El espíritu
masónico (II)
El Faro Oriental Nº 4
Abril 1912
La primera influencia se ejerce sobre nuestra
individualidad. La imagen de la piedra bruta, que ha de convertirse en cúbica
para entrar en el edificio construido por el Maestro, es sorprendente desde que
se la concibe en su belleza real. Es sobre sí mismo, que, posesionado el Masón
del espíritu masónico, ejerce la actividad indirecta y particularmente
bienhechora que la Alianza recomienda a sus adeptos. Las enseñanzas dadas son
una invitación preciosa para hacer en primer lugar su educación personal. En cada
carácter se encuentran asperezas por destruir, exageraciones por reducir, ideas
por hacerlas desaparecer. El masón, debe ser, o debe volverse, un hombre
normal, lo que se llama hoy — con un término impreciso — un super-hombre, es
decir, un maestro de sí mismo, maestro de sus disposiciones naturales,
guardando, con y basta contra todo, la calma, la reflexión. En una palabra,
debe ser dueño de sí, cualesquiera sean las circunstancias de su vida y de su
actividad.
El hombre normal no conoce el engaño ni la precipitación en
el juzgar. Si el aprendiz llama con dos golpes precipitados, seguidos de un
golpe más lento, anunciando la reflexión tardía, el Compañero y el Maestro
hacen pasar la reflexión antes de la acción. El dominio de sí mismo es un arte
difícil que se adquiere lentamente. Se dice que en la disciplina y el control
de sí mismo radican los comienzos de la sabiduría práctica del hombre; y que es
en el respeto de sí mismo donde sus virtudes deben tener las raíces.
El más humilde de los Hermanos rinde culto a ese
pensamiento, y es por esto que puede y debe decir: «Respetarme y perfeccionarme, tal es en la vida mi verdadero deber.
Parte
integral, y, además,
responsable del gran sistema social, estoy obligado con esta sociedad y con su
autor, a no degradar ni destruir ni mi cuerpo, ni mi inteligencia, ni mis
instintos. Por el contrario, debo trabajar con todas mis fuerzas para colocar mi
humanidad en el más alto peldaño de la perfección. No solamente debo suprimir en
mi los malos instintos, sino que, por el contrario, debo cultivar los buenos; y
el respeto que tengo por mí mismo, lo debo a los demás, en la misma medida que
ellos me lo deben a mí El respeto a sí mismo,
es efectivamente, el
manto más hermoso, en el cual puede envolverse el hombre, es el más elevado
pensamiento inspirador de su espíritu. Una de las más sabias máximas de
Pitágoras, es aquella en que manda al discípulo respetarse a sí mismo.
El patriota americano Washington,
francmasón celoso y fiel, dominaba tanto sus impresiones en los momentos de dificultades
y peligros — dice su biógrafo—que aquellos que no lo conocían íntimamente se
convencían de que su calma y su impasibilidad eran en él innatas. Sin embargo, era
Washington, por naturaleza, ardiente e impetuoso; su dulzura, sus cortesías,
sus deferencias para los demás, eran el resultado de la rígida e infatigable
disciplina a la cual se sujetaba. Tenía un temperamento ardiente, pasiones
vivas, y cuando las sensaciones y excitaciones se renovaban, hacía los más
grandes esfuerzos por triunfar. Por este medio logró más tarde sus mejores éxitos.
Su dominio, su imperio sobre sí mismo, debe haber sido el signo más notable de
su carácter. Y esto se lo debía a la disciplina que sabía imponerse».
Determinado, por consiguiente, en que consiste el espíritu
masónico, aplicado a la vida individual, se puede afirmar que ese espíritu lo
posee aquel que es verdadero dueño de sí, de sus sentimientos, de sus pasiones,
de su temperamento. Por lo demás, la regla del arte real, consiste en vivir
humanamente, y desarrollar—de una manera armónica — las facultades del cuerpo y
las del espíritu, sofrenando los apetitos carnales, reglando la conciencia y el
corazón, de tal manera, que ellos obren según su destinación natural. La
justicia y el sentimiento del bien es el fondo; una vida normal es la forma.
Todo lo demás, no es sino el medio para llegar al fin definitivo, pero ellos
tienden á despertar y animar el espíritu francmasónico. Los dignatarios de las
Logias, el Venerable, muy especialmente, tienen la obligación de vigilar sobre
el caudal actual de moralidad de los obreros, y trabajar por acrecentarlo.
Ed. Quartier-la-Tente.
(Continuará).
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