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12 diciembre 2018

El espíritu masónico (III)


El espíritu masónico (III)
FARO ORIENTAL
Año I Núm. 5.
Mayo de 1912.
Montevideo.

Findel, lo ha dicho bien alto: «La Masonería efectivamente práctica, se manifiesta bajo la forma que le es peculiar y propia, es decir: por el amor del prójimo y por una acción toda ella verdaderamente benéfica en todo sentido. Por consiguiente, deberá estimular todas las nobles facultades del hombre, y enseñarle que la moral no debe permanecer árida y el amor no ha de quedar frío; que la razón no se la dejará dominar por la quimera, ni la inteligencia por el cálculo; que las manifestaciones del espíritu han de perder su ponzoña, las diversiones su locura y la vida jornalera su tedio».

Para todo verdadero Franc-Masón existen dos grandes principios naturales: el uno, íntimo, consiste en la tendencia a acatar el gran mandato de toda vida, ser verdaderamente hombre de cuerpo y de espíritu, llenar los deberes que esta gran condición impone, y vivir satisfecho. El otro, que le es parecido, consiste en el esfuerzo firme para que ese mandato íntimo se vuelva una verdad para los hombres, y que él sea puesto en práctica en todos los actos de la vida.

En resumen: el espíritu masónico enseña a conocerse a sí mismo, como principio de toda sabiduría, a ser maestro de sí mismo como manantial de fuerza, y a ennoblecerse, encaminándose hacia la belleza.

Si el espíritu masónico está caracterizado, en la actividad personal, por la posesión de sí mismo, y si el deseo de perfección moral, en la actividad social, inspira al verdadero masón ideas de tolerancia, de progreso y de generosidad, no puede dudarse del beneficio que la divulgación de tan bellas enseñanzas debe producir en la humanidad.

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II. — El Hermano Tempels, tiene una manera muy curiosa de caracterizar la Masonería: «No existe—dice—y no ha existido  jamás sino una sola asociación que ha hecho  de la libertad su fundamento, su fin, su » método; esta asociación es la Masonería.
No es una Iglesia, desde luego que no tiene dogma ni cuerpo de doctrina; no es una Institución clasificadora de las escuelas filosóficas, puesto que no tiene ningún sistema de filosofía.
Supóngase una asociación que formulase así sus Estatutos:
Artículo l.° La sociedad no acepta ninguna doctrina como definitiva, ó como suya.
Art. 2.° Sin embargo, la sociedad incita a sus miembros, a examinar todas las doctrinas.
Art. 3.° Cada uno de sus miembros adoptará para sí mismo, la doctrina de su elección, quedando libre de conformar, a ese respecto, su conducta, sin que los demás tengan nada que reprocharle.
Dirán los teólogos, que eso no reemplaza a una religión, y dirán los filósofos, que en eso no hay ninguna filosofía, y es precisamente lo que la Masonería dice también.
Y es por eso que el masón es naturalmente tolerante.
No insisto sobre esta virtud, de un carácter tan esencialmente masónico, y que conocemos y practicamos instintivamente si somos verdaderos masones.
¿Qué es la tolerancia?—dice Voltaire en su tratado sobre este asunto. —Es la herencia de la humanidad. Estamos hechos de debilidades y de errores; perdonarnos recíprocamente nuestras simplezas es la primera ley de la Naturaleza.
Pero hay más que eso. La Constitución Masónica del año 926, atribuida a Edwin, dice en su artículo 30: Vosotros seréis serviciales entre todos los hombres; les testimoniaréis, tanto como podáis, una amistad fiel, sin inquietaros que ellos tengan otra religión, u otras opiniones diferentes a las vuestras».

Otros documentos establecen, invariablemente, la misma regla. Tales pensamientos— dice Tempels—formulados en plena Eda Media, como fundamento de una asociación, elevan a los que los concibieron a la altura de los genios, que, de tiempo en tiempo, dan brillo a la humanidad.

Para ser de los nuestros, es necesario pertenecer a la religión sobre la cual todos los hombres están de acuerdo: dejar a cada uno sus opiniones particulares.

Ahí está el punto capital. El espíritu masónico nos enseña que todas las opiniones religiosas de nuestros conciudadanos nos deben ser respetables, y que un hombre no debe ser juzgado por sus ideas religiosas.

Esta noción del espíritu masónico ha sido precisada por un Hermano con una claridad particular: «El Masón, miembro de una sociedad de libre-pensadores, perteneciente a un grupo religioso cualquiera, puede ir  con sus correligionarios a practicar sus opiniones, y venir, después, a practicar la Masonería con nosotros.
Es en eso, precisamente en lo que consiste la Masonería. Esta le dice al llega á sus puertas: tú serás aquí el solo amo de tu conciencia, tu conducta en matería religiosa te pertenecerá. Tú tendrás aquí el derecho de permanecer dentro del error, el derecho de ser solo en tu creencia.
Si tú careces de lógica y de firmeza, las enseñanzas te iluminarán, puede ser, pero libremente. Ejercer un control sobre tus acciones sería aminorar la libertad de tus actos. Si uno de tus hermanos te interpela sobre tu independencia, sobre tu responsabilidad de padre de familia, sobre la inviolabilidad de tu persona moral, tú rechazarás el atentado. Los Hermanos del mundo entero condenarán al perjuro que en ti los ha deshonrado a todos».

Que los Masones se conduzcan en materia religiosa con las más raras inconsecuencias debe ser a los demás completamente indiferente. Ellos vigilan su honorabilidad. Por una presunción de derecho, las opiniones religiosas de un hombre no tienen ninguna conexión con su honestidad.

Tal es la suprema lógica de la libertad de conciencia, todo menoscabo a la cual es contrario al espíritu masónico.

Decía Jaures en uno de sus reciento discursos: «no somos el partido de la tolerancia». Es esta una palabra que Mirabeau tendría razón de denunciar como insuficiente, como injuriosa para la doctrina de los demás.

Nosotros no tenemos tolerancia, pero tenemos hacia todas las doctrinas el respeto de la humana personalidad y del espíritu que de ella procede.

Es lo mismo, exactamente, del punto de vista político: La pasión política como la pasión religiosa, son antimasónicas: los que posean y no se desprendan de estas pasiones no comprenderán jamás la masonería.

Esto no impide, en manera alguna, que los masones tengan sobre esas dos grandes cuestiones— la religión y la política — sus personales opiniones.

Una reunión de gentes inteligentes—como deben ser las que frecuenten las Logias—puede abordar el examen de todas las materias que interesen á la humanidad, pedir sus lecciones a la Historia, a la Ciencia, á la razón, para hacer con todas ellas el objeto de una enseñanza mutua. Si sus miembros comprenden mejor, y, por consiguiente, aprovechan las cuestiones estudiadas, no quedarán amenguados en la plenitud de su libertad personal, sino que, por el contrario, aprenderán a valorarla.

Así debe ser una Logia: interesándose siempre por la ciencia, siempre ajena a la conflagración de intereses, a los conflictos personales, a las pasiones del momento.

Precisemos: en una discusión de la Cámara Belga, ante la cual se acusaba a la Masonería de inmiscuirse en la política, el Hermano Goblet d’Alvielle, respondió:
«Puede, acaso, reputarse monstruoso que hombres de todas las opiniones políticas, filosóficas y religiosas, se reúnan para cambiar francamente sus ideas, para discutir,—  colocándose en distintos puntos de vista— las cuestiones del día, para entregarse en  común a las obras de beneficencia, todo ello sobre la más completa y recíproca independencia? Véase que esto, y no otra cosa, es la Masonería, y por consiguiente, ella está fuera y por encima del espíritu religioso y político».

El Hermano Labay, decía: «Como la Franc-Masonería está formada por la reconcentración de todas las conciencias y de todas las tendencias elevadas, el primer principio que ella afirma que es el humanismo de su moral. Ella elabora las ideas para el mundo entero, y no tiene nada de las sectas que reservan para sus iniciados algunas verdades particulares.
Ella no tiene ningún partido: busca la verdad, y ahí está todo. Si trabaja en el secreto, lo hace para concentrar más sus fuerzas y no disiparlas en trabajos y discusiones inútiles.
El ideal no se crea sino en la calma y fuera de las luchas que dividen a los hombres. Pero una vez elaborado ese ideal por la Masonería, no lo conserva celosamente para utilizarlo como preparador moral de sus solos adeptos, sino que lo hace aprovechar a la sociedad entera.
Su acción se la puede comparar a la del prisma que recibe la luz de todas partes, y la devuelve, transformada, en una dirección precisa. La Franc-Masonería, después de haber refractado a la Sociedad entera le restituye nuevas individualidades que van sucesivándose hacia una finalidad consciente.
Su moral, no sólo busca agradar a todos los hombres, sea cualquiera la raza de donde procedan; sea cualquiera el partido a que pertenezcan, sino que ella busca más, busca unir los entre sí por un pensamiento común. Recolecta diversos elementos pensantes de cada nacionalidad, o más bien, los elementos mejores que están sobre las individualidades políticas, para constituir aquello que en otros tiempos se denominaba un RAMILEETE ESPIRITUAL.
Ella no se opone jamás—como algunos espíritus prevenidos lo han insinuado, al nacionalismo, pero sí lo orienta hacia un ideal más extenso, más humano; por consiguiente, internacional.
Su facultad de admitir las ideas más diversas, su sistema de reclutamiento, han inscripto dentro de su misma naturaleza el principio de la tolerancia».

Ed. Quartier-la-Tente.

( Continuará ).

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