Claves para entender a los Maestros

10 diciembre 2018

El espíritu masónico (II)


El espíritu masónico (II)
El Faro Oriental Nº 4
Abril 1912
La primera influencia se ejerce sobre nuestra individualidad. La imagen de la piedra bruta, que ha de convertirse en cúbica para entrar en el edificio construido por el Maestro, es sorprendente desde que se la concibe en su belleza real. Es sobre sí mismo, que, posesionado el Masón del espíritu masónico, ejerce la actividad indirecta y particularmente bienhechora que la Alianza recomienda a sus adeptos. Las enseñanzas dadas son una invitación preciosa para hacer en primer lugar su educación personal. En cada carácter se encuentran asperezas por destruir, exageraciones por reducir, ideas por hacerlas desaparecer. El masón, debe ser, o debe volverse, un hombre normal, lo que se llama hoy — con un término impreciso — un super-hombre, es decir, un maestro de sí mismo, maestro de sus disposiciones naturales, guardando, con y basta contra todo, la calma, la reflexión. En una palabra, debe ser dueño de sí, cualesquiera sean las circunstancias de su vida y de su actividad.

El hombre normal no conoce el engaño ni la precipitación en el juzgar. Si el aprendiz llama con dos golpes precipitados, seguidos de un golpe más lento, anunciando la reflexión tardía, el Compañero y el Maestro hacen pasar la reflexión antes de la acción. El dominio de sí mismo es un arte difícil que se adquiere lentamente. Se dice que en la disciplina y el control de sí mismo radican los comienzos de la sabiduría práctica del hombre; y que es en el respeto de sí mismo donde sus virtudes deben tener las raíces.

El más humilde de los Hermanos rinde culto a ese pensamiento, y es por esto que puede y debe decir: «Respetarme y perfeccionarme, tal es en la vida mi verdadero deber. Parte
integral, y, además, responsable del gran sistema social, estoy obligado con esta sociedad y con su autor, a no degradar ni destruir ni mi cuerpo, ni mi inteligencia, ni mis instintos. Por el contrario, debo trabajar con todas mis fuerzas para colocar mi humanidad en el más alto peldaño de la perfección. No solamente debo suprimir en mi los malos instintos, sino que, por el contrario, debo cultivar los buenos; y el respeto que tengo por mí mismo, lo debo a los demás, en la misma medida que ellos me lo deben a mí El respeto a sí mismo,
es efectivamente, el manto más hermoso, en el cual puede envolverse el hombre, es el más elevado pensamiento inspirador de su espíritu. Una de las más sabias máximas de Pitágoras, es aquella en que manda al discípulo respetarse a sí mismo.
El patriota americano Washington, francmasón celoso y fiel, dominaba tanto sus impresiones en los momentos de dificultades y peligros — dice su biógrafo—que aquellos que no lo conocían íntimamente se convencían de que su calma y su impasibilidad eran en él innatas. Sin embargo, era Washington, por naturaleza, ardiente e impetuoso; su dulzura, sus cortesías, sus deferencias para los demás, eran el resultado de la rígida e infatigable disciplina a la cual se sujetaba. Tenía un temperamento ardiente, pasiones vivas, y cuando las sensaciones y excitaciones se renovaban, hacía los más grandes esfuerzos por triunfar. Por este medio logró más tarde sus mejores éxitos. Su dominio, su imperio sobre sí mismo, debe haber sido el signo más notable de su carácter. Y esto se lo debía a la disciplina que sabía imponerse».

Determinado, por consiguiente, en que consiste el espíritu masónico, aplicado a la vida individual, se puede afirmar que ese espíritu lo posee aquel que es verdadero dueño de sí, de sus sentimientos, de sus pasiones, de su temperamento. Por lo demás, la regla del arte real, consiste en vivir humanamente, y desarrollar—de una manera armónica — las facultades del cuerpo y las del espíritu, sofrenando los apetitos carnales, reglando la conciencia y el corazón, de tal manera, que ellos obren según su destinación natural. La justicia y el sentimiento del bien es el fondo; una vida normal es la forma. Todo lo demás, no es sino el medio para llegar al fin definitivo, pero ellos tienden á despertar y animar el espíritu francmasónico. Los dignatarios de las Logias, el Venerable, muy especialmente, tienen la obligación de vigilar sobre el caudal actual de moralidad de los obreros, y trabajar por acrecentarlo.
Ed. Quartier-la-Tente.
(Continuará).




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