El espíritu masónico (III)
FARO ORIENTAL
Año I Núm. 5.
Mayo de 1912.
Montevideo.
Findel, lo ha dicho bien alto: «La Masonería efectivamente práctica, se manifiesta bajo la forma que le
es peculiar y propia, es decir: por el amor del prójimo y por una acción toda
ella verdaderamente benéfica en todo sentido. Por consiguiente, deberá
estimular todas las nobles facultades del hombre, y enseñarle que la moral no
debe permanecer árida y el amor no ha de quedar frío; que la razón no se la
dejará dominar por la quimera, ni la inteligencia por el cálculo; que las
manifestaciones del espíritu han de perder su ponzoña, las diversiones su
locura y la vida jornalera su tedio».
Para todo verdadero Franc-Masón existen dos grandes
principios naturales: el uno, íntimo, consiste en la tendencia a acatar el gran
mandato de toda vida, ser verdaderamente hombre de cuerpo y de espíritu, llenar
los deberes que esta gran condición impone, y vivir satisfecho. El otro, que le
es parecido, consiste en el esfuerzo firme para que ese mandato íntimo se
vuelva una verdad para los hombres, y que él sea puesto en práctica en todos
los actos de la vida.
En resumen: el espíritu masónico enseña a conocerse a sí mismo,
como principio de toda sabiduría, a ser maestro de sí mismo como manantial de
fuerza, y a ennoblecerse, encaminándose hacia la belleza.
Si el espíritu masónico está caracterizado, en la actividad
personal, por la posesión de sí mismo, y si el deseo de perfección moral, en la
actividad social, inspira al verdadero masón ideas de tolerancia, de progreso y
de generosidad, no puede dudarse del beneficio que la divulgación de tan bellas
enseñanzas debe producir en la humanidad.
*
* *
II. — El Hermano Tempels, tiene una manera muy curiosa de
caracterizar la Masonería: «No
existe—dice—y no ha existido jamás sino
una sola asociación que ha hecho de la
libertad su fundamento, su fin, su » método; esta asociación es la Masonería.
No es una Iglesia,
desde luego que no tiene dogma ni cuerpo de doctrina; no es una Institución
clasificadora de las escuelas filosóficas, puesto que no tiene ningún sistema
de filosofía.
Supóngase una asociación
que formulase así sus Estatutos:
Artículo l.° La
sociedad no acepta ninguna doctrina como definitiva, ó como suya.
Art. 2.° Sin embargo,
la sociedad incita a sus miembros, a examinar todas las doctrinas.
Art. 3.° Cada uno de
sus miembros adoptará para sí mismo, la doctrina de su elección, quedando libre
de conformar, a ese respecto, su conducta, sin que los demás tengan nada que
reprocharle.
Dirán los teólogos,
que eso no reemplaza a una religión, y dirán los filósofos, que en eso no hay
ninguna filosofía, y es precisamente lo que la Masonería dice también.
Y es por eso que el
masón es naturalmente tolerante.
No insisto sobre esta
virtud, de un carácter tan esencialmente masónico, y que conocemos y
practicamos instintivamente si somos verdaderos masones.
¿Qué es la tolerancia?—dice
Voltaire en su tratado sobre este asunto. —Es la herencia de la humanidad.
Estamos hechos de debilidades y de errores; perdonarnos recíprocamente nuestras
simplezas es la primera ley de la Naturaleza.
Pero hay más que eso.
La Constitución Masónica del año 926, atribuida a Edwin, dice en su artículo
30: Vosotros seréis serviciales entre todos los hombres; les testimoniaréis,
tanto como podáis, una amistad fiel, sin inquietaros que ellos tengan otra
religión, u otras opiniones diferentes a las vuestras».
Otros documentos establecen, invariablemente, la misma
regla. Tales pensamientos— dice Tempels—formulados en plena Eda Media, como
fundamento de una asociación, elevan a los que los concibieron a la altura de
los genios, que, de tiempo en tiempo, dan brillo a la humanidad.
Para ser de los nuestros, es necesario pertenecer a la
religión sobre la cual todos los hombres están de acuerdo: dejar a cada uno sus opiniones particulares.
Ahí está el punto capital. El espíritu masónico nos enseña
que todas las opiniones religiosas de nuestros conciudadanos nos deben ser
respetables, y que un hombre no debe ser juzgado por sus ideas religiosas.
Esta noción del espíritu masónico ha sido precisada por un
Hermano con una claridad particular: «El
Masón, miembro de una sociedad de libre-pensadores, perteneciente a un grupo
religioso cualquiera, puede ir con sus
correligionarios a practicar sus opiniones, y venir, después, a practicar la Masonería
con nosotros.
Es en eso,
precisamente en lo que consiste la Masonería. Esta le dice al llega á sus
puertas: tú serás aquí el solo amo de tu conciencia, tu conducta en matería
religiosa te pertenecerá. Tú tendrás aquí el derecho de permanecer dentro del error,
el derecho de ser solo en tu creencia.
Si tú careces de
lógica y de firmeza, las enseñanzas te iluminarán, puede ser, pero libremente.
Ejercer un control sobre tus acciones sería aminorar la libertad de tus actos.
Si uno de tus hermanos te interpela sobre tu independencia, sobre tu responsabilidad
de padre de familia, sobre la inviolabilidad de tu persona moral, tú rechazarás
el atentado. Los Hermanos del mundo entero condenarán al perjuro que en ti los ha
deshonrado a todos».
Que los Masones se conduzcan en materia religiosa con las
más raras inconsecuencias debe ser a los demás completamente indiferente. Ellos
vigilan su honorabilidad. Por una presunción de derecho, las opiniones
religiosas de un hombre no tienen ninguna conexión con su honestidad.
Tal es la suprema lógica de la libertad de conciencia, todo
menoscabo a la cual es contrario al espíritu masónico.
Decía Jaures en uno de sus reciento discursos: «no somos el partido de la tolerancia».
Es esta una palabra que Mirabeau tendría razón de denunciar como insuficiente,
como injuriosa para la doctrina de los demás.
Nosotros no tenemos tolerancia, pero tenemos hacia todas las
doctrinas el respeto de la humana personalidad y del espíritu que de ella
procede.
Es lo mismo, exactamente, del punto de vista político: La
pasión política como la pasión religiosa, son antimasónicas: los que posean y
no se desprendan de estas pasiones no comprenderán jamás la masonería.
Esto no impide, en manera alguna, que los masones tengan
sobre esas dos grandes cuestiones— la religión y la política — sus personales
opiniones.
Una reunión de gentes inteligentes—como deben ser las que
frecuenten las Logias—puede abordar el examen de todas las materias que
interesen á la humanidad, pedir sus lecciones a la Historia, a la Ciencia, á la
razón, para hacer con todas ellas el objeto de una enseñanza mutua. Si sus
miembros comprenden mejor, y, por consiguiente, aprovechan las cuestiones
estudiadas, no quedarán amenguados en la plenitud de su libertad personal, sino
que, por el contrario, aprenderán a valorarla.
Así debe ser una Logia: interesándose siempre por la
ciencia, siempre ajena a la conflagración de intereses, a los conflictos
personales, a las pasiones del momento.
Precisemos: en una discusión de la Cámara Belga, ante la
cual se acusaba a la Masonería de inmiscuirse en la política, el Hermano Goblet
d’Alvielle, respondió:
«Puede, acaso,
reputarse monstruoso que hombres de todas las opiniones políticas, filosóficas
y religiosas, se reúnan para cambiar francamente sus ideas, para discutir,— colocándose en distintos puntos de vista— las
cuestiones del día, para entregarse en común a las obras de beneficencia, todo ello
sobre la más completa y recíproca independencia? Véase que esto, y no otra
cosa, es la Masonería, y por consiguiente, ella está fuera y por encima del
espíritu religioso y político».
El Hermano Labay, decía: «Como la Franc-Masonería está formada por la reconcentración de todas
las conciencias y de todas las tendencias elevadas, el primer principio que
ella afirma que es el humanismo de su moral. Ella elabora las ideas para el mundo
entero, y no tiene nada de las sectas que reservan para sus iniciados algunas
verdades particulares.
Ella no tiene ningún
partido: busca la verdad, y ahí está todo. Si trabaja en el secreto, lo hace para
concentrar más sus fuerzas y no disiparlas en trabajos y discusiones inútiles.
El ideal no se crea
sino en la calma y fuera de las luchas que dividen a los hombres. Pero una vez
elaborado ese ideal por la Masonería, no lo conserva celosamente para
utilizarlo como preparador moral de sus solos adeptos, sino que lo hace aprovechar
a la sociedad entera.
Su acción se la puede
comparar a la del prisma que recibe la luz de todas partes, y la devuelve,
transformada, en una dirección precisa. La Franc-Masonería, después de haber
refractado a la Sociedad entera le restituye nuevas individualidades que van
sucesivándose hacia una finalidad consciente.
Su moral, no sólo
busca agradar a todos los hombres, sea cualquiera la raza de donde procedan;
sea cualquiera el partido a que pertenezcan, sino que ella busca más, busca unir
los entre sí por un pensamiento común. Recolecta diversos elementos pensantes
de cada nacionalidad, o más bien, los elementos mejores que están sobre las
individualidades políticas, para constituir aquello que en otros tiempos se
denominaba un RAMILEETE ESPIRITUAL.
Ella no se opone
jamás—como algunos espíritus prevenidos lo han insinuado, al nacionalismo, pero
sí lo orienta hacia un ideal más extenso, más humano; por consiguiente,
internacional.
Su facultad de admitir
las ideas más diversas, su sistema de reclutamiento, han inscripto dentro de su
misma naturaleza el principio de la tolerancia».
Ed. Quartier-la-Tente.
( Continuará ).
No hay comentarios:
Publicar un comentario