre y otros grandes dignatarios
de la dicha Orden habían hecho homenajes al dicho Saladino y que aquél,
sabiendo la gran desdicha que los Templados habían pasado entonces, había
dicho públicamente que los Templados la habían sufrido porque estaban
trabajados por el vicio de sodomía y porque habían faltado a su fe y a su ley,
el dicho Maestre quedó estupefacto en grado sumo y declara que jamás, hasta
ese momento, había escuchado tal cosa, pero que, de todas formas, él sabía bien
que, encontrándose en ultramar en el tiempo en que el hermano Guillermo de
Beaujeu era el Gran Maestre de dicha Orden, él mismo, Jacques, y muchos otros
hermanos del convento de dichos Templarios, jóvenes y deseosos de hacer la guerra,
como es el hábito de los jóvenes caballeros que quieran asistir a hechos de
armas, y aun otros que no eran de su convento, habían murmurado contra dicho
Maestre puesto que, durante la tregua que el rey de Inglaterra ya difunto había
establecido entre los cristianos y los sarracenos, dicho Maestre se mostraba
sumiso al sultán conservando su favor, pero que finalmente, el dicho hermano Jacques
y otros del dicho convento de los Templarios fueron satisfechos viendo que el
dicho Maestre no había podido actuar de otra forma, puesto que en aquel tiempo
la Orden tenía bajo su mano y baja su guarda muchas ciudades y Fortalezas en
las fronteras de las tierras del dicho sultán, en los lugares que el nombra, y
que él no había podido guardar de otra manera, y que aun así habrían sido
perdidas si el rey de Inglaterra no les hubiera enviado víveres.
Finalmente, el
susodicho hermano Jacques, Maestre de la Orden del Templo, suplica humildemente
a los dichos señores comisados y al dicho canciller real si le pueden dar la orden
y el poder para que él, Maestre, pueda escuchar misa y los otros oficios
divinos y tener su capilla y sus capellanes, y los dichos señores comisados y
canciller loando la devoción que mostraba, le dicen que ellos procurarán.
L’AFFAIRE
DES TEMPLIERS
GEORGES
LIZERAND
PARIS
LIBRAIRIE ANCIENNE HONORE CHAMPION EDITEUR 1923
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